sábado, 7 de marzo de 2015

Marisol

Marisol
Autor David Gómez Salas

¿Y porque no adoptas a Marisol? —Me preguntó la señora Lilia
— Me fascinaría poder adoptarla  — Contesté.

Marisol tenía 12 años de edad,  era la  efigie de la ternura. De ojos negros impresionantes, pestañas grandes, cejas negras y  sonrisa tímida; tenía un bello rostro que irradiaba afecto.  Era sobrina de la señora Lilia y tenía una hermana mayor : Olga y un hermano menor : Luis.

La señora Lilia vendía comida y refrescos, en el garaje de su casa.  Vivía frente al laboratorio que instalamos en la ciudad de Coatzacoalcos para realizar análisis fisicoquímicos y bacteriológicos en el agua, estudiábamos  el comportamiento hidrodinámico y la calidad del agua del río Coatzacoalcos,  desde Minatitlán hasta su desembocadura al mar.

Desde que vi a Marisol en casa de su tía, percibí la calidez de su mirada; irradiaba sinceridad,  fue  una luz que penetró en mi alma.  Por eso al escuchar la pregunta de la señora Lilia, sentí gran alegría.

Marisol me manifestaba su cariño al platicar y al convivir cuando yo asistía a comer a casa de la señora Lilia.  Ellas habían platicado y de ellas había surgido la maravillosa idea de que la adoptara.
 
Yo tenía un año de casado y una hija recién nacida. Imaginaba que la magia de la vida, me situaba en forma acelerada  con la posibilidad de integrar una gran familia.

De inmediato platique con mi esposa, ella estudiaba en la ciudad de México, en la Universidad Nacional Autónoma de México. Lo hice por teléfono y mi sensitiva esposa estuvo de acuerdo.

Después debía conversar con sus padres para poder llevar a cabo la adopción en forma legal. La tía y la abuela lo aprobaban y se manifestaban  contentas. Marisol vivía en casa de su abuela y visitaba casi todos los días a su tía.

Durante mi estancia en Coatzacoalcos llevé  a Marisol al cine y al circo acompañado de su hermanito Luis. También un día nos llevó el charrascas a un paseo en lancha, el charrascas era el lanchero con el que se realizaban los recorridos de trabajo.  En el estuario,  donde se juntan los ríos Calzadas y Coatzacoalcos, con el agua de mar que penetra cuando sube la marea; vimos un cachalote que se asomó arriba de la superficie del agua, cerca de nosotros apenas a cuatro metros de distancia.

Pasó cerca de la lancha con su enorme cabeza cuadrada, piel café rugosa y Joroba. No supe  cuanto media porque no asomó en algún momento su cuerpo completo.  Asomó primero la  enorme cabeza y paulatinamente,  conforme la empezó a sumergir, emergió su joroba y finalmente gran parte de su largo cuerpo.  Era más grande que la lancha en la paseábamos, la cual medía como 12 metros de largo.

Conviví con la familia de Marisol. También mi esposa convivió con Marisol, gracias a que hubo una huelga en la UNAM pudo ir unos días a Coatzacoalcos.

— Dice mi hermano (padre de Marisol)  que lo recibirá en su casa el próximo sábado a las seis de la tarde, para platicar sobre Marisol — me informó la señora Lilia.

El padre de Marisol vivía en Allende de Coatzacoalcos, un caserío asentado en la desembocadura del rio al mar, en la otra margen, frente a la ciudad de Coatzacoalcos. Para arribar al lugar,  se atravesaba el río en lancha.

Aquel sábado fui a ver al padre de Marisol, acompañado de Francisco, un amigo y compañero de estudios; en ese tiempo también compañero de trabajo. Descendimos de la lancha y seguimos las indicaciones que me había dado la señora Lilia para hallar  la casa del papá de Marisol.

Allende de Coatzacoalcos era un asentamiento habitacional rudimentario, con calles de arena, sin banquetas,  pocas casas separadas entre ellas por grandes espacios baldíos, sin bardas o cercas que definieran los límites de los predios.  Muchas casas era de madera con techo de palma y tres o cuatro casas de material, así les dicen cuando usan cemento al construir sus muros o  pisos.

Caminamos y encontramos con facilidad la casa del papá de Marisol.  Su casa era de material. Cuando nos paramos frente a la casa observé que salió por la parte posterior de la casa un señor como de 20 - 25 años de edad, iba sangrando de la nariz o de la boca.  Se cubría el rostro con un trapo improvisado de pañuelo, mojado con sangre. También tenía sangre en el pecho y algunas manchas en su short. No vestía camisa y estaba descalzo. Toqué a la puerta y esperé.  

—Ahorita les abro —dijo, asomando la cara por la puerta entreabierta, para cerrarla nuevamente. Dos minutos después abrió la puerta y nos invitó a pasar.

Al entrar noté de inmediato que la casa estaba desordenada, había en el piso cosas tiradas, botellas vacías de cervezas y  todo indicaba que había sucedido una pelea. El papá de Marisol tomó unos periódicos viejos que estaban en el suelo y los puso sobre un sofá para cubrir las lunares  de  sangre que tenía el asiento.

— Siéntense —dijo.

Francisco se sentó en una silla y yo me senté en un descansabrazos del sofá.

 —A ver explíqueme que es lo que quiere — me dijo, viéndome a los ojos, con actitud retadora.

— Deseo adoptar a su hija Marisol  — contesté.

—¿Y porque se le ocurrió que podía adoptarla? —me preguntó.

—Su hermana Lilia me informó que sus hijos ya no viven con usted ni con su esposa, viven en la casa de su abuelita, mamá de usted. Siento cariño por Marisol, he platicado con mucho con ella. Sé que ella también siente cariño por mi y por mi esposa. Si platica usted platica con Marisol podrá saber directamente lo que piensa y quiere. También platique con su hermana y con su mamá y ellas le darán sus puntos de vista sobre mi y sobre mi petición de adoptar a Marisol...

 —Ya sé lo que piensa Lilia y mi mamá —interrumpió.  Lo que importa es lo que pienso yo y lo que piense la mamá de Marisol. Es lo único que importa, somos los padres de Marisol  y sin nuestra aprobación no se podrá hacer nada, agregó.

— Así es — contesté.

—No sé a qué se dedica usted, no sé en donde vive, no sé si es soltero o casado, no sé si puede o no puede tener hijos propios,  no sé porque siendo tan joven quiere adoptar a Marisol, no sé nada sobre usted.  De repente usted aparece en Coatzacoalcos, porque usted no vive aquí, simplemente conoce a mi hija Marisol , se le ocurre que puede adoptarla y llevársela a otra ciudad.  

Usted ha platicado con Marisol, mi mamá y mi hermana, usted las ha conquistado. Pero ellas no tienen la experiencia y malicia que tienen las personas que viven en las grandes ciudades, ellas son inocentes como son la mayoría de los provincianos.

Yo trabajo en cargueros marítimos, barcos de carga que transportan mercancías a todas partes del mundo. Yo conozco Grecia, Italia, Panamá, Estados Unidos, Japón y otros  más.  Me he enterado de todo tipo de historias, el mundo está lleno de gente mal intencionada.

— Deseo que todo sea oficial, ante un Juez  — Por eso vine a platicar con usted para llevar a cabo un trámite  legal en donde se investiga todo y donde se le garantice que pueda estar siempre en contacto con Marisol y sepa que está bien de salud, que estudia y que se desarrolla bien culturalmente y emocionalmente.

Mi idea es que acudamos al juzgado de lo familiar y hagamos todos los trámites que exige la ley. Empezando por los consentimientos  y la intervención del Juzgado de lo Familiar y del Registro Civil. Todo lo que sea necesario para dar seguridad a Marisol y a sus padres de sangre. Iríamos al juzgado que queda en el centro de la ciudad de Coatzacoalcos, a media cuadra del jardín central.

— Okey, vamos a reunirnos los tres.  La mamá de Marisol, yo y tú; el miércoles a las diez de la mañana. Nos vemos afuera del templo, frente al jardín  y de ahí vamos al juzgado.

— De acuerdo, muchas gracias por recibirme y escucharme — respondí y me levanté del sofá y extendí mi mano para despedirme.

—Solo iremos a ver que nos dicen en el juzgado—dijo sin estrechar mi mano.

