viernes, 19 de noviembre de 2010

AMOR DE VERANO

AMOR DE VERANO


Está atardeciendo…dejó flotar en el aire las palabras junto al humo dulce del tabaco de pipa que fumaba, primerizo. Se acurrucó más junto a ella sobre ese madero rústico donde tantos pescadores habían disfrutado de largos silencios de espera.

Ella no contestó. Su mirada aceptó el acercamiento de los cuerpos. Tomó la mano del joven que ya amaba y la apoyó sobre su vientre virgen. Se besaron sin vergüenza mientras la sinfonía de las aves propietarias del río iba apagándose. Sus sexos iluminaron, encendidos, la noche joven.

Todo pasó como el viento. La sedujo la primera semana, la tuvo en la siguiente y la dejó sin misericordia, sin himen y repleta, un mes después.

Ella nunca volvió al muelle en el Tigre. Él se convirtió, de adulto, en un consumado fumador de pipa.

sábado, 13 de noviembre de 2010

NUEVAS REGLAS DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

Salvador Gutiérrez Ordóñez, director de la Ortografía de la Lengua Española.

La Real Academia Española (RAE) divulgó las nuevas reglas ortográficas, entre las que se encuentra la eliminación de varias tildes, el cambio en la denominación de algunas letras y la forma de escribir de algunas palabras.


Éstas son algunas de las modificaciones previstas en el nuevo texto:


La i griega será ye
Algunas letras de nuestro alfabeto recibían varios nombres: be, be alta o be larga para la b; uve, be baja o be corta, para v; uve doble, ve doble o doble ve para w; i griega o ye para la letra y; ceta, ceda, zeta o zeda para z. La nueva Ortografía propone un solo nombre para cada letra: be para b; uve para v; doble uve para w; ye para y (en lugar de i griega). Según el coordinador del nuevo texto, el uso mayoritario en español de la i griega es consonántico (rayo, yegua), de ahí su nuevo nombre, mayoritario además en muchos países de América Latina. En tanto, la desaparición de la i griega afecta también a la i latina, que pasa a denominarse simplemente i.

Ch y ll ya no son letras del alfabeto
Desde el siglo XIX, las combinaciones de letras ch y ll eran consideradas letras del alfabeto, pero ya en la Ortografía de 1999 pasaron a considerarse dígrafos, es decir, "signos ortográficos de dos letras". Sin embargo, tanto ch como ll permanecieron en la tabla del alfabeto. La nueva edición los suprime "formalmente".

La eliminación del tilde en solo
Hay dos usos en la acentuación gráfica tradicionalmente asociados a la tilde diacrítica (la que modifica una letra como también la modifica, por ejemplo, la diéresis: llegue, antigüedad). Esos dos usos son: 1) el que opone los determinantes demostrativos este, esta, estos, estas (Ese libro me gusta) frente a los usos pronominales de las mismas formas (Ese no me gusta). 2) El que marcaba la voz solo en su uso adverbial (Llegaron solo hasta aquí) frente a su valor adjetivo (Vive solo).

Guion, también sin tilde
Hasta ahora, la RAE consideraba "monosílabas a efectos ortográficos las palabras que incluían una secuencia de vocales pronunciadas como hiatos en unas áreas hispánicas y como diptongos en otras". Sin embargo, permitía "la escritura con tilde a aquellas personas que percibieran claramente la existencia de hiato". Se podía, por tanto, escribir guion-guión, hui-huí, riais. La nueva Ortografía considera que en estas palabras son "monosílabas a efectos ortográficos" y que, cualquiera sea su forma de pronunciarlas, se escriban siempre sin tilde.

4 o 5 y no 4 ó 5
Las viejas ortografías se preparaban pensando en que todo el mundo escribía a mano. La nueva no ha perdido de vista la moderna escritura mecánica desde la máquina de escribir a la computadora. Hasta ahora, la conjunción o se escribía con tilde cuando aparecía entre cifras (4 ó 5 millones). Era una excepción de las reglas de acentuación del español: "era la única palabra átona que podía llevar tilde". Sin embargo, los teclados de computadora eliminaron esa confusión al tener la letra ey el número con un formato diferente, por lo que directamente esa norma se suprimió.

Catar y no Qatar
Aunque no siempre lo fue, recuerda el coordinador de la nueva ortografía, la letra k ya es plenamente española, de ahí que se elimine la q como letra que representa por sí sola el fonema /k/. "En nuestro sistema de escritura la letra q solo representa al fonema /k/ en la combinación qu ante e o i (queso, quiso). Por ello, la escritura con q de algunas palabras (Iraq, Qatar, quórum) representa una incongruencia con las reglas". De ahí que pase a escribirse ahora: Irak, Catar y cuórum. ¿Y si alguien prefiere la grafía anterior: "Deberá hacerlo como si se tratase de extranjerismos crudos (Qatar y quorum, en cursiva y sin tilde)".

160 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE ROBERT LOUIS STEVENSON

                                                        

Novelista, ensayista y poeta escocés, algunas de cuyas obras se han convertido en clásicos de la literatura infantil. Nació el 13 de noviembre de 1850 en Edimburgo. Hijo de un ingeniero, estudió también esta profesión y, más tarde leyes, en la universidad de su ciudad natal. Desde su niñez, sin embargo, siempre había sentido una especial inclinación hacia la literatura. Ello le influyó, más adelante, para dedicarse a las letras, y fue perfeccionando su estilo de tal modo que en pocos años se situó entre los escritores más destacados de su tiempo.


Enfermo de tuberculosis, se vio obligado a viajar continuamente en busca de climas apropiados a su delicado estado de salud. Sus primeros libros son descripciones de algunos de estos viajes. Así, Viaje tierra adentro (1878) cuenta un recorrido en canoa a través de Francia y Bélgica que había realizado en 1876, y Viajes en burro por las Cevannes (1879) los avatares de un viaje a pie por las montañas del sur de Francia, en 1878. Uno de sus viajes posteriores le llevó, en un barco de emigrantes, a California (1879-1880), donde, en 1880, se casó con la divorciada estadounidense Frances Osbourne. La popularidad de Stevenson se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras. La isla del tesoro (1883), una trepidante historia acerca de la búsqueda de un tesoro enterrado, presenta el bien bajo la forma evidente de un chico, Jim, que debe descubrir por sí mismo la cara del bien y del mal entre sus bondadosos amigos, el mal aparentemente personificado en los piratas Pew y Long John Silver. En la alegoría moral en forma de historia de misterio El extraño caso del doctor Jeckyll y mister Hyde (1886), los dos extremos, el bien y el mal, se unen en una sola persona, el médico Henry Jeckyll, que descubre una sustancia química capaz de transformarlo, primero a voluntad y después incontroladamente, en el monstruo Hyde. La acción de Las aventuras de David Balfour y Weirde (1886), comienza con el robo de una herencia, la del joven David Balfour, el cual, tras ello, se une a la banda del orgulloso luchador escocés Alan Breck. Entre sus novelas de aventuras destacan La flecha negra (1888) y El señor de Ballantree (1889). La inconclusa Weir of Herminston (1896), está considerada como su obra maestra, pues los fragmentos que han llegado hasta nosotros contienen algunos de los más bellos pasajes de la prosa escocesa moderna.



