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sábado, 7 de febrero de 2015
Escape de las Islas Marías
Escape de la Islas Marías - Autor David Gómez Salas
Cuento dedicado a la Bahía de San Blás
Las islas Marías son cuatro islas localizadas en el océano Pacífico a 112 kilómetros de las costas del Estado de Nayarit, México.
La mayor de las islas, María Madre, tiene una superficie de 145 kilómetros cuadrados y ahí se encuentra el Penal Federal de Islas Marías desde el año 1905. Las otras islas: María Magdalena, María Cleofas y San Juanito, son más pequeñas.
Al inicio de su creación, al penal de las islas María eran llevados los reos más peligrosos y los siempre negados presos políticos. Pero en en los años setenta, llegaron a la isla reos de baja peligrosidad bajo un sistema de libertad reglamentada, que incluía la convivencia familiar, un sistema que permitía la readaptación social de los presos.
Para desmoralizar a los reos, les decían que las aguas estaban infestadas de tiburones que los atacarían si se alejaban a nado de la isla. Sin embargo los que pescábamos en esta zona sabíamos que ya no existían muchos tiburones, porque habíamos pescado en exceso. Vendíamos la aleta seca a 70 dólares el kilo.
Convencí a Martín y al Pedro para escapar de la Colonia Penal Federal Islas Marías. Fue fácil convencer a Pedro, porque estaba decidido a todo, debido a que lo había abandonado su novia. A Martín también lo habían abandonado, pero estaba menos afectado.
Martín llegó al penal con su mujer Natividad (Naty). Pedro llegó con su novia Priscila (Pris). Mi compañera fue Inés, que murió de una enfermedad.
Al transcurrir casi un año Naty abandonó a Martín, se juntó con un guardia llamado Genaro. Priscila abandonó más rápido a Pedro, a los seis meses de su llegada se juntó con Eulogio, otro custodio.
Los tres teníamos motivos para desear no ver más aquel lugar y algunos de sus habitantes.
La Isla María Madre estaba vigilada por la infantería de Marina y estaba prohibido acercarse a la isla a una distancia menor a 12 millas. Sin embargo de noche es posible acercarse a la costa y retirarse pronto sin ser descubiertos. Por eso que mi idea fue salir nadando de noche y abordar una lancha a 100 metros de la costa.
De San Blás a la Isla María Madre hay una distancia, en línea recta, de 114 kilómetros (72 millas náuticas). Esta distancia se podría recorrer en cuatro horas, a una velocidad 18 nudos, que es la máxima que desarrollan la mayoría de las lanchas de los pescadores. Normalmente se recorre en 5 horas y media. Navegando con tranquilidad, siempre y cuando, existan buenas condiciones de viento, oleaje y corrientes marinas
Es fácil acercarse a la isla y retirarse pronto, sin ser descubiertos. Cualquier pescador puede ir de noche a la Isla María Madre y regresar a San Blás, utilizando una brújula. Se puede atracar cerca de la Isla María Madre en las coordenadas: Norte 21º 34’ 00” - Oeste 106º 29’ 35” y en San Blás en las coordenadas: Norte 21º 31’ 33” - Oeste 105º 17’ 12”.
Así que la libertad se podía obtener, con una lancha. Necesitaba conseguir quien me apoyará con una lancha, tenía varios amigos pescadores de confianza, uno de ellos: El Oxígeno.
Martín creía que el mar estaba infestado de tiburones y atacarían a quién se arrojara al agua.
Conozco la zona—Le dije. Le expliqué que hace muchos años estuvieron pagando a setenta dólares el kilo de aleta seca de tiburón y por eso había muy pocos tiburones.
Los guardias pasaban lista a los presos tres veces al día, la primera vez a las cinco de la madrugada y la última vez a las ocho de la noche. A partir de las nueve y media de la noche hay toque de queda, nadie puede salir de su vivienda. No se puede estar en la calle, ni en otro lugar que no sea su casa.
El mejor momento para escapar es inmediatamente después de que se da el toque de queda, porque se tiene el resto de la noche sin que pasen lista. Pero como también hay que cuidar no ser vistos por los otros presos y habitantes, conviene esperar a que duerma la mayoría. Las once de la noche es buena hora.
Así que salimos a las once de la noche, nos arrastramos hasta la playa, para lanzarnos al mar y nadar hasta el punto donde nos esperaba "Oxígeno" con su lancha "Rosario de Fátima". Como ya sabíamos que se requiere fuerza para arrastrarse hasta la playa y nadar la lancha, habíamos entrenado jugando el juego llamado "los caimanes", que consiste en avanzar arrastrándose con los codos.
Cuando subimos a la lancha, Oxígeno nos dijo que en caso de ver una lancha patrulla debíamos tirarnos de inmediato al agua. Nos entregó a cada uno, un juego de ropa compuesto por short, camiseta, chaleco salvavidas y aletas. La ropa y demás cosas eran de color negro, para que fuera difícil que nos vieran en el agua.
En caso de que nos arrojáramos al mar, "Rosario de Fátima" continuaría el viaje a la costa para que al ser interceptada más adelante, solo encontraran en la lancha Oxígeno, Yaco (su hijo y ayudante) y lo que habían pescado ese día.
Oxígeno me dio una brújula para que al nadar de noche pudiera orientarme a la costa. También me dio una pequeña lámpara para ver la brújula y hacer señales en caso necesario.