 — Muy bien, nos vemos el miércoles a las diez de la mañana  — le dije. Y salimos de su casa.

En el camino Francisco, me comentó : Cuídate, no se ve sincero el papá de Marisol.

El miércoles llegué a la cita a las 9:30 horas, vi que la puerta principal del templo  estaba abierta así que entré y  revisé dentro de la iglesia, no había nadie. La puerta lateral estaba cerrada. Impaciente caminé muchas veces de un lado a otro por la banqueta fuera de la puerta principal.

Cuando el reloj de la iglesia marcó las diez horas, me emocioné...

Como a las 10:30 una señora morena de cabello negro como de 35-40 años, me observó con cierto disimulo. Primero cruzó del jardín al templo, pero no entró a él, se siguió de largo. Al rato pasó de nuevo y cruzó la calle del templo al jardín. Se detuvo como 10 minutos y finalmente pasó un taxi que se paró sin que ella le hiciera seña alguna, lo abordó y se fue.
 
Observaba con atención a todos los que pasaban caminando:  creyentes que se persignaban,  otros que entraban al templo y ateos o católicos que no se persignaban. También veía a los que pasaban en carro.

Algunas personas me miraban con atención quizás por tanto tiempo que estuve ahí caminando nerviosamente.   Estuve ahí hasta las catorce horas. Cuatro horas, por si había tenido algún problema al cruzar el río.

Fui a casa de la señora  Lilia, le relaté lo sucedido.

— ¿Era gordita la señora que lo observaba ? — preguntó la señora Lilia.

— Pues más o menos   — contesté.  Llenita sería la palabra, pues no era redonda, parecía tener una faja para mostrar cintura y desbordaba un poco de carne arriba y abajo de la faja. Ojos grandes negros con ojeras. Cabello negro un poco rizado, bueno no era lacio.

—¡Era ella! — dijo. Era la mamá de Marisol, fue a observarlo, quería conocer como era usted.

Más noche, la abuelita de Marisol pasó a verme al trabajo y me pidió que le contara nuevamente sobre la espera de su hijo afuera del templo. Me hizo muchas preguntas sobre la señora llenita que había estado por allá viéndome.

—Es la mamá de Marisol  — confirmó.  Hablaré con ella, no se preocupe; agregó al despedirse.

Después de seis días, una noche la abuelita de Marisol me dijo en su casa: Pues creo que nunca le van a decir sí ni no. Pienso que debería llevarse a Marisol, allá en la ciudad de México no lo encontrarán jamás.

Recordé los consejos que me dio el Juez cuando fui e verlo y le platiqué mi deseo de adoptar a Marisol y lo que había sucedido aquel día fuera del templo.

No se le vaya ocurrir que Marisol puede irse con usted con un permiso verbal, ni siquiera con un papel de un acuerdo entre particulares. Debe ser una resolución judicial. No se meta en líos.

Además usted no puede adoptar a Marisol porque ella tiene 12 años y usted 23; la ley establece que la diferencia de edad debe ser al menos 16 años,  para que biológicamente usted pudiera su padre.  Lo mismo sucede con su esposa, ella tiene 19 años, es apenas 7 años mayor que Marisol, se requiere que ella sea 14 años mayor que la adoptada para que biológicamente pudiera ser su madre.  Años después modificaron las leyes y se estableció que la diferencia de edades entre adoptante y adoptado debe ser  de 17 años o más.

Usted es joven podrá tener más hijos, me dijo con una sonrisa amable.  Estrechó mi mano y me dio una palmada en el hombro, al despedirnos.

Era un hombre bueno, un buen juez.

martes, 3 de marzo de 2015

OTRO DEL LIBRO "ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR"

SEÑOR JUEZ
            Dardo Paz Muñoz se despertó. Otra noche de sueño entrecortado. Habían pasado tres años desde que su mujer aceptara el puesto de ingeniera en la Esso y tan sólo uno, desde que comenzaron sus viajes para supervisar trabajos de extracción. No podía acostumbrarse a dormir solo. Entonó: “…sin ti mi cama es ancha” y agregó: fría. Pensaba que una mujer profesional requería mucho más que ocuparse del hogar y las reuniones sociales. Por otra parte los hijos ya eran grandes e independientes.
            Se levantó, se dio una ducha, eligió el traje y la mejor corbata; esa que ella le había regalado en el último cumpleaños. Mientras hacía el nudo se sintió feliz; con veinte años de casados seguía amando a Patricia igual que el primer día.  Ya listo, fue al comedor diario donde la mucama le estaba sirviendo el desayuno. El aroma a café y tostadas recién hechas lo reconcilió con la rutina. A las nueve saldría para la Corte. Iba a ser una jornada difícil; nunca es grato sentenciar a cadena perpetua a un joven de veinticinco años.
            --Señor, llegó un sobre; no tiene remitente. Lo puse con las otras cartas.
             Attaché en mano, pasó por el escritorio. El magistrado tomó el sobre prolijamente escrito, sin estampilla. Sólo decía: Señor Juez. Lo abrió con cuidado conjeturando que se trataba de alguna información anónima sobre el juicio e intrigado por haberlo recibido en su domicilio y no en el despacho. Leyó:
            Nada es impulsivo en mí. Medito cada palabra, planeo cada acción. Soy el único responsable. A nadie, sino a mí, se debe culpar de esta muerte. Las emociones han arrebatado a veces mi lucidez pero veo todo tan claro que no puedo apelar en este caso a un crimen pasional. No, no lo es. Todo fue meticulosamente llevado a cabo. Es una historia de amor. También es el relato de una traición que no pude soportar. Fui educado como buen creyente y he seguido los mandamientos durante cuarenta y tres años. Me enamoré y creí haber encontrado a la mujer que me iba a acompañar hasta la muerte. De mi parte, fueron dos años de amor incondicional; dos años de felicidad únicos e irrepetibles. Le fui fiel y respeté todos sus deseos, aún aquellos que me eran incomprensibles, como sus desapariciones por varios días, o su negativa a presentarme a la familia. Después de cada noche juntos iba al confesionario a recibir el perdón por haber faltado a los  mandamientos. La semana pasada me atreví, por fin, a proponerle matrimonio. Ella me pidió unos días para pensarlo y tomar una decisión. Ayer, llorando por primera vez,  admitió que estaba casada hacía veinte años y tenía hijos. Me quedé perplejo. Disimulé la ira. Sin decir una palabra, con frialdad, midiendo el tamaño de mi pecado y su terrible  infamia, puse raticida en el café de Patricia, su esposa, Sr. Juez. No fue una muerte serena, como comprenderá. Pero murió como merecía. Cuando lea esta carta su cuerpo estará todavía acá en mi departamento junto a la mesa sobre la que escribo. No pido clemencia. Lo espero; venga con la policía. Pagaré mis terribles faltas.
            Abajo, como posdata, figuraba el domicilio.
            Al terminar la carta, el juez recordó, desgarrado, las ocasiones en que su esposa había viajado “por cuestiones laborales”, como ayer por la mañana; y las cenas silenciosas que él atribuía al cansancio. Recorrió tembloroso una vez más el texto; abrió un cajón del escritorio de caoba, sacó el revólver, constató que tuviera balas, lo apoyó firmemente junto a su brazo derecho y en una hoja comenzó a escribir. 
              Señor Juez:





miércoles, 25 de febrero de 2015

CHIQUI A LA PROVENZAL

CHIQUI A LA PROVENZAL
Hoy es diferente. Chiqui cumple cuarenta años.
Es domingo de noche, cenó un sándwich y una fruta.
Está sola y además, hoy se siente sola. Sufre el abrazo ausente, el beso de despedida, la risa por el chiste malo de la tele, un mate compartido. Todas esas cosas que añora sin haberlas tenido nunca y son de otros. Siempre lo fueron.  Por eso querría que fuera un día distinto. Pero no hay nada que festejar.
Se distrae pensando en sí misma, su timidez, el mal humor, la introversión;  todo lo que hizo de ella una solitaria sin remedio, sin familia ni amigos ni pareja. Eso sí, va a un curso de telar. El tiempo restante lo despilfarra como cajera en el supermercado coreano del barrio, su pequeño departamento y un gato de angora,  Chear, que tiene seis años y compró con un aguinaldo.
Ahora mira sin ver, oye sin escuchar uno de esos programas de juegos frívolos y  chillones de la televisión abierta. Quisiera otro tipo de ruido,  que sucediera algo, un cambio. Por lo menos hoy.
 Abre una botella de cognac que tiene desde hace  ya ni sabe cuánto y se sirve una copa para acompañar ese café a la turca que aprendió en el canal Gourmet. La combinación la hace sentir otra, extraña a ella misma y no es desagradable. Sus pensamientos vagan inconexos por lo que va a hacer al día siguiente: descolgaría la ropa todavía chorreando en la terraza por la lluvia del sábado que mantiene todo tan húmedo, sacaría la cuenta del dinero que le debe a la profesora del taller, pensaría en ese pantalón nuevo que no se decide a comprar -ya tengo uno y con este me sobra total, no salgo a ningún lado-. Se interrumpe: presiente que hay alguien en la sala aparte del gato que dormita sobre el televisor tibio.
Chiqui  mira atónita. Mientras escucha el timbal de sus palpitaciones, una de las cuatro sillas estilo provenzal comienza a alejarse de la mesa, hace una rotación sobre sí y enfrenta a Chiqui. Ella se figura que ha entrado un mago y quiere sorprenderla con un truco. Pero no conoce a ninguno.
Suspenso. Ni un movimiento humano en el ambiente, ni una voz salvo la del televisor y el vaivén de esas cuatro patas que se deslizan,  lentas y amenazantes, cada vez más cerca.  En el sillón, ella tiembla y se va encogiendo. El borde del asiento le raspa las rodillas, protegidas por los pantalones. Dobla las piernas y abraza fuerte un almohadón para evitar que la madera la hiera.
A medida que aumenta el temor, pierde la noción del tiempo. El miedo dura siglos, mientras el programa de televisión sigue su curso.
El respaldo de la silla se inclina hacia adelante y la cabeza de Chiqui queda atrapada en los travesaños. Su “¡BASTA!” no le sirve. Se hunde en el sillón  lastimándose con los resortes; el relleno de fibras duras, sogas y madera  termina de apresarla.
El asiento sube al sillón de la abuela, coloca respaldo contra respaldo y ocupa  el lugar de la mujer. Afirma una pata en el control remoto que aún se encuentra en el apoyabrazos y cambia de canal: Venus. Las otras tres sillas se van ubicando a los costados. Ellas saben bien de los cuerpos que se frotan. Chiqui nunca lo supo, ni lo sabrá-
Todo vuelve a estar en calma. Sólo imágenes y un moderado volumen. Chear, que ha estado observando sin inmutarse los movimientos en la sala, medita: “Por fin algo excitante en esta casa en la que nunca hubo jadeos”.


sábado, 21 de febrero de 2015

MEDITACIÓN DE ROBERTO CARLOS TORÓS

Ese estúpido amor propio. (El suicidio por amor al otro)
Aquellos dos hombres eran amigos desde siempre. Sin embargo, había algo que empañaba ese amor fraternal: la política. Uno defendía los ideales de la derecha y el otro los de la izquierda. Una noche discutieron a muerte, tal fue así que se desafiaron a un duelo a pistola. La madrugada siguiente los encontró allí, en la soledad de los jardines de Palermo, a diez pasos de distancia uno del otro, con el brazo extendido apuntándole al pecho. ¿Qué iba a prevalecer, el amor o el fanatismo? Al mismo tiempo flexionaron el brazo y se descerrajaron un tiro en la sien. La amistad es una de las cosas más preciadas del ser humano; ni cuestiones políticas, religiosas o futbolísticas jamás deberían interferir en ella; para lograrlo solo se necesita aplicar esta fórmula: (no agredir, respetar, comprensión)= tolerancia. (Boris Upistrello, sabio ítalo-ruso)

viernes, 20 de febrero de 2015

Las palabras sobran







LAS PALABRAS SOBRAN
Autor David Gómez Salas, el Jaguar

Esta es la historia de un incendio que causó la muerte de un amigo;  y mató el prestigio de un ingeniero…

 1. El paraíso

En aquella época vivía en Cancún y trabajaba en un  centro de investigación ubicado en Puerto Morelos, Quintana Roo. De este pequeño poblado partían barcos de carga a la isla de Cozumel. Eran barcos maltrechos que transportaban vehículos, maquinaria, combustibles, materiales de construcción, alimentos y otros productos.

En el mar Caribe existe el segundo arrecife coralino más grande del mundo, va desde México hasta Honduras, el arrecife forma una barrera paralela a la costa. En la franja de mar ubicada entre la costa y la barrera de coral, abundaban: peces, Tortugas, langosta y el caracol.

En esa época, vivíamos pocos habitantes en el Estado de Quintana Roo y el mar no estaba sobreexplotado. Puerto Morelos tenía seiscientos habitantes.



Cuando pescábamos, era para el consumo de la familia, sacábamos solo lo que se podía comer en uno ó dos días. Así consumíamos producto fresco y no era necesario tener un congelador grande en casa.

Para efectuar este tipo de pesca, nadábamos en la superficie del agua viendo el fondo marino con el visor y respirando a través de un snorkel. Nos sumergíamos a puro pulmón, aguantando la respiración bajo el agua y cazábamos.



Para cazar los peces usábamos el arpón.   Para cazar la langosta utilizábamos una varilla de metro y medio de largo, que tenía un extremo puntiagudo y en el otro extremo tenia un anzuelo que se usaba como gancho.  
Al caracol indefenso,  simplemente lo levantábamos con las manos.



Se pescaba acompañado de algún amigo, para protegerse mutuamente en caso de que apareciera algún tiburón. La naturaleza nos daba todo, solo había que tomarlo con cuidado.


2. El infierno



En este puerto había un barco llamado “El Vagabundo”, que transportaba del continente a la Isla, diesel y tanques con gas para uso doméstico. Un día, como a las seis de la tarde, empezó un incendio en “El Vagabundo”, nunca supe bien como empezó. Cualquier chispa o cigarro encendido pudo ser la causa, pues el barco transportaba casi siempre algunos tanques de gas en mal estado; y combustibles en envases muy desgastados.

Cuando inició el incendió se celebraba una reunión de trabajo en la terraza de un hotel, ubicado a 250 metros del muelle.  Los que participábamos en la reunión observamos la columna de humo que salía del muelle. Diversas construcciones impedían ver el muelle, y solo era posible ver la parte alta de la columna de humo, desde esa terraza.
Oscar, Juan y yo queríamos ir al muelle para saber que estaba ocurriendo; sin embargo, el jefe y la mayoría de los investigadores que participaban en la reunión dijeron que la reunión debía continuar.

—Que malditos son—dijo Juan en voz baja, cuando nos presionaron a permanecer en la junta de trabajo.

Por tolerancia nos quedamos en la reunión hasta las siete de la noche. Al terminar la junta, el cielo ya estaba oscuro y se veía el resplandor rojo del fuego.

—Corramos—les dije, y fuimos rumbo al muelle

Nos acercamos a ayudar. Necesitábamos saber sí había personas atrapadas en el barco, sí era necesario transportar a alguien, o quizás hacer llamadas por teléfono. En esa época solo había cinco líneas telefónicas en todo el pueblo. Una, en nuestra oficina.

Supimos que varios pescadores y estibadores se habían acercado en lancha a “El vagabundo”, y se mantenían atentos con la intención de localizar a todos los trabajadores del barco.

—Faltan tres compañeros—nos dijo un pescador que apodaban el potro: El participaba en la búsqueda de sobrevivientes. –No nos iremos hasta saber que les pasó—agregó.

Esa tarde aprendí que al quemarse el diesel genera una gran cantidad de calor y provoca una reacción en cadena, debido a que la parte en combustión calienta al demás diesel.
El diesel almacenado se calienta, produce vapor y sale con presión del contenedor.
El diesel derramado fuera del barco también se calienta y forma una capa de vapor que facilita se extienda el incendio.

Podía observar la capa de diesel que flotaba sobre el agua del mar, y que al calentarse ardía sin mezclarse con el agua.

Además unos tanques de gas explotaban y otros salían disparados del barco, ya que el calor elevaba la presión del gas dentro del tanque y desprendía la válvula, dejando en el tanque un orificio por donde salía con fuerza el gas caliente. El tanque se convertía en un cohete de “propulsión a chorro”, impulsado por la descarga del gas.