Escritor versátil, Stevenson poseía talento suficiente como para abordar con maestría distintos géneros literarios. Demostró ser un gran ensayista en Virginibus puerisque (1881), Estudios familiares de hombres y libros (1882) y Memorias y retratos (1887). También fueron bien recibidos por la crítica sus libros de viajes autobiográficos, como La casa solitaria (1883), que contiene las impresiones del autor acerca de su estancia en un campamento minero en California, A través de las llanuras (1892) e Islas del sur (1896). El volumen Jardín de verso para niños (1885) contiene algunos de los mejores poemas de Stevenson. Entre los demás libros de poemas que publicó destaca De vuelta al mar (1887). Por otro lado, Narraciones maravillosas (1882) y El diablo de la botella y otros cuentos (1893) recogen sus relatos breves. También colaboró, con su hijo adoptivo, el escritor estadounidense Lloyd Osbourne, en la redacción de las novelas La caja equivocada (1889) y La resaca (1892).

Durante un crucero de placer por el sur del Pacífico (1889), le llevó a las islas Samoa, donde él y su esposa permanecieron hasta 1894, en un último esfuerzo por recuperar la salud del escritor. Los nativos le llamaron Tusitala (el que cuenta historias). Allí murió a finales de ese mismo año, el 3 de diciembre, y fue enterrado en la cima de una montaña, cerca de Valima, su hogar samoano

sábado, 30 de octubre de 2010

PRESENCIA DE BUDA

Presencia de Buda


                                                                         

En las montañas, los maestros dejan que sus discípulos descubran entre las rocas los sonidos de la naturaleza. Aprenden así los sabores del sueño, la acción correcta y la palabra casi silenciosa que acerca a la iluminación. Tímidos, no conocen aún el placer de los cuerpos que se enlazan, ni el de los corazones que se prenden como abrojos. Luego los envían camino al lago escondido, donde el bote sin remos permitirá el encuentro de los cuerpos sabido desde siglos por los monjes. Acompañarán desde el monasterio oculto las nuevas miradas, también correctas, con acordes, voces y sones milenarios. Ellos, que hicieron votos para que sus propias naturalezas se transformen en luz, saben que buda también está entre las piernas enlazadas y el sudor sin nombre propio.

martes, 26 de octubre de 2010

DESPIADADO

Vivo desde hace tres años en un edificio de la calle Viamonte. Me sedujo su oscuridad y el mudo anonimato del centro de Buenos Aires. Doy Lenguas en un secundario de La Paternal, pero no me relaciono con compañeros y nunca hice amigas. Sin familia ni pareja, me consideré siempre una mujer solitaria y plenamente infeliz.


Aletargada por el calor húmedo de un febrero sin sol, a las 7 de la tarde decidí salir por un rato del departamento en el que durante tres horas, he estado preparando con prolijidad mi muerte: sobre la mesa dejé la botella de whisky recién abierta, los 40 somníferos desprendidos de su blister y el horno abierto y listo. Cuando comencé a llenar la bañera y mientras colocaba la hojita de afeitar en el borde, me invadieron impacientes deseos de comer helado de sambayón. Pensé que podía darme ese último gusto. Creí que no cambiaría mi vida ni menos aún mi futuro preestablecido. Cerré la canilla y pensé en regresar rápidamente. Somníferos, dos vasos de whisky, hoja de afeitar, adormecimiento con gas y hemorragia. Nada librado al azar.

Al salir me acordé del famoso Jardín de los Senderos y pensé: Soy una mujer cobarde. No sentí culpa ni vergüenza por eso. Como Yu Tsun me dije adiós en el espejo por última vez. Pero no salí como él a una calle desolada, sino a Florida, caminada con rigidez robótica por hombres y mujeres ausentes de sí mismos.

Esquivé a la gente que transcurría del trabajo al restobar, del shopping a su casa, del hotel al negocio. Personas para quien yo era nadie. Como tampoco para ninguna otra en la ciudad, en el país, en el mundo. Hasta ahora.

Caminé unas cuadras y entré en Freddo, la mejor heladería de la zona. Pedí el cucurucho más grande que hubiera. Quería que al tragar las pastillas, el oporto dulce pudiera tapar el sabor acre.

El deleite de un deseo en más de 6 meses, que no fuera la muerte, y el único cumplido en años, me cortó la respiración por un instante. El muchacho me dijo Está frío ¿no?, pensando tal vez que ese era el motivo de mi gesto de ahogo. Nos reímos, conversamos un momento de tonterías. Resultó muy simpático. Me invitó a tomar algo al cerrar el negocio.

Ahora, aquí sentada en una mesa de café, descubro una sensación nueva en mí, como si el corazón se me agrandara dentro del pecho. Estoy ansiosa. Volveré a casa a deshacer todo lo que preparé, darme una ducha y cambiarme de ropa. Hoy no puedo ni quiero negarme a la esperanza.

Nunca voy a tirar estas servilletas donde estoy escribiendo la única jornada importante de mi vida, hasta hoy. ¡Quién hubiera dicho que el sambayón provocaría un giro en mi destino!

………………………………………………………………………………………….

Adriana llegó a su departamento y prendió la luz. El gas del horno había impregnado el ambiente. Las hojas de papel sedoso fueron encontradas en un puño cerrado bajo la mesa convertida en cenizas.



“el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”

El Sur. J. L. Borges

                                                                                         

domingo, 17 de octubre de 2010

CARTA A LA MADRE de VICTOR CLEMENTI (nos representa a todos)

Pa'la Vieja


A veces nuestro viejos, nuestro entorno, convence que somos especiales, únicos, exclusivos. Miman demasiado, y eso daña.

Luego la realidad, bien de sopetón, nos pega un puntazo. Cruel manera de enseñar que somos uno más, casi despreciables.

Entonces confundidos caemos a la decepción, antesala al dolor.

Ya nos soy el centro del Universo, Galileo tenía razón...

En ciertos casos, mutamos en algo que no previeron nuestros cultores. Poeta, por ejemplo, coleccionista de palabras y alguna que otra idea.