Nos entregó un frasco que contenía una crema de elaboración casera. La elaboran con un producto artificial que le llaman esperma de ballena, al cual le agregan extractos de ruda y ajo. El esperma de ballena artificial es insoluble en el agua de mar. Este producto sirve para que no se acerquen los tiburones. Nos untamos la crema en brazos cuerpo y piernas,
Después de cambiarnos de ropa, la que traíamos puesta la metimos en una bolsa de red plástica y la cual atamos a una piedra que nos dio Oxígeno y la arrojamos al fondo del mar.
Si se tienen que arrojar al agua, no se preocupen. Un amigo, el Memín, estará al pendiente de ustedes y si nota que regreso a San Blas sin ustedes, él saldrá en su lancha a buscarlos--Nos dijo Oxígeno.
Memín navegará haciendo una señal con una linterna para que ustedes sepan que es él. Será una luz larga, tres luces cortas, una larga, tres cortas; repetidamente. Cuando vean la señal, encienden la lámpara para que él pueda verlos.
El plan era simple, podía funcionar. Para evitar que una lancha patrulla nos encontraran en la lancha de Oxígeno, debíamos tirarnos al agua en cuanto viéramos una patrulla que pudiera acercarse a la lancha en que viajábamos y Oxigeno seguiría navegando a la costa cambiando ligeramente el rumbo de la lancha.
Eran casi las dos horas de la madrugada cuando observamos que venía una lancha y por lo tanto nos tiramos al mar.
Oxígeno continuó navegando "Rosario de Fátima" rumbo a San Blas. Aquella madrugada el cielo estaba nublado, no se veía la luna, ni las estrellas.
El agua estaba fría y gracias a Dios el mar no estaba agitado. Yo iba al frente, atrás a mi izquierda Martín y atrás a mi derecha Pedro. Nadamos rumbo al Este. Martín estaba asustado y a cada rato imaginaba ver tiburones.
No te preocupes, los tiburones no comen lo podrido—dijo Pedro a Martín. Pero es mejor que te coma un tiburón, así tu alma queda en el animal, no se la lleva el diablo al infierno
Creo que no vendrán por nosotros. el agua está cada vez más helada, ¿Cuánto dura el ungüento que nos pusimos?—dijo Martín.
No se quita con el agua, dura mucho. Vamos a nadar con calma, para que evitar un calambre—contesté.
¿Cómo se quita?—pregunto Martín.
Con gasolina o con alcohol—dijo Pedro.
Le atinamos a una noche oscurísima, no nos verá ni Dios—dijo Martín.
Hace mucho tiempo que Dios no te ve—contestó Pedro
Después de estar cerca de una hora en el agua, se aproximaron a nosotros, dos lanchas provenientes del Este. Nos quedamos quietos y las lanchas pasaron de largo.
¿Quiénes serían?—preguntó Martín. Yo creo que la policía, ya habrán avisado al puerto, por radio. Se contestó el mismo
No vi que hicieran la señal convenida—les dije.
Hay que hacerse a la idea de que seguiremos nadando hasta la Playa—dijo Pedro.
Más o menos otros tres cuartos de hora después, regresaron del Oeste las lanchas. Esta vez pudimos ver que hacían la señal convenida. Una luz larga, tres cortas. Pero como eran dos lanchas no encendí la lámpara y las lanchas nuevamente pasaron de largo.
Debiste encender la lámpara, las dos lanchas hicieron la señal—me dijo Pedro.
Lo raro es que son dos lanchas—respondí
Que tal vino a buscarnos el Memín y otro compa. Con dos lanchas se puede revisar mejor—dijo Pedro
Si regresan encenderé la lámpara—contesté.
Y pasó casi otra hora para que viéramos de nuevo las dos lanchas que aparecieron en el Este, esta vez venían más al norte de nosotros. Encendí de inmediato la lámpara para que nos vieran y por las prisas no esperé a ver si hacían bien la señal. Y después de dos o tres minutos nos vieron y se dirigieron a nosotros.
La primera lancha que llegó era de la guardia costera.
¡Chin! Volveré a ver a la Naty—exclamó Martín.
Y yo a la Pris—dijo Pedro
Yo simplemente no puedo volver a la Isla—contesté. Pensé en sumergirme y nadar hacia el suroeste.
Repentinamente oí: ¡Ya la hicimos, mis cuates! Era la voz del Oxígeno, gritando.
La lancha de atrás era "Rosario de Fátima" y desde ahí nos gritó:
¡El Capi es mi amigo, él y sus compañeros nos van ayudar!
A bordo de "Rosario de Fátima", Oxígeno nos contó que la lancha patrulla tardó en alcanzarlo porque él le metió duro para que lo detuvieran lejos de nosotros. Y resultó que cuando la lancha patrulla lo alcanzó, Oxígeno se dio cuenta que quien capitaneaba la lancha patrulla era su amigo.
Han pasado muchos años después de aquella madrugada y todavía me reúno con Martín y Pedro, al menos una vez al año. Siempre al tomar el primer trago brindamos por “La Naty”, “La Pris” y mi Inés.
He leído que de 70 prófugos que han escapado de la Isla María Madre en los últimos quince años, las autoridades de la isla solo capturaron a cuatro. Las autoridades opinan que probablemente a los demás se los comieron los tiburones.
La costa del Estado de Nayarit es benevolente, proporciona todo para vivir, solo hay que tomarlo. No es necesario delinquir para sobrevivir. Por eso varios de los que escapan del penal de las Islas Marías, se quedan en la costa de Nayarit.
Son ciudadanos reformados por el mar. El mar enseña a ser pacientes, tenaces y solidarios.
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“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges
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