Los tres queríamos acercarnos al barco, primero lo intentamos hacer por el muelle, pero no era posible establecer un acceso, debido a que las llamas provenientes de la embarcación medían más de diez metros de alto e  inclinadas por el viento, envolvían todo el muelle.

Así que decidimos acercarnos a nado, por el lado sur del muelle. Corrimos  a un terreno aledaño y por ahí bajamos a la playa;  al entrar al mar, sentimos que el agua estaba caliente, pero soportable sí se evitaba el contacto con los ojos. Sin embargo, conforme avanzamos al barco sentimos el agua cada vez más caliente.

Al alejarnos apenas treinta metros de la playa, aún lejos del barco, el agua estaba casi hirviendo, por lo que no fue posible acercarnos más. Nos quedamos parados dentro del agua observando, con la esperanza de que saliera alguien por ese lado.

—¿Qué hacemos?—preguntó Oscar. El agua está hirviendo alrededor del barco, explicó.

De pronto, entre las llamas salió disparado un tanque de gas hacia nosotros, rebotó una vez contra la superficie del agua, se estrelló de nuevo en el agua cinco metros antes de pasar sobre nuestras cabezas, siguió de largo para impactarse contra un trailer estacionado a treinta metros de la playa, y  rebotó de nuevo hasta la playa. Todo sucedió en dos segundos. El tremendo golpe deformó la pared del trailer, dejando una enorme abolladura.

Un instante antes de que el tanque de gas pasara sobre nosotros, por instinto nos sumergimos en el agua para esquivar el golpe. Bajo el agua escuchamos el estruendo del choque contra el trailer, y al salir del agua ya estaba deformada la pared del trailer y el tanque en la playa.

La preocupación que sentíamos por los trabajadores del barco desaparecidos, no nos permitía retirarnos del lugar, pues pensábamos que sí habían saltado al mar, podrían salir a la playa por ahí o podríamos verlos flotando.

Así que caminamos por la playa al sur y nos metimos de nuevo al mar, primero nadamos rumbo al oriente separándonos de la costa y después nadamos al norte para acercarnos al barco en llamas.  Se suponía que la corriente marina fría que va de sur a norte, ayudaría a que el agua del mar estuviera menos caliente por esa ruta.

Pero el mar estaba casi hirviendo en un círculo de influencia como de cuarenta metros alrededor del barco, por lo que no era posible acercarse más. Había que hacerlo utilizando una lancha, como ya lo hacían otros. Así que regresamos a la playa junto al muelle donde había sucedido lo del tanque de gas, porque ahí podíamos estar cerca del barco y observar sí salía alguien vivo o muerto.

Nos metimos al mar y nos acercamos hasta donde lo permitía la temperatura del agua. Esperamos y a las diez de la noche vimos que salía del mar un hombre que no conocíamos, al estar con nosotros dijo que pertenecía a la tripulación del barco. A pesar de tener todo el cuerpo quemado, estaba consciente.

—Debo avisarle al patrón—nos dijo. El sobreviviente deseaba llamar por teléfono a sus jefes para informar lo sucedido. Hasta que lo hizo, aceptó ser trasladado por la cruz roja a Cancún, para recibir atención médica.

Esa noche nos quedamos en una explanada junto al muelle hasta las dos de la mañana. Después nos fuimos a nuestras casas.

3. El juicio

A las ocho de la mañana regresé a Puerto Morelos y fui al muelle, al mismo sitio que la noche anterior era un infierno. El paisaje era un contraste, había poco viento y el sonido del oleaje era tenue, parecía que el mar guardaba silencio en memoria de los muertos.



Las olas borraban las huellas y la playa blanca lucía lisa y tersa. El mar recuperaba la belleza del caribe, se mostraba limpio, transparente, con diversos tonos de color azul, como el cielo.

En el centro del pueblo se escuchaban llantos de familiares y amigos de quienes perdieron la vida, se observaban rostros con dolor, tristeza y desconcierto. Pasaron muchos días para que los habitantes lograran asimilar lo ocurrido, y mostraran de nuevo su alegría característica.

Me enteré que había muerto un amigo, hallaron su cuerpo prensado entre el barco hundido y el fondo del mar, junto al muelle. Su esposa e hijos vivían frente a la plaza, el llanto de ella se escuchaba desde la calle. A medio día la visitaron algunos políticos y le dieron el pésame.

En una esquina frente a la plaza encontré unos amigos que eran pescadores y estibadores. Lo que hice fue saludarlos y permanecer cerca de ellos, casi sin conversar. Era la costumbre de los que vivíamos en el pueblo. Los amigos nos reuníamos casi todas las tardes y dependiendo del estado de ánimo, jugábamos básquetbol, hablábamos o simplemente escuchábamos la música del restaurante de la “China”, que estaba junto al faro. La “China” era la mujer más bonita del Pueblo y probablemente del mundo.

—La china solo tiene un defecto—decían en broma los hombres del pueblo. Se referían al gringo, su esposo.

Después de estar juntos más de una hora, se acercó un ingeniero que también vivía en el pueblo. Era originario del norte del país y conservaba la conducta y costumbres de su tierra. Destacaba su estilo norteño, diferente a la gente de la costa, con ropa y sombrero vaquero. El ingeniero saludó y se puso a hablar, todos lo escuchamos con atención casi sin hacer comentarios; después de diez o quince minutos, mis amigos se despidieron y el ingeniero se quedó platicando solo conmigo.

—Mira a estos cabrones—dijo el ingeniero, refiriéndose a mis amigos, dejaron de platicar con nosotros y se fueron a sentar al centro de la plaza, lo cual significa que no tenían ganas de platicar con nosotros. Ahí están sin hacer nada, simplemente nos dejaron.

Continuó conversando conmigo hasta que pasó por el sitio otro amigo y compañero de trabajo.

—Adiós—dijo y se fue platicando con él.

Caminé al sitio donde se ubicaba el asta bandera, a un lado de las canchas de básquetbol en el centro de la plaza. Me senté en el piso junto a mis amigos, solo los saludé con la mirada.

—¿Por qué se retiraron cuando platicaban con el ingeniero?—pregunté cinco minutos más tarde.

—El ingeniero es bueno para conversar, pero yo no iría a pescar con él, pues creo que él me dejaría si aparece el animal—contestó el Potro, un pescador y estibador  de 22 años de edad.

Cuando los pescadores encontraban a un tiburón con comportamiento  amenazante, decían: se me apareció  el animal.

El Potro y los demás, sabían que el ingeniero no había ayudado la noche del incendio. Sin embargo no lo mencionaron, porque hay ocasiones en que las palabras sobran.

Hacemos el amor o desayunamos primero?

Creo que la felicidad se debía ver reflejada en nuestros rostros aquel inolvidable martes pasado cuando paseábamos por el centro de París, de ahí el comentario espontáneo de ese raro personaje, un hombre ya maduro y de quizás de unos cincuenta años de edad, que al cruzar por nuestro camino y al vernos exclamó: “La main dans la main…. C’est ça le bonheur!!!!” (Ir de la mano, eso es la felicidad!!)

Efectivamente, volví a sentir un placer y una dicha como aquellos que en tantas ocasiones he vivido contigo… placer y felicidad que tú me has dado como nadie antes lo ha hecho…. y que quedan en la memoria como momentos de los más felices, de los más intensos, de los más gratos de la vida….

En fin, momentos inolvidables….!!!

Todo empezó a eso de las nueve de la mañana de ese día martes siete de mayo, después de una cena y de una noche terribles. Desperté antes que tú y sentía el corazón pesado, sentía angustia y también una opresión que solo se podía traducir en dolor…. Y qué dolor! Me negaba a creerlo, quería intentar hacer todo lo que fuese necesario para que no nos separásemos de nuevo, y esta vez sin posibilidades de volvernos a ver….

No pude dejar de preguntar lo que tú sentías… de nuevo se inició el diálogo…. hasta que por fin llegaron aquellas palabras que renovaban el proceso del amor, palabras mágicas, encantadoras, inolvidables que salieron de tus labios anunciando el fin de la angustia, de la tristeza, del malestar en el corazón y en todo el cuerpo. Fue algo así como “on fait l’amour ou on va prendre le petit déjeuner d’abord? (“hacemos el amor o tomamos primero el desayuno?”) Creo que solo a una francesa podría ocurrírsele decir tal cosa...