¨Tanto ingenio para escribir boludeces, y encima tristes...Pensar que de chuiquito quería ser doctor, cómo me cuidaba...Las malas juntas, la maldita marihuana...¨

¨Mamá, estoy bien...Los dos hablamos con fantasmas. Deberíamos perdonarnos. Que la memoria no haga caer en el resentimiento...Hay que aprender a morir. Vivir es fácil, los inocentes viven...

Ya soy gajo, dejé de ser promesa...Convencete vieja...¨



Te pido perdón por lo que no fuí.

jueves, 7 de octubre de 2010

CONQUISTADORAS

CONQUISTADORAS


Está sola, y además hoy se siente sola, lo que no es poco. Sufre el abrazo ausente, el beso de despedida, el mate compartido, la risa por el chiste malo de la tele. Todas esas cosas que añora sin haberlas tenido nunca. Y son de otros. Siempre lo fueron.

Su mal humor, su introversión, sus miedos y vergüenza hicieron de ella una solitaria sin remedio desde la adolescencia. No viene al caso el por qué. Sin familia, sin amigos, sin pareja. Eso sí: va a un taller de telar. Todo el tiempo restante lo gasta como cajera en un supermercado coreano del barrio, su pequeño departamento y un gato de angora, Minino, que ya tiene seis años y compró con un aguinaldo.

Entonces, ¿por qué hoy es distinto? Recuerda casi sin quererlo que es su cumpleaños número cuarenta. Nada especial. Nada para festejar. Es domingo a la noche, ya cenó un sándwich y una fruta. Ahora mira sin ver, oye sin escuchar uno de esos programas de juegos, superficiales y gritones, de la televisión abierta. Lo sabe y sin embargo es como si hubiese alguien más, eso es. Hoy necesita ruido, movimiento, algo… Abre una botella de cognac que tiene desde hace ya ni sabe cuánto, y se sirve una copa para acompañar el café a la turca que le enseñaron por Gourmet. Se da cuenta de que la combinación la hace sentir otra, distinta, extraña a ella misma. Y no es desagradable. Nada más. Sus pensamientos vagan inconexos por lo que va a hacer al día siguiente, la ropa colgada y todavía chorreando por la lluvia del sábado que mantiene todo tan húmedo, el dinero que adeuda a la profesora del taller, un pantalón nuevo que no se decide a comprar: ya tiene uno y con ése le sobra, total no sale a ningún lado… y cosas por el estilo. El gato dormita plácido sobre el televisor tibio.

Una de las cuatro sillas comienza a alejarse de la mesa. Chiqui la mira, perpleja. Paralizada. Espera. Y esperando escucha sus palpitaciones. La silla hace una rotación sobre sí misma, como bailarina clásica, enfrentando el asiento hacia la mujer, que imagina que de pronto ha entrado un mago en su casa y quiere sorprenderla con un truco de regalo. Mira hacia todos lados: ni un movimiento humano en el ambiente, ni un ruido, salvo el del televisor y el de esas cuatro patas que habían comenzado a deslizarse lentas y amenazantes, cada vez más cerca de Chiqui que, rama estremecida, se va encogiendo en el sillón. El borde del asiento provenzal ya le está rozando las rodillas, afortunadamente para ella empantalonadas; encoge las piernas, toma uno de los almohadones en los que siempre acostumbra apoyarse y lo abraza fuerte. Quiere evitar a toda costa que esa silla la lastime. A medida que el temor va creciendo, su cuerpo se achica. No tiene noción del tiempo. Le parece que el miedo dura siglos, pero la voz del conductor del programa es la misma. El respaldo de la silla se inclina hacia adelante, y la cabeza de Chiqui, más chiqui que nunca, queda atrapada en los travesaños. Cuando atina a pegar un: ¡BASTA! silencioso no le sirve absolutamente de nada. Ya se encuentra hundida en el interior del sillón que era de la abuela, lastimándose con los resortes, y el relleno de fibras duras, sogas y maderas la inmoviliza, atrapándola.

La provenzal sube al sillón de la abuela, respaldo contra respaldo, ocupando el lugar que antes era de la mujer, y afirma una pata en el control remoto que todavía está en el apoyabrazos. Cambia de canal: Venus. Sus tres hermanas se han ido ubicando a los costados. Todo está en calma. Por fin algo excitante en esta casa en la que nunca antes hubo jadeos. Las sillas saben bien de los cuerpos que se frotan. Chiqui nunca lo supo, ni lo va a saber.

Lidia Castro Hernando

martes, 21 de septiembre de 2010

CUASI

CUASI


Todas las mañanas lo mismo: se levanta, la sigo, se acerca a Matu, le apoya la oreja en el pecho, y suspira; sé que no duerme. La escucho llorar a través de la pared; yo no sé qué hacer.

tu pañuelo está tan húmedo me parece que no quisiste limpiarme las legañas es otra cosa te miro busco tus ojos tibios luminosos y no hay más que párpados quisiera verte la lengua ésa que a veces me pasás por la punta de los dedos y hoy no está quiero decirte algo pero no me sale nada

Lo mira. ¡Qué triste está mamá siempre! Ya no se ríe como antes; ahora lo único que hace es llorar. Más desde que fuimos al hospital la semana pasada; desde que papá se quedó sin trabajo más y más.

yo sé vos no sabés que yo sé yo sé muchas más cosas que vos sé que sin piernas nunca voy a caminar que sin esas cuerdas de las que habló el médico no voy a poder decirte nada de lo que te gustaría escuchar eso sí lo sabés sabés que mi corazón es débil que mis pulmones son chiquitos y que el único riñón que tengo no anda muy bien todo eso lo sabés

Una vez me dijo que se siente culpable. No entiendo. Nos quiere mucho; siempre me lo dice. Pero todo se le mezcla; mamá no es la misma; papá tampoco. ¡Y yo lo quiero tanto a Matu! Siempre voy a cuidar a mi hermanito. Él no va a poder hacer lo que hacen los demás chicos pero a mí no me importa; cuando me mira yo entiendo qué quiere.

lo que no sábes es si voy a ser grande lo que no sabés es que yo pienso que cuando duermo sueño con globos y nubes y chocolate que Camila siempre hace lo que necesito como si adivinar es tan linda Cami me dijo que no me asuste que me va a cuidar toda la vida como a sus muñecas ella sabe que voy a vivir mucho tiempo yo también lo sé vos no no me apures soy lento

La abuela dice: todo se va a arreglar porque Dios aprieta pero no ahorca.

me estás abrazando tan fuerte que me cuesta respirar en estos dos años lo hiciste tantas veces todos los días ahora no me soltás cada vez apretás más y más por qué tanto me da miedo acaso me querés en tu panza de vuelta

