miércoles, 4 de agosto de 2010

IMPERMANENCIA

Los recuerdos que brotan son tan viejos que a veces creo que no me pertenecen, como ahora desconozco esa cara, la mía, frente al espejo. Hace mucho que no me miro. Los párpados se cayeron, y el gris azulado de las pupilas está cubierto por una nube lechosa. Patas de gallo enmarcan esos ojos que una vez fueron almendrados. Las arrugas que observo en la frente y el entrecejo me hablan de largas horas de tristeza y de enojo. Las mejillas se chorrearon deformando ese rostro que era ovalado. El cuello ya no es de cisne; imposible usar las gargantillas guardadas celosamente. No hay solución de continuidad desde mi labio inferior hasta el esternón, por el bocio que empezó a formarse a los cincuenta. Labios arrugados esconden dientes amarillos improbables de arreglar por lo frágiles. El poco cabello es fino y blanco. Pero algo sigue igual: mi sonrisa. Una sonrisa que pese a todo, parece de niña. Sólo me reconozco cuando, sin mostrar la dentadura, la comisura de los labios se estira levemente hacia arriba. Y entonces, como por arte de magia, aparecen algunas imágenes del pasado, éstas sí innegablemente mías, que se han vuelto color sepia, pero conservan aroma a frescura. Y me digo: esto es la permanencia en lo impermanente: una sonrisa que se mantiene en mis inexorables 85 años. Y sé que sigo siendo yo.

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Jorge Luis Borges



Escritura

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