Sentí como si me hubieses tomado de la mano para hacerme pasar del infierno al paraíso….

Fue algo muy hermoso poder volver a recorrer la piel suave de tu espalda y de tus hombros, aproximarme a tu cintura, recorrer tu vientre y rodear tus hermosas caderas desnudas para poder así alcanzar tus piernas…. Pero tu sexo parecía reclamar mis manos y cuando llegué a él ya pude sentir de nuevo el deseo que expresaba…. Se había humedecido rápidamente y parecía que la adorada inundación no se encontraba lejos…. Pude humedecer mis dedos en tu vagina y penetrarla como no lo había podido hacer durante todos esos meses transcurridos en la lejanía.

Qué delicia, qué hermosura, qué belleza…

Fui sintiendo poco a poco como tu excitación crecía como lo denunciaban tus vibraciones, siempre tan sensuales, que se transmitían a mis manos y a todo mi cuerpo, hasta que llegó el momento en el que tus nalgas y tu sexo buscaban el mio…. Sin decir una sola palabra, solo con los movimientos ondulatorios de tus caderas, me pedías que te penetrase, que te hiciese mía una vez más….

Y volviste a ser mia…., volviste a ser mi amor, mi alma, mi vida toda….

Trampa peligrosa, incluso para el que ha caído en ella un sinnúmero de veces… Si bien se dice que es el hombre el que posee a la mujer, en nuestro caso, al final, el efecto resulta exactamente al revés…. Aunque yo sea el que penetra tu cuerpo eres tú la que penetra por cada poro de la piel, eres tú la que se instala en mi mente, en mi imaginación, en todos mis sentimientos…. No respetas ni siquiera mis sueños más profundos, apareces en todos ellos como si no te bastase encontrarte en mi mente durante el día… y todos los días….

Te encontrabas completamente desnuda, habías tomado un baño unos momentos antes y tu piel aun respiraba ese aroma de frescura, de pulcritud que te hacía aun más deseable….
Cuando te encuentras desnuda es cuando más me gustas, cuando más siento que te amo, cuando más siento ese deseo irreprimible de verte, de tocarte, de recorrerte con ojos, manos, boca…. cuando más siento que estoy completa y profundamente enamorado de ti….

Y estabas tan desnuda….

No solo tu cuerpo se mostraba ante mi con toda tu belleza, me mostrabas también tu alma encantadora, tus sentimientos, tus emociones, tus deseos….

Estabas tan bonita… y tan desnuda!!

Nos volvimos a besar como hacía tanto tiempo no lo hacíamos, besos de enamorados, besos que comparten labios, boca, lengua… besos que comparten el alma….

Contigo las ocasiones han sido tantas y tantas en las que siento que el corazón me va a estallar de alegría, de energía contenida, de felicidad, que solo han podido traer como resultado que te siga amando, que siga enamorado de ti, de mi Isabelle, de mi mujer, de mi amor, de mi diosa del amor, de mi Venus…. de “mon bien…”

Después vino un masaje con el que mis manos volvieron a recorrer tu adorable espalda, tu cintura, tus caderas…. El ritual se repetía y cuando te recorría sentía de nuevo que la excitación crecía y que te deseaba una vez más, quería renovar ese amor que solo se experimenta una vez en la vida…. Me coloqué encima de ti y esta vez mi sexo buscó el tuyo…. Te penetré nuevamente y esta vez sentí que también estaba siendo esperado… y deseado…

Volvimos a recordar tu posición favorita cuando hacemos el amor y esta vez fue el éxtasis…

Sentí como si una corriente eléctrica fuese entrando por mi cuerpo y fuese llegando hasta las células situadas hasta los puntos más remotos…desde el cabello hasta los pies sentí ese orgasmo magnífico, único, hermosísimo… inolvidable!!!

Mientras que volvía a descubrir el dulce sabor de tus labios, la transparencia de tu mirada y los movimientos sensuales de tus caderas y de todo tu cuerpo, pasaron por mi mente en un solo instante escenas de todos esos sitios en donde hemos hecho el amor hasta alcanzar el placer infinito....

Tantos lugares que me han visto con mi Isabelle… “la main dans la main…”

Podría ahora decir, parafraseando a Víctor Hugo que cuando estoy triste y sin ti, tengo 80 años, cuando me siento feliz, como ahora lo estoy, tengo 22!



jueves, 19 de febrero de 2015

UNO DE LOS MUCHOS Y AGRADECIDOS COMENTARIOS DE MI LIBRO "ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR"

Mi querida Lidia. Aquí como en Argentina estamos de vacaciones y para mí son días complicados, no había podido leerte y tampoco escribirte, pero me obligo y me robo un momento para comentar que he leído algunos de los cuentos que has publicado en el blog y que me parecen fantásticos.

Esa obstinada costumbre de morir, libro que acabas de publicar y que lamentablemente no está disponible al resto del mundo, ese título es una pieza fundamental para entender los textos,   porque efectivamente la muerte es obstinada y se presenta aun a pesar nuestro y se hace costumbre verla seguido.

En los textos que he podido leer:  

Canción de cuna. El Guardián. Yo, Coleccionista. Escondite en plaza Rodríguez peña. Otro de ciencia ficción.

La muerte es apenas un elemento más, instalado, confundido con la taza de café, la ropa lavada, una conversación, un teléfono celular, un sonajero, un biberón.

Lo realmente interesante de los textos es ese retrato de la vida de las personas, que pueden ser nuestros vecinos, compañeros de trabajo, quien nos vende el pan y nosotros, tan ensimismados en nuestros propios pasos no somos capaces de ver lo duro que resulta la vida para otra persona.

Para mí no son textos tristes, si debo colocar un calificativo, diría que son abrumadores.

Quien mira la fotografía del blog, con lentes, sonreída y apacible, jamás podrá pensar que imaginas y vives ese mundo que nos presentas y que muchos de nosotros nos cuesta mirar, pero es real, está  allí.

Es un trabajo que ha debido dolerte mucho y ahora es el momento para cerrar esa puerta y abrir otra, quizás más complicada, pero igual de necesaria para quien tiene la tarea de escribir.

Este comentario o parecido lo publicaré en mi FB, en Rayuela y en Ríos de Tinta, porque creo que tus textos deben ser leídos, sobre todos por quienes escribimos.

No pude publicarlo en tu blog, pero puedes publicarlo si lo crees necesario.

Un abrazo, con un enorme cariño y sobre todo respeto, por quien eres y por lo que defiendes. 
  
 José Morales

SEGREGADO

SEGREGADO
“Con un ojo en cada sien, como los centauros, se encaramó a la roca para dejarse caer hacia el acantilado y terminar su inútil vida. Fin”.
Levanté la mirada  y vi que Juani ya se había dormido. No sé cómo, pero se había dormido. Me dije: esta es la historia más terrible que he leído en mi vida. De verdad. Y eso que llevo décadas leyendo. No podía concebir que mi hijo me pidiera que le contara este cuento para dormir. Un penoso relato de un animal deforme, segregado por la manada al punto de suicidarse. Dejé la habitación en puntas de pie y, todavía estremecido, me senté en el sillón del living. Algo tenía que hacer y no sabía qué. Él se había adentrado en el sueño con facilidad y yo, un adulto, no podía sacarme de la cabeza la escena final: ese hartazgo irreparable del que es diferente. Me propuse reescribir el cuento. Un padre no podía permitir que un niño de cuatro años disfrutara de aquello. Necesitaba darle un clima de aceptación, un mensaje de esperanza y caridad.
Pasé toda la noche en la computadora.  Al fin, la historia modificada me agradó: una versión del Patito Feo; pero era lo que yo deseaba contarle a Juani. Busqué papel canson y crayones y dibujé un centauro alado. Un animal que cambia la propia muerte por el vuelo, ése al que su manada admira mientras surca los aires. Pensé: Juani, será tuyo cuando despiertes.
Pero no se lo di a la mañana. Decidí que al acostarse, cuando me pidiera que leyera el cuento nuevamente le entregaría el dibujo y el nuevo relato. Más tranquilo, me fui a la oficina. Mi mujer todavía dormía. Juani se iría al jardín y ella a su trabajo.
No fue un buen día. Mis compañeros, esos que me dirigen la palabra solamente para saturarme de trabajo, esos que nunca se acuerdan de mi nombre, esos que se burlan de mis orejas grandes, mi calvicie prematura, mis anteojos de miope, mi tartamudeo, mi gordura; esos, no me dieron paz durante nueve horas. Encima, dos horas antes de retirarme, el jefe de sección me llamó a su despacho, dijo que ya no necesitaban más de mis servicios y que en quince días debía desalojar mi escritorio. Pasé mucho tiempo en el baño vomitando, aturdido, lleno de miedo y también de odio hacia mí mismo, por ser así, por no tener amigos, ni vida social. ¿Qué iba a hacer yo de aquí en más? ¿Cómo mantendría a mi familia? Sabía que Estela me quería, pero no me amaba. Yo no era la persona de la que se había enamorado.
Salí nauseoso de la oficina y mientras caminaba cargado de culpa y cobardía recordé que una vez, al entrar a casa, le escuché decir a mi hijo: “ahí viene Dumbo, mamá”. “¡Shhhhhhh!” Yo era su vergüenza: no podía soportarlo.
El cuento, el original, se me hizo presente y comprendí qué le había pasado a aquel animal.  No podía transformarme en un padre aceptable. Ni tampoco en un buen proveedor para mi mujer. También me sentí un inútil.
En el andén del subterráneo no dudé ni un instante: volé, centauro con alas.