¿Por qué lo abraza como si quisiera meterlo adentro de ella? Yo me pregunto: ¿no le dolerá?

no me aprietes tanto sé que te duele verme así y quisieras que fuera diferente soy diferente no llores por favor que la sal me pica mamá dejame me falta el aire

Lo está apretando mucho. A mí no me gustaría así. Mamá no es Dios y Matu no puede hacer nada. Papá, ¿adónde estás? Tengo miedo; no puede respirar.

suerte Cami, te abrió los brazos ahora sí no tengo más miedo viste cómo me cuida

Mamá, ¿no te das cuenta o qué?

no me gusta que Cami te grite pero no lo hace de mala se asustó pensó algo feo tenele paciencia teneme paciencia ella no entiende tu dolor ya va a pasar todo pasa má yo me pregunto vos sos ese Dios del que habla la abuela

jueves, 9 de septiembre de 2010

CAMPANITA

CAMPANITA


Ayer Elisa mató a sus viejos. La veo tranquila. Supongo que al fin va a poder hacer todo lo que le de la gana. Como cualquier hija, creo que los quiso mucho, pero según yo, le estaban haciendo la vida insoportable.

Ahora disfruta de unos mates. Mate amargo y tibio como le gusta, pero antes nunca podía. Está concentrada. Puede que esté pensando en lo que me dijo, que todavía es joven para tener una vida nueva y propia. Treinta años…ni joven ni vieja. Parece mayor de lo que es, con esas líneas marcadas que no son precisamente de reír. Tal vez sea porque nunca vio a la vieja fuera de la cama…siempre enferma de todo. Que la flebitis, que los huesos, que el corazón, las jaquecas, la presión alta, la diabetes… ¡A la pobre no le faltaba nada! Ésa que le tocó en suerte, no parece haber sido una mamá. Por lo que sé nunca fue a su escuela ni al colegio, ni tampoco la llevó a ningún cumpleaños.

Me da la impresión de que trata de recordar algo porque mira hacia el costado como buscando imágenes. Ni sonríe. No debe poder encontrar nada alegre.

A media mañana la acompañé a hacer las compras y volvió cargada de comida y bebida rara acá: dulces, embutidos, alcohol, carne, enlatados. Después empezó a llenar una bolsa negra de esas de consorcio con toda la fruta, verdura y milanesas de soja que hay en la cocina. Revisó anaqueles, bajo mesada, fuentes, latas, y tiró todo lo que encontró. Enseguida metió en la heladera todo lo que había comprado, y se quedó con la puerta abierta, mirando. Seguro estaba decidiendo qué iba a comer.

Ahora está preparando un churrasco con papas fritas. Me imagino que está pensando de qué se libró. A la vieja se le había ocurrido usar una campanita para que la hija y el marido la escucharan cuando necesitaba algo. Supongo que Elisa tenía el sonido de la campana en la cabeza día y noche –igual que yo- pero siempre estaba tomando aspirina y decía ¡puta, puta campana! Ya estaba harta de eso. El viejo arreglaba televisores pero se emborrachaba todas las noches. A veces hasta me pateaba.

Elisa me contó hace años que nunca mostró interés por ella y, sin ganas, le hizo la comida, la vistió y la bañó hasta los siete; ahí se cansó y lo dijo. Yo no lo escuché, pero le creo. Ella aprendió a hacerse todo sola. Le vino bien, pero sé que le habría gustado que la cuidaran, como me cuida a mí.

De vez en cuando viene una tía que vive en otra ciudad, y le deja comida preparada en el congelador (y a mí también), cose la ropa, hace las compras, la lleva al médico y van a pasar o al cine. Pero no viene seguido. Cada cuatro meses, nomás.

Puso la música a todo lo que da. Los vecinos van a quejarse. Me dice que cuando la tía vuelva la va a invitar al teatro, y le va a pedir que la acompañe a comprar un televisor color bien grande, y una video.

Ahora está metida en la bañadera como una estrella de cine, toda cubierta de espuma. La veo toda colorada y no es por el agua caliente. Sé que siempre sintió vergüenza de sus padres. Se le notaba. No se los presentó a ninguna amiga. Muchas, no tuvo. No nos engañemos: no tiene. Dice que va a anotarse en el club del barrio para aprender algún deporte. Y el sábado que viene va a ir al shopping y va a comprar ropa nueva, maquillajes y un montón de revistas de espectáculos y de moda.

Antes de ayer cortó por lo sano, cuando conoció a Víctor, un vendedor de libros puerta a puerta. No le compró nada pero los vi charlando un rato largo. Él quedó en pasar en otra oportunidad. Cuándo, no sé; pero Elisa me dijo contenta, cómo en ese momento supo que Víctor era el indicado para ella, y que iba a estar linda para cuando volviera.

Ya es de noche. Fue a cenar al restaurante de la avenida y volvió un poco mareada. Tropieza por todos lados. Me cuenta que por primera vez en su vida tomó champagne. Trajo la botella de recuerdo. Se tira en el sofá al lado mío y ahora dice que tiene miedo de que le estalle el corazón. ¿Será por la bebida, o por la emoción de tener toda la casa para nosotras solas? Está relajada. Aprovecho y le recuerdo que me gusta salir a dar una vuelta por ahí, y vamos. Después de un lindo paseo nos fuimos a dormir, cansadas.

Esta mañana traté de despertarla a la misma hora de siempre, pero daba vueltas tapándose hasta la cabeza, como queriendo estar en la cama más tiempo. Al fin se levantó. Salimos a comprar el diario. Antes nunca le interesaban las noticias, pero la verdad es que va a tener que ponerse al tanto de lo que pasa para poder conversar con su novio. Ya anunció que a la tarde va a ir al cine y va a comprar un libro que esté de moda. Habla en voz muy alta. ¡Siempre fue tan silenciosa!

Con tanto que hacer dice que no sabe cómo organizarse. Pero primero lo primero. Los cuerpos ya dan olor feo. Hasta a mí me produce asco. Miro cómo los saca del dormitorio y los tira por la escalera que va al sótano. Ya no molestan. Prende sahumerios y limpia toda la casa con desinfectantes fuertes.

Hace un ratito se bañó y se fue.

Volvió protestando porque otro día se le escapó de las manos. Pero no deja de salir a caminar conmigo. Será cualquier cosa, pero es buena.