sábado, 14 de febrero de 2015

OTRO CUENTO DE MI LIBRO "ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR"

YO, COLECCIONISTA
Llevo al cándido púber a mi cuarto y, traspasando la conversación sobre temas intrascendentes, lo violo. Gozo al verlo aterrorizado y con náuseas, gimiendo de dolor.
Soy sanguijuela: bebo los fluidos rojiblancos en desesperado ritual. Al fin, inservible para otra cosa, lo abandono en un pasaje sin luz.
Limpio el puñal y guardo, en la caja de madera labrada, otro pañuelo húmedo en semen y sangre.
Nunca serán suficientes.


domingo, 8 de febrero de 2015

Vietnam: país incomparable


Vietnam: país incomparable
Autor José Luis Herce

Las impresiones de mi viaje por Vietnam me han estado acompañando por toda una diversidad de países: Argentina, Brasil, Venezuela, Colombia, Singapur, etc. pero es solo hasta ahora que la musa se ha dignado sentarse conmigo para lograr transcribir algunas de mis últimas experiencias en ese fascinante país.

Desde hace varios años estoy convencido que he tenido una suerte inmensa en el transcurso de mi vida. Si ahora me refiriese únicamente a los viajes que he podido emprender y los países que he podido visitar, entonces debería decir no solo que he tenido muy buena suerte, sino que he sido un ser particularmente privilegiado.

Acabo de regresar de Vietnam, país que me ha marcado profundamente por su gente, su historia, sus paisajes, su excelente comida, los múltiples colores que parecieran jugar con las condiciones climáticas para acentuar aun más su belleza y la de sus habitantes, por no citar sino algunos de los aspectos que pretendo describir.

Tendría en primer lugar que reconocer la dificultad para encontrar las palabras y las frases más adecuadas para intentar presentar a esa gente tan sonriente, hospitalaria, amable y al mismo tiempo quizás un poco tímida, sin que nosotros, los extranjeros, sepamos exactamente en donde se encuentra la frontera entre lo que aparece en un diccionario de una lengua occidental como timidez, y el respeto que tienen los vietnamitas por la persona. Esta frontera quizás resulte aun más difícil de definir si el extranjero no proviene de alguno de los países asiáticos. Y será aun más complicado hacerlo si ese extranjero es natural de un país que se encuentra a una distancia de Vietnam que sería equivalente al tamaño de dos continentes. Ir de México a Vietnam implica un viaje de más de 30 horas de avión: atravesar el océano Pacífico para ir de nuestro país a Vietnam equivale a un mayor tiempo del que nos llevaría cruzar de sur a norte dos continentes del tamaño de Africa.

Durante mis años pasados en Francia cayó en mis manos un libro extraordinario que llevaba como título “Cuando la China se despierte…” Su autor profetizaba el crecimiento espectacular de China, especialmente en las dos últimas décadas. Con frecuencia en los seminarios en los que participo debo abordar el crecimiento industrial en China y suelo comenzar pidiendo al público que cuando regrese a su casa observe la cantidad de productos que vienen precisamente de ese país: van desde juguetes hasta comida, pasando por aparatos eléctricos, bebidas alcohólicas, porcelana, ropa, electrodomésticos, aparatos electrónicos, etc. El mismo autor del libro que menciono escribió algunos años más tarde una segunda parte de su libro que lleva por título: “China ya despertó…”

Creo que podría escribir un libro similar acerca de Vietnam. Las habilidades, la seriedad, voluntad y capacidad de trabajo de los vietnamitas me sorprendieron. Resultaba muy difícil imaginar que se encontrasen a tan elevado nivel.

Se trata de un pueblo que pareciese haber encontrado un equilibrio casi perfecto entre el trabajo y las relaciones familiares. Los niños vietnamitas podrían contarse entre los más felices del mundo, lo que quizás podría atribuirse principalmente a una convivencia familiar muy sana entre los diferentes miembros de la familia y a las continuas expresiones de cariño de los padres hacia los hijos. Se tiene la impresión de que esos pequeños aprendiesen, desde la más tierna edad, a sonreír y a mostrar con su sonrisa la bienvenida que nos ofrece ese pueblo tan excepcional que es el vietnamita.
Cuando se observa con detenimiento a los hombres y mujeres de Vietnam puede confirmarse  que en su mayoría son delgados y sobretodo pequeños. Si se les compara en especial con los pueblos del norte de Europa o de Canadá y los Estados Unidos, algunas preguntas comenzarán de inmediato a asaltar la mente del observador: ¿cómo es posible que estos individuos tan amables y sonrientes, tan pequeños, tan delgados que parecieran sufrir de problemas de nutrición, con una industria a nivel de país tan elemental, que empleaban las bicicletas como medio de transporte más generalizado, pudiesen haber pasado por tantos y tantos años de guerra, y que además se hubiesen permitido el lujo de derrotar a una de las potencias militares mas importantes del planeta como lo era Francia?

Algunos años después se convirtieron en el primer país de la tierra que derrota y arroja fuera de su territorio a la superpotencia militar e industrial número uno en el mundo: los Estados Unidos. Y como si fuese poco, todavía algunos años más tarde lograron detener en la frontera común al enemigo tradicional que los había ocupado en la antigüedad durante mil años: China.

Los vietnamitas pudieron frenar a los chinos que pretendían invadirlos. Se trataba de una  represalia por la lucha emprendida por Vietnam para liberar a Cambodia de uno de los individuos más siniestros que ha producido la humanidad, comparable solo con Stalin o Hitler: Pol Poth.

Resulta curioso observar la modestia del pueblo vietnamita cuando el extranjero pretende tratar de discutir con ellos sobre esos temas. La sonrisa de los vietnamitas será la primera respuesta, y nos dejarán aun más boquiabiertos al constatar que una y otra vez nos repetirán que se trata “tan solo” de poseer una voluntad suficiente para poder vencer las bombas, los aviones y las armas químicas.

Esa voluntad solo puede estar forjada con el acero más resistente que uno pueda imaginar. No se trataba solo de bombas y de armas químicas, debieron además sobreponerse al sufrimiento, al hambre, a las enfermedades y a todas las innumerables penurias por las que tuvieron que atravesar por todos esos años de una guerra que parecía interminable.

Habría que rendir un homenaje muy especial a la mujer vietnamita por su temple. Se trata de algo único, exclusivo, que llevan esas mujeres consigo como una parte de su naturaleza. Y al mismo tiempo saben llevarlo a la par de su encantadora feminidad.

La sutil y sencilla belleza de la mujer de Vietnam, al unirse a su dulce sonrisa, hace que el hombre occidental se encuentre sin defensa alguna ante ese conjunto de gracia y encanto.

Soy un verdadero admirador de la belleza femenina. Por los países que me toca recorrer suelo llevar a cabo una sencilla evaluación para poder calificar a las mujeres del lugar en una escala de belleza muy particular y propia de mis gustos personales.

La prueba consiste en empezar a contar el número de mujeres, a partir de 14 años hasta las ya mayores, que se cruzan en mi camino. Solo me detengo en la cuenta cuando aparece ante mis ojos una que me llama la atención en particular y a la que puedo atribuirle el calificativo de  mujer bonita. En algunos países no requiero llegar a la primera decena de mi cuenta, mientras que en otros he podido llegar a la primera centena sin encontrar a la mujer que puedo calificar, por supuesto con mi gusto muy personal, como bonita. En Vietnam encontré muy rápidamente que las mujeres eran muy atractivas.

¿Cómo poder describir a la mujer vietnamita? Quizás no tendrá las cualidades de belleza que el mundo en general suele conceder a la mujer francesa por ejemplo, pero la supera a ésta, y por mucho, en cuanto a lo que se refiere a gracia, dulzura y, sobretodo, en feminidad.

Tanto mujeres como hombres se desplazan en esos incontables vehículos de dos ruedas y que llamaríamos bicicletas, motonetas, motocicletas, etc. de todos los tamaños, formas y cilindrajes posibles e imaginables. Son tantos estos “vehículos” que cruzar las calles constituye una verdadera aventura en las ciudades vietnamitas. Con frecuencia no es posible contar siquiera con la ayuda de los semáforos que tanto maldecimos los conductores del mundo occidental, por su inevitable presencia en nuestras calles y en especial por su número.

En Vietnam uno debe aprender con relativa rapidez a cruzar las calles en las ciudades. No es posible hacerlo como en cualquier otra parte del planeta. Para poder pasar a la acera opuesta resulta casi imprescindible hacerlo junto con un vietnamita. Es la manera de aprovechar su “know how” para poder así esquivar el número que pareciera ser infinito de motocicletas que se encuentran circulando a toda hora del día y buena parte de la noche.

Esos vehículos de dos ruedas provienen de tres países en especial: Japón, Rusia y China. Por supuesto las motocicletas japonesas son las favoritas, el “sueño japonés para los vietnamitas”. Las motocicletas rusas son por lo general de marca Mink, de apariencia muy sólida. Finalmente aparecen las motocicletas chinas: “el sueño japonés por fuera… pero por dentro… la realidad china”, suelen decir los vietnamitas haciendo gala de su fantástico sentido del humor.

Una de las principales, entre las múltiples atracciones de Vietnam, en especial para el extranjero occidental, la constituyen las jóvenes estudiantes de secundaria y preparatoria. Se caracterizan por llevar un uniforme, todo de una blancura impecable, que representa el vestido típico de las jóvenes estudiantes de bachillerato del país. Se trata de un vestido entallado en la parte superior pero holgado y abierto de la cintura hacia abajo y que se combina con un pantalón del mismo color.

Con frecuencia es posible observarlas desplazándose en bicicleta, llevando un sombrero cónico, hecho de paja y que no es otro que el sombrero tradicional que solemos ver en las películas o en las tarjetas postales del país.

Protegerse del sol es algo de suma importancia para la mujer vietnamita, muchos de los pueblos asiáticos consideran que la blancura de la piel es una de las más importantes características de la belleza femenina. El ver a estas jóvenes estudiantes, siempre acompañadas de su inseparable sonrisa, tanto en las ciudades grandes como las pequeñas, constituye un pasaje verdaderamente idílico.

Desde que aprendimos lo importante que era leer los periódicos, lo que para la gente de mi generación se remonta a los años cincuenta del siglo pasado, supimos que existía un país que se llamaba Vietnam y que se caracterizaba porque siempre estaba en guerra. Muchas de las trágicas fotografías que aparecían en los diarios y las revistas quedaron grabadas en la mente para muchos de nosotros.

Años después, cuando aprendíamos geografía e historia en la escuela, nos dimos cuenta del tamaño del país que se enfrentaba en su lucha por la libertad a las más grandes potencias vencedoras de la segunda guerra mundial, Francia y los Estados Unidos, sentimos de inmediato una enorme simpatía por él.

Quizás fue desde entonces que Vietnam es y será siempre uno de mis países predilectos.

sábado, 7 de febrero de 2015

Escape de las Islas Marías



Escape de la Islas Marías - Autor David Gómez Salas
Cuento dedicado a la Bahía de San Blás

Las islas Marías son cuatro islas localizadas en el océano Pacífico a 112 kilómetros de las costas del Estado de Nayarit, México.


La mayor de las islas, María Madre, tiene una superficie de 145 kilómetros cuadrados y ahí se encuentra el Penal Federal de Islas Marías desde el año 1905. Las otras islas: María Magdalena, María Cleofas y San Juanito, son más pequeñas. 


Al inicio de su creación, al penal de las islas María eran llevados los reos más peligrosos y los siempre negados presos políticos. Pero en en los años setenta, llegaron a la isla reos de baja peligrosidad bajo un sistema de libertad reglamentada, que incluía la convivencia familiar, un sistema que permitía la readaptación social de los presos.


Para desmoralizar a los reos, les decían que las aguas estaban infestadas de tiburones que los atacarían si se alejaban a nado de la isla. Sin embargo los que pescábamos en esta zona sabíamos que ya no existían muchos tiburones, porque habíamos pescado en exceso. Vendíamos la aleta seca a 70 dólares el kilo.


Convencí a Martín y al Pedro para escapar de la Colonia Penal Federal Islas Marías. Fue fácil convencer a Pedro,  porque estaba decidido a todo, debido a que lo había abandonado su novia.  A Martín  también lo habían abandonado, pero estaba menos afectado.


Martín llegó al penal con su mujer Natividad (Naty). Pedro llegó con su novia Priscila (Pris).  Mi compañera fue Inés, que murió de una enfermedad.

Al transcurrir casi un año Naty abandonó a Martín,  se juntó con un guardia llamado Genaro. Priscila abandonó más rápido a Pedro, a los seis meses de su llegada se juntó con Eulogio, otro custodio.

Los tres teníamos motivos para desear no ver más aquel lugar y algunos de sus habitantes.


La Isla María Madre estaba vigilada por la infantería de Marina y estaba prohibido acercarse a la isla a una distancia menor a 12 millas. Sin embargo de noche es posible acercarse a la costa y retirarse pronto sin ser descubiertos. Por eso que mi idea fue salir nadando de noche y abordar una lancha a 100 metros de la costa.


De San Blás a la Isla María Madre hay una distancia, en línea recta, de 114 kilómetros (72 millas náuticas). Esta distancia se podría recorrer  en cuatro horas, a una velocidad 18 nudos, que es la máxima que desarrollan la mayoría de las lanchas de los pescadores. Normalmente se recorre en  5 horas y media. Navegando con tranquilidad, siempre y cuando, existan buenas condiciones de viento, oleaje y corrientes marinas


Es fácil acercarse a la isla y retirarse pronto, sin ser descubiertos. Cualquier pescador puede ir de noche a la Isla María Madre y regresar a San Blás, utilizando una brújula. Se puede atracar cerca de la Isla María Madre en las coordenadas: Norte 21º 34’ 00” - Oeste 106º 29’ 35” y en San Blás en las coordenadas: Norte 21º 31’ 33” - Oeste 105º 17’ 12”.


Así que la libertad se podía obtener, con una lancha. Necesitaba conseguir quien me apoyará con una lancha, tenía varios amigos pescadores de confianza, uno de ellos: El Oxígeno.


Martín creía que el mar estaba infestado de tiburones y atacarían a quién se arrojara al agua.


Conozco la zona—Le dije. Le expliqué que hace muchos años estuvieron pagando a setenta dólares el kilo de aleta seca de tiburón y por eso había muy pocos tiburones.


Los guardias pasaban lista a los presos tres veces al día, la primera vez a las cinco de la madrugada y la última vez a las ocho de la noche. A partir de las nueve y media de la noche hay toque de queda, nadie puede salir de su vivienda. No se puede estar en la calle, ni en otro lugar que no sea su casa.


El mejor momento para escapar es inmediatamente después de que se da el toque de queda, porque se tiene el resto de la noche sin que pasen lista. Pero como también hay que cuidar no ser vistos por los otros presos y habitantes, conviene esperar a que duerma la mayoría. Las once de la noche es  buena hora.


Así que salimos a las once de la noche, nos arrastramos hasta la playa, para lanzarnos al mar y nadar hasta el punto donde nos esperaba "Oxígeno" con su lancha "Rosario de Fátima".  Como ya sabíamos que se requiere  fuerza para arrastrarse hasta la playa y  nadar la lancha, habíamos entrenado jugando el juego llamado "los caimanes", que consiste en avanzar arrastrándose  con los codos.