Cenamos, y a descansar. Mañana es lunes dice, mientras me hace cosquillas en la cabeza como a mí me gusta. Sigue hablando antes de quedarse dormida. –“Ahora todo lo que me queda por hacer es esperar que vuelva Víctor: mi único amor.” ¡Esta mujer está loca! Ahora dice que le habría gustado que los viejos lo hubieran conocido, que podría haber esperado unos días más para matarlos. Y muy suelta de cuerpo me pregunta: --“¿A vos qué te parece, Doggy?” No le contesto porque ya me estoy quedando dormida. A los humanos no hay quien los entienda.

martes, 31 de agosto de 2010

EL CELULAR DE HANSEL Y GRETEL

por Hernán Casciari (autor de "Más respeto que soy tu madre")
ló tomé prestado con todo el respeto que corresponde, de un mail que me enviaron, por sentir que es un escrito de gran valor


Anoche le contaba a mi hijita Nina un cuento infantil muy famoso, el de Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura, los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: 'No importa. Que lo llamen al papá por el celular'.




Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.


Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía. Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.


¿Ya está? Muy bien. Ahora ponga un celular en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.


¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona? La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las viejas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor. Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.


Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.


Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam. Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica. Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí. Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.


Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil. Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler).


Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:


M HGO LA MUERTA,


PERO NO TOY MUERTA.


NO T PRCUPES NI


HGAS IDIOTCS. BSO.


Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' de Movistar. Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien años sin conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a nadie le funciona el Messenger.


La famosa novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre un marido engañado que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir. Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura', la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.


En la obra 'El jotapegé de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición. La bruja del clásico Blancanieves no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la conexión y 0,60 el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.


También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi. Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.


Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa. La telefonía inalámbrica -vino a decirme anoche la Nina, sin querer- nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles. Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?


No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador. ¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.

Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan. Nuestras tramas están perdiendo el brillo -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido en héroes perezosos.

viernes, 27 de agosto de 2010

27 DE AGOSTO - CUMPLEAÑOS DE JULIO CORTÁZAR

LOS AMIGOS

En el tabaco, en el café, en el vino,

al borde de la noche se levantan

como esas voces que a lo lejos cantan

sin que se sepa qué, por el camino.



Livianamente hermanos del destino,

dióscuros, sombras pálidas, me espantan

las moscas de los hábitos, me aguantan

que siga a flote entre tanto remolino.



Los muertos hablan más pero al oído,

y los vivos son mano tibia y techo,

suma de lo ganado y lo perdido.



Así un día en la barca de la sombra,

de tanta ausencia abrigará mi pecho

esta antigua ternura que los nombra.

Por Julio Cortazar














martes, 24 de agosto de 2010

TOBOGÁN A LA INOCENCIA

Tobogán a la Inocencia




Recuerdo cuando hamacarme

era verdadero cielo



vértigo hacia lo inconsistente

la tierra ombligo



ahora las cadenas proponen

odiseas que durarán un niño.



Victor Marcelo Clementi

miércoles, 4 de agosto de 2010

IMPERMANENCIA

Los recuerdos que brotan son tan viejos que a veces creo que no me pertenecen, como ahora desconozco esa cara, la mía, frente al espejo. Hace mucho que no me miro. Los párpados se cayeron, y el gris azulado de las pupilas está cubierto por una nube lechosa. Patas de gallo enmarcan esos ojos que una vez fueron almendrados. Las arrugas que observo en la frente y el entrecejo me hablan de largas horas de tristeza y de enojo. Las mejillas se chorrearon deformando ese rostro que era ovalado. El cuello ya no es de cisne; imposible usar las gargantillas guardadas celosamente. No hay solución de continuidad desde mi labio inferior hasta el esternón, por el bocio que empezó a formarse a los cincuenta. Labios arrugados esconden dientes amarillos improbables de arreglar por lo frágiles. El poco cabello es fino y blanco. Pero algo sigue igual: mi sonrisa. Una sonrisa que pese a todo, parece de niña. Sólo me reconozco cuando, sin mostrar la dentadura, la comisura de los labios se estira levemente hacia arriba. Y entonces, como por arte de magia, aparecen algunas imágenes del pasado, éstas sí innegablemente mías, que se han vuelto color sepia, pero conservan aroma a frescura. Y me digo: esto es la permanencia en lo impermanente: una sonrisa que se mantiene en mis inexorables 85 años. Y sé que sigo siendo yo.

miércoles, 21 de julio de 2010

PERROS CALLEJEROS

Perros callejeros




Escondida atrás de un árbol de la Plaza Rocha, de cada plaza que él elige una semana, otra, y otra, para tocar ese violín desafinado y atado con alambre, lo espiás. Te costó encontrarlo después de que se rajó de Buenos Aires. Pero el odio siguió. Y cómo. Lo buscaste en Rosario, en Neuquén, en Mendoza, en La Plata. Vos sabías que era puntero, pero la cana no había hecho nada. Era tu hombre y murió por el pico de una botella que este otario le clavó en el cuello, y vos no perdonás. Veintiún años penando, te mantuvieron. Te ves vieja con tus sesenta arrugados, tu pelo lavandina, flaca, fané y descangayada a fuerza de comer salteado, trabajando en la cama cuando algún chabón busca calor, sin que le importe tu edad. Nunca tuviste más familia que aquél, “el Pibe”, y te lo quitaron.

Cuando alguien en la plaza Mitre lo llamó “Guito”, pensaste por fin. Ahora estabas segura. Tenías que arrimarte más, lo sabías. No podías perderlo.

Sabés que tus ojos grises y tu voz son los mismos de aquel entonces y seguís siendo “la Susy”. Querés que te vea, te reconozca y tiemble. Más que nunca.

Estás tan cerca de ese tipo con su traje a rayitas, el pañuelo sucio, los zapatos rotos y el mismo sombrero ridículo. Pero el tiempo pasó. Por más que se tape las canas con cera de zapatos, que no se afeite, por más que lo veas sombrío y enfermizo, están los mismos ojos negros, los mismos rasgos duros, la nariz puntiaguda, inconfundible. Te animás y le pedís una milonga. La toca como si nada. ¿Es o se hace? Ni una señal que te diga que se dio cuenta de quién sos.

En la semana te hacés ver cada vez más. La ansiedad te está matando. Una mañana te aguantás dos horas sentada al lado del perro que lo acompaña, escuchando esos tangos que reavivan tu amargura. Le preguntás cómo se llama. No te contesta. ¿Los años también lo habrán dejado sordo? Eso explicaría tanto desafine.

Te le plantás y le decís que sos Susana. Qué raro: usaste un nombre viejo. Así no vas a ningún lado; cualquiera puede llamarse Susana, hasta una perdida como vos. Cortás el sánguche de mortadela, le das un pedazo y le pasás un mate. Le tiembla la mano. ¿Será que te reconoció? Querés que te vea los ojos. Mira nada más que el piso, y chupa con su boca desdentada. Te vas decepcionada de él y de vos.