Cuando subimos a la lancha, Oxígeno nos dijo que en caso de ver una lancha patrulla debíamos tirarnos de inmediato al agua. Nos entregó a cada uno, un juego de ropa compuesto por short, camiseta, chaleco salvavidas y aletas. La ropa y demás cosas eran de color negro, para que fuera difícil que nos vieran en el agua.


En caso de que nos arrojáramos al mar, "Rosario de Fátima" continuaría el viaje a la costa para que al ser interceptada más adelante, solo encontraran en la lancha Oxígeno, Yaco (su hijo y ayudante) y lo que habían pescado ese día.

Oxígeno me dio una brújula para que al nadar de noche pudiera orientarme a la costa. También me dio una pequeña lámpara para ver la brújula y hacer señales en caso necesario. 

Nos entregó un frasco que contenía una crema de elaboración casera. La elaboran con un producto artificial que le llaman esperma de ballena, al cual le agregan extractos de ruda y ajo. El esperma de ballena artificial es insoluble en el agua de mar. Este producto sirve  para que no se acerquen los tiburones. Nos untamos la crema en brazos cuerpo y piernas,


Después de cambiarnos de ropa, la que traíamos puesta la metimos en una bolsa de red plástica y la cual atamos a una piedra que nos dio Oxígeno y la arrojamos al fondo del mar. 


Si se tienen que arrojar al agua, no se preocupen. Un amigo, el Memín, estará al pendiente de ustedes y si nota que regreso a San Blas sin ustedes, él saldrá en su lancha a buscarlos--Nos dijo Oxígeno.


Memín navegará haciendo una señal con una linterna para que ustedes sepan que es él.  Será una luz  larga, tres luces cortas, una larga, tres cortas; repetidamente. Cuando vean la señal, encienden la lámpara para que él pueda verlos.


El plan era simple, podía funcionar. Para evitar que una lancha patrulla nos encontraran en la lancha de Oxígeno, debíamos tirarnos al agua en cuanto viéramos una patrulla que pudiera acercarse a la lancha en que viajábamos y Oxigeno seguiría navegando a la costa cambiando ligeramente el rumbo de la lancha.


Eran casi las dos horas de la madrugada cuando observamos que venía una lancha y por lo tanto nos tiramos al mar.


Oxígeno continuó navegando "Rosario de Fátima" rumbo a  San Blas. Aquella madrugada el cielo estaba nublado, no se veía la luna, ni las estrellas.


El agua estaba fría y gracias a Dios el mar no estaba agitado. Yo iba al frente, atrás a mi izquierda Martín y atrás a mi derecha Pedro. Nadamos rumbo al Este. Martín estaba asustado y a cada rato imaginaba ver tiburones.


No te preocupes, los tiburones no comen lo podrido—dijo Pedro a Martín. Pero es mejor que te coma un tiburón, así tu alma queda en el animal, no se la lleva el diablo al infierno


Creo que no vendrán por nosotros. el agua está cada vez más helada, ¿Cuánto dura el ungüento que nos pusimos?—dijo Martín.


No se quita con el agua, dura mucho. Vamos a nadar con calma, para que evitar un calambre—contesté.


¿Cómo se quita?—pregunto Martín.


Con gasolina o con alcohol—dijo Pedro.


Le atinamos a una noche oscurísima, no nos verá ni Dios—dijo Martín.


Hace mucho tiempo que Dios no te ve—contestó Pedro


Después de estar cerca de una hora en el agua, se aproximaron a nosotros, dos lanchas provenientes del Este.  Nos quedamos quietos y las lanchas pasaron de largo.


¿Quiénes serían?—preguntó Martín. Yo creo que la policía, ya habrán avisado al puerto, por radio. Se contestó el mismo


No vi que hicieran la señal convenida—les dije.


Hay que hacerse a la idea de que seguiremos nadando hasta la Playa—dijo Pedro.


Más o menos otros tres cuartos de hora después, regresaron del Oeste las lanchas. Esta vez pudimos ver que hacían la señal convenida. Una luz larga, tres cortas. Pero como eran dos lanchas no encendí la lámpara y las lanchas nuevamente pasaron de largo.


Debiste encender la lámpara, las dos lanchas hicieron la señal—me dijo Pedro.


Lo raro es que son dos lanchas—respondí


Que tal vino a buscarnos el Memín y otro compa. Con dos lanchas se puede revisar mejor—dijo Pedro


Si regresan encenderé la lámpara—contesté.


Y pasó casi otra hora para que viéramos de nuevo las dos lanchas que aparecieron en el Este, esta vez venían más al norte de nosotros. Encendí de inmediato la lámpara para que nos vieran y por las prisas no esperé a ver si hacían bien la señal. Y después de dos o tres minutos nos vieron y se dirigieron a nosotros.


La primera lancha que llegó era de la guardia costera.


¡Chin! Volveré a ver a la Naty—exclamó Martín.

Y yo a la Pris—dijo Pedro
Yo simplemente no puedo volver a la Isla—contesté. Pensé en sumergirme y nadar hacia el suroeste.

Repentinamente oí: ¡Ya la hicimos, mis cuates! Era la voz del Oxígeno, gritando.


La lancha de atrás era "Rosario de Fátima" y desde ahí nos gritó:

¡El Capi es mi amigo, él y sus compañeros nos van ayudar!

A bordo de "Rosario de Fátima", Oxígeno nos contó que la lancha patrulla tardó en alcanzarlo porque él le metió duro para que lo detuvieran lejos de nosotros. Y resultó que cuando la lancha patrulla lo alcanzó, Oxígeno se dio cuenta que quien capitaneaba la lancha patrulla era su amigo.


Han pasado muchos años después de aquella madrugada y todavía me reúno con Martín y Pedro, al menos una vez al año. Siempre al tomar el primer trago brindamos por “La Naty”, “La Pris” y mi Inés.


He leído que de 70 prófugos que han escapado de la Isla María Madre en los últimos quince años, las autoridades de la isla solo capturaron a cuatro. Las autoridades opinan que probablemente a los demás se los comieron los tiburones. 


La costa del Estado de Nayarit es benevolente, proporciona todo para vivir, solo hay que tomarlo. No es necesario delinquir para sobrevivir. Por eso varios de los que escapan del penal de las Islas Marías, se quedan en la costa de Nayarit. 


Son ciudadanos reformados por el mar. El mar enseña a ser pacientes, tenaces y solidarios. 

miércoles, 28 de enero de 2015

EL GUARDIAN de mi libro Esa obstinada costumbre de morir

EL GUARDIÁN
La veo entrar, cansada, después del trabajo en su bufete de abogada de la 5º Avenida. Aunque estoy acurrucado bajo el sillón del hall, veo que su maquillaje ya no puede ocultar las ojeras de un día complejo. Mariana va a la cocina, se sirve un jugo y galletitas y luego prepara su acostumbrado café negro. Lynn suele venir minutos más tarde: el tiempo suficiente para que ella descongele alguna comida al terminar el café. Abre la botella de Chablis y la lleva al living; pone música.
Apaga el celular y lo abandona sobre el audio; tras el ventanal el puente de Brooklyn que la separa de Manhattan, le asegura unas horas de descanso y tranquilidad.
Mira el reloj y pone sin apuro la mesa para dos. Me llama. No me muevo. Tengo miedo. Empieza a buscarme, extrañada. Se encoge de hombros. Sabe que nunca me escapo.
Vuelve a la cocina y yo me escondo más, estrechándome todo lo que puedo, que no es mucho. Sigue llamándome. Mudo.
El saco de Lynn colgado en el perchero de la entrada la sorprende. Es curiosa. Revisa los bolsillos y descubre el celular. No puede evitarlo. Recorre los últimos mensajes de voz y escucha: “Susan… hoy se lo digo… se terminó, ¡te lo juro! tengo los pasajes… ¡Te amo!”
Mariana tira el celular y sube las escaleras. Supone que él  estará recogiendo sus cosas. En el rellano patea un bolso.
Salgo de mi escondite. La sigo. Él yace destrozado sobre la cama.
Soy un rottweiler. No permito que a mi dueña la abandonen.


Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

Escritura
esa pluma que todos hubiéramos querido tener entre nuestros dedos