Desaparecés unos días. No sabés qué te pasa. Eso es mentira; sí, sabés: el calvario está por terminar y todo final es triste.

Una noche lo ves sentado abajo de un árbol, tomando vino con otros perros callejeros. Te vas acercando de a poco. Es la primera vez que lo ves hablando. Está contando algo sobre una mina como vos, un pibe, una vida de mierda. Todos se pasan la cajita y escuchan. Te hace una seña para que te juntes. Te tirás en el pasto y te ponés a llorar. Por tu infancia, porque te das cuenta de que habla de él, porque te da bronca que tenga una historia como la tuya.

Ya no sabés cómo salirte. Estás perdiendo eso que te hizo seguir viva: que se vuelva loco o se mate. Te sentís menos, ahora que él te siente más. Varias tardes lo seguís de lejos, como al principio, pero ahora ves que recorre el lugar con los ojos entrecerrados, como buscándote. Te cuesta admitirlo. A veces, pasás con tus vestidos viejos, deslucidos y fuera de moda, intentando mostrar desprecio o al menos indiferencia. Y toca “Madreselvas” o “Pequeña”.

Estás confundida. No aportás durante días, y te la pasás en la pensión tomando whisky berreta y haciendo fuerza para acordarte del motivo de tu repudio. Pero después de tantos años de vivir acompañada por una sombra, ahora te sentís vacía de odio. Y no te gusta.

Volvés a la Mitre. No está. Lo buscás en las otras. Tampoco está. Preguntás, y te baten que lo llevaron al hospital por el cuore.

No. No querías que terminara así, enfermo. Lo querías muerto de miedo, no de dolor. Vas al Interzonal.

—Guito, soy la Susy.

—¿Susy?... ¿la Susy?

—Sí, soy yo.

Suspira aliviado. Estira el brazo lleno de cables. No querés tocarlo, pero igual le guardás la mano entre las tuyas. La masajeás.

—Susy…hacé lo que tengas que hacer.

No decís nada. Te sentás en una silla en ese cuarto frío, y volvés a llorar. No querés que tu hombre se te muera otra vez.

lunes, 5 de julio de 2010

ESPERANDO LAS PALABRAS

No tiene forma definida, sólo traslúcida. Creo que, aunque deseara parecer humano, el universo de estrellas de su brillo lo demoraría en el tiempo, haciéndolo eterno.


Imagino que viene de un sol extranjero, y deseo que ni bien encuentre cómo, me cuente qué hace entre las totoras, observándome sin ojos y tocándome sin dedos.


Me seduce. Cello silencioso a punto de vibrar, mientras aguardo la nota precisa que resuene en mi alma, violando el mutuo anonimato.


¿Y si acaso me lo está contando de otro modo?

miércoles, 30 de junio de 2010

FANTASMAS EN EL BARRIO

Brandsen y México. Sábado 23 horas. Sobre el pasto que acompaña silencioso la pequeña vereda, dos fantasmas se dan cita como todas las semanas. Entrecruzan sus ropajes sutiles y cuentan historias sin tiempo. Les gusta esa esquina. Conocen el color y la música que atraviesa las ventanas de la casa en ochava. Se sienten recibidos. No hay temor en quien la habita. Mueven sus amarillos y sepias siempre nuevos, al son de los sueños murmurados. Escuchan las imágenes y huelen amorosos los sonidos de mates ya fríos. Ellos saben que su llegada alegra las paredes y calienta el colchón. Se enlazan sensuales como cuando tenían cuerpo de mujer y de hombre. Son libres. Mientras bailan, él abre la puerta, sale y se sienta en el verde. No los ve pero percibe la brisa adormilada. Esas figuras que fueron felices, le colman el aire de esperanza atemporal. A las cero horas entra sonriendo y cierra la puerta. Durante la semana que tiene por delante mantendrá el pasto cortito para que los fantasmas encuentren fácilmente su hogar en el barrio Villa Primera.

domingo, 13 de junio de 2010

13 DE JUNIO

¡¡¡¡FELIZ DIA DEL ESCRITOR!!!!

Para todos los amantes de las palabras, escritas, leídas contadas o dramatizadas....
LA PALABRA NOS UNE, LA PALABRA NOS GUÍA, LA PALABRA SIEMBRA, LA PALABRA COSECHA Y CREA MUNDOS.

viernes, 11 de junio de 2010

CORSOS ERAN LOS DE ANTES

CORSOS ERAN LOS DE ANTES


Disfrazado de silla Luis XV, comienzo a recorrer las calles iluminadas. Sin haberla buscado, me encuentro con la chica de mis sueños rojo buzón, aguardando que le regalen una carta. Ella se acurruca entre mis brazos de gobelino y caminamos entre las demás máscaras.

La serpentina y el agua de los pomos se cruzan por el aire y enlazan a Superman con el Corsario Negro, a cierta Caperucita con uno de los tantos Patito Feo, al cowboy con una gitana. Nadie se preocupa por la hora: siempre es temprano. Las matracas compiten con los globos que revientan porque sí.

La calle y las veredas ruegan un espacio de libertad, y los perros vagabundos se esconden con miedo bajo las maderas quejosas del escenario donde pasearán las mascaritas, aspirando al premio. Algunas madres llaman a sus hijos perdidos voluntariamente entre los vendedores de estrellitas y los heladeros.

Desapercibidos, paseamos nuestro recién estrenado amor a primer antifaz bajo las lamparitas de colores buscando una vereda arbolada y sin luna. Su boca rectangular me susurra un deseo: recorrer mi disfraz hasta escuchar el latido del corazón. Yo, encontrar el cierre relámpago que descubra su verdadero yo. Somos mascaritas sin sosías. A seis cuadras del corso, contra un paredón roído por la lluvia y el tiempo, consigo deshacerme de las maderas que me dan forma y de la tela que me cubre. Haciendo malabarismos, deslizo con cuidado el cierre casi interminable del papel maché, hasta que cae y forra las baldosas. Nos asombramos al conocernos hombre y mujer. Sorbo de su boca verdadera y la encierro con dulzura entre mis brazos de carne. Ella pega su oreja contra mi pecho y ríe con el galope interno.

La luz de la madrugada nos encuentra contándonos nuestros recuerdos y sueños. Mientras, se dispersan las otras mascaritas con cabezas de cartón bajo los brazos, cientos de globos se quedan enlazados en las ramas de los árboles, y otros personajes bailan borrachos mientras guardan los martillos de plástico y los pomos vacíos para el año próximo.

martes, 27 de abril de 2010

ELASTICIDAD DEL TIEMPO

ELASTICIDAD DEL TIEMPO


--Tengo que sacarlas otra vez. —dijo la radióloga.

Sumisa de ojos líquidos se deja hacer, soportando el dolor que permanece en sus senos desde hace quince minutos. La médica los moldea dentro del aparato como una escultora improvisada. Más dolor y miedo.

--Esperame y no te vistas, ya vuelvo--. Silencioso pánico por toda respuesta.

Sabe que aquellos minutos van a rondar la eternidad. Después del temblor, la calma aprendida tras años incontables de la misma vieja historia.

Mira el reloj.

Se concentra un instante en las palabras de un relato que tiene en sus manos y que habla de una mordida de perro. ¿Sabés? Todo tu interior puede estar transformándose ahora mismo en hocicos hambrientos que se creen inmortales y no saben que van a morir con lo comido. Su pensamiento le produce un escalofrío.

Mira el reloj.

En la tragicomedia humana suele haber un perdedor que llora y un victorioso que ríe. Sin embargo, ese dolor y esa risa van a terminar cuando el pulso de sus biografías se detenga, más tarde o más temprano. Se masajea los brazos para entrar en calor. La sala y ella están casi desnudas. Si ves a la muerte como un ser, siempre va a ser la última en reír. Absurda costumbre considerar la exhalación final como un enemigo. En algunas ocasiones te ofrece tan sólo una sonrisa acogedora; otras, una carcajada vengativa y feroz por lo absurdo de la vida.

Mira el reloj.

En tu laberinto interior, donde tus miradas no llegan, hay pérdidas otoñales y reparaciones de verano, y aunque partes minúsculas se exilien y pierdan el rumbo, todas van a llegar a no ser… Todo está bien. No hay error en la naturaleza. Siente que el tiempo pasa demasiado lentamente en manos de la incertidumbre.

Mira el reloj.

Tus huellas en el mundo fueron contadas desde el primer grito. Piadosos, nunca se atrevieron a decírtelo y te alimentaron con una falsa idea de eternidad. Pero siempre supiste que era mentira.

Esa pequeña sala blanca ya le parece una celda. Salvo el reloj en la pared y el ritmo de su respiración, todo es silencio.

Mira el reloj.

Aquellos barriletes que hiciste volar, esas metas que lograste, las aguas que te llevaron lejos, unas pocas piedras que casi te hacen caer, y los grillos que parecían cantar tu nombre…todo cambia de estado…nunca es idéntico a sí mismo. ¿Por qué ibas a ser vos la excepción? Paradójicamente la pregunta la tranquiliza y, casi con dulzura, toca el antes temible aparato de rayos X.

Mira el reloj.

No te vas a llevar los febriles jadeos del amor, ni el rostro húmedo de llantos en soledad. No te vas a llevar nada porque al fin, de nada sos propietaria. No te vas a llevar nada porque no vas a ningún lado… Suspirando, da vida a otras imágenes para que la sostengan. Sos un viento holgazán que se va a ausentar sin ecos y con suerte, sin sufrimiento.

Mira el reloj.

Algún racimo de recuerdos de los que sos parte va a colgar cierto tiempo del corazón y los pensamientos de quienes fueron compañeros de ruta. Lo más cercano a la inmortalidad y luego el universo.

Mira el reloj. Pasaron tres minutos.

--Podés vestirte. Vení mañana a retirar las radiografías y se las llevás a tu médico. Te adelanto que todo está bien.

Mira el reloj. Las agujas giran enloquecidas.

--No sabés cómo te agradezco. Hasta el año que viene.

jueves, 8 de abril de 2010

LECCIONES SOBRE EL ESCRIBIR

«Ritmo, respiración, penitencia... ¿Para quién? ¿Para mí? No, sin duda: para el lector. Se escribe pensando en un lector. Así como el pintor pinta pensando en el que mira el cuadro. Da una pincelada y luego se aleja dos o tres pasos para estudiar el efecto: es decir, mira el cuadro como tendría que mirarlo, con la iluminacion adecuada, el espectador que lo admire cuando esté colgado en la pared. Cuando la obra está terminada, se establece un diálogo entre ese texto y todos los otros textos escritos antes (del que está excluido el autor). Mientras la obra se está haciendo, el diálogo es doble. Está el diálogo entre ese texto y todos los otros textos escritos antes (solo se hacen libros sobre otros libros y en torno a otros libros), y está el diálogo entre el autor y su lector modelo.


Puede suceder que el autor escriba pensando en determinado público empírico, como hacían los fundadores de la novela moderna, Richardson, Fielding o Defoe, que escribían para los comerciantes y sus esposas; pero también Joyce escribe para el público cuando piensa en un lector ideal presa de un insomnio ideal. En ambos casos –ya se crea que se habla a un público que está allí, al otro lado de la puerta, con el dinero en la mano, o bien se decida escribir para un lector que aún no existe– escribir es construir, a través del texto, el propio modelo de lector.

¿Qué significa pensar en un lector capaz de superar el escollo penitencial de las cien primeras páginas? Significa exactamente escribir cien páginas con el objeto de construir un lector idóneo para las siguientes.»

Humberto Eco, de Apostillas al Nombre de la Rosa

martes, 6 de abril de 2010

EL PECADO DE GLADYS

EL PECADO DE GLADYS


José había fallecido hacía ocho años y medio. Gladys lo amó desde que se conocieron, cuando ambos tenían diecisiete. Noviaron, se casaron, tuvieron hijos y nietos, y un día José, su querido José, se enfermó. Fue un largo y penoso proceso que Gladys acompañó con cuidado, afecto y una tristeza sorda por la separación inevitable. Al morir, Gladys se quedó sola: sus hijos y nietos vivían lejos, y ella no quería dejar el hogar. Había sido tan feliz.

Siguiendo los deseos de su marido, Gladys lo había enterrado en el cementerio y sobre la tumba, armó un jardín. Durante el primer año, iba todos los domingos a mantener las plantas,” conversar” y llorar. Como en todo duelo, poco a poco fue aceptando su muerte, trayendo a la memoria buenos momentos de la vida en común, y llorando cada vez menos. Cuando sus hijos venían a visitarla, iban con ella a poner unas flores, y después recordaban entre todos sus mejores rasgos. Gladys empezó a ir una vez por mes. Luego del tercer aniversario, sólo para el cumpleaños, el aniversario de casamiento y el día de todos los muertos. A los cuatro años renovó el alquiler de la sepultura, y empezó a ir sólo para conmemorar el día de su fallecimiento.

Mientras, la vida de Gladys seguía: había hecho nuevas amigas, concurría a un club a bailar folclore, viajaba a casa de los hijos a visitarlos y se quedaba todo el tiempo que quería, adelgazó y ahorró algún dinero de la pensión y de su propia jubilación. Un día se fue de viaje a Europa con dos amigas y paseó durante 4 meses. Cuando regresó pensó en el jardín del cementerio y en cuánto hacía que no iba a cuidarlo. Con seguridad las plantas habrían muerto. Tomó nota mental de todo lo que había hecho últimamente y se dio cuenta de que hacía dos años que no iba. Sólo un día después tomó el colectivo cargada de flores y plantines.

Cuando volvió, fue directo a la casa de una amiga. Blanca abrió la puerta y la vio pálida. —“Hola, Gladys, ¡qué alegría que viniste! Pero, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?” —Gladys la miró y le respondió: “Vengo con José”.

En una bolsa de arpillera traía los huesos que el domingo anterior habían sacado de la fosa al vencer el segundo plazo de renovación.

VOLÁTIL

Volátil


Nadie me rutina soy boicot
el veneno que supuro me intoxica
tanta identidad un enemigo

Ya me abandonaron dos tercios
de esta vida en suspensivos
y sólo he desenterrado cofres donde enmarañarme

Sólo sangre intangible
cucharadas de sexo perezoso
Ahora que el verbo ya no hace milagro
¿quién descorchará mis vicios añejos?

Gorriones de cosas han suceso
antes que el hambre supiese abecedario
Sólo que el destino es un orfebre borracho.

VICTOR MARCELO CLEMENTI

miércoles, 3 de marzo de 2010

APRENDIZAJE

CONCURSO "La televisión y las letras": CUENTO ELEGIDO POR "EL ESCRIBA"
Aprendizaje

Indudablemente, la televisión es educativa.

Un gato negro se cruzó delante mío. No es que yo sea prejuiciosa pero me dio un escalofrío. Había hecho este camino cientos de veces. Siempre de noche, de vuelta del bar adonde trabajo. Conocía cada puerta. Conocía cada adoquín suelto y cada farol quemado. Siempre sentí predilección por los gatos. De cualquier color. Pero esta vez presentí algo extraño.

Empecé a canturrear la última canción de Sabina. No sabía toda la letra. Lo suficiente como para sentirme acompañada en la negrura de las 2 de la madrugada. Estaba cansada, muy cansada. Había sido un día terrible, de esos en que los clientes se ponen pesados, ruidosos y mal hablados. Más de lo acostumbrado. Y yo ya no quería más. Necesitaba el calor conocido de mi cama, mi salto de cama color manzana, una taza de leche caliente con cognac y una película de miedo en la tele. Esas cosas siempre me permitían dormir con placidez.

Faltaban dos cuadras para mi casa. Y al llegar a la primera esquina me sorprendió la aparición de un bulto oscuro e indefinido. No me dio tiempo a nada. El tipo, desmesurado como un container, alzó dos potentes garfios de cinco dedos cada uno que aprisionaron mis brazos. Yo, siempre preparada para una eventualidad como esa, con mi spray de pimienta en un bolsillo, mi navaja automática en el cierre exterior de mi cartera y mi rodilla derecha virtualmente dirigida como flecha a sus testículos, me quedé estática y con la mente en blanco. Secuestrada por el miedo. Con una mano, no sé cuál, me tiro del pelo hacia atrás y me pasó una lengua cremosa por la cara. El asco me atravesó como un rayo y con mi mano derecha liberada no sé cómo ni cuándo, lo golpeé en la garganta, creo. De ahí en más, sólo atiné a salir corriendo. Volaba. No sentí que mis pies tocaran el piso. Mi mano derecha golpeaba cada tanto la pared o una puerta, pero por primera vez en la vida, me parecía que era liviana como algodón. No creo haber emitido ni un sonido, muda voladora. Sólo quería desaparecer, como si hubiese hecho algo pecaminoso. Escuchaba gritos detrás de mí, golpes de botas, retumbar de tambores…

A las 3 cuadras, todo el ruido fue disminuyendo y me di cuenta de que el tum tum era el de mi corazón todavía aterrado. Por supuesto, había dejado atrás mi casa, que siempre estaba con el televisor encendido para que todos creyeran que había alguien. Ingenua seguridad de entrecasa. No quería que él supiera adónde era. Me escondí en un zaguán que conocía al pasar cuando iba al parque, generalmente a la luz del sol. Y esperé. Y esperé. Y esperé. Y cuando mis tambores cesaron me senté en el piso de baldosas frías. Ahí me parecía seguro.

Madrugó. Tengo mi cartera, no estoy lastimada, me dije. La rodilla no la utilicé, la pimienta y la navaja podrán servir para otra vez. Eran las 5. Volví a mi casa y dormí hasta el día siguiente. Sobreviví.

Todavía me estoy preguntando de qué película de Chuck Norris o Van Damme saqué el magnífico y potente golpe de mano en la tráquea. Sí. La televisión es educativa al fin y al cabo.

OBSESIÓN ESTÉTICA

OBSESION ESTETICA

Silvia se mira en el espejo durante mucho tiempo durante la tarde. No sólo recorre pausadamente su rostro con las manos tratando de detectar alguna imperfección subcutánea imperceptible a la vista; también ejercita sus músculos para retrasar la aparición de arrugas. Sabe bien cómo se hace. Lo enseña a otras mujeres en su programa por cable. Después coloca lociones y cremas para mantener el cutis sano. Y por último, prueba los últimos maquillajes en salir a la venta. Tiene el cabello fuerte, brillante y dócil, y esto le permite cambiar el peinado varias veces y quedarse con el que mejor le sienta. En el cuarto se detiene unos minutos frente al espejo observando en su cuerpo, de frente, de perfil, de espaldas (de paso aprovecha para ejercitar los músculos del cuello), se toma las medidas para controlar que su eterna dieta continúe dando buenos resultados, y pasa a probarse la ropa que se pondrá esta noche, o mañana por la mañana. Conecta la plancha y deja impecable la pollera, el pantalón, la camisa o el suéter. Elige la bijouterie que se acomodará mejor al estilo que usará. Termina justo a tiempo para tomar su baño de inmersión con espuma y aceites. En la bañera practica ejercicios modeladores y reafirmantes y al final se ducha rápidamente con agua fría para estimular sus capilares. Su madre, modelo profesional, le enseñó desde la niñez todo lo que se precisa para ser eternamente joven y bella.
Silvio (nombre que le habían puesto al nacer) nunca consiguió que su padre la considerara una verdadera mujer, como todos lo hacían.

Lidia B. Castro Hernando

Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

Escritura
esa pluma que todos hubiéramos querido tener entre nuestros dedos