miércoles, 25 de febrero de 2015

CHIQUI A LA PROVENZAL

CHIQUI A LA PROVENZAL
Hoy es diferente. Chiqui cumple cuarenta años.
Es domingo de noche, cenó un sándwich y una fruta.
Está sola y además, hoy se siente sola. Sufre el abrazo ausente, el beso de despedida, la risa por el chiste malo de la tele, un mate compartido. Todas esas cosas que añora sin haberlas tenido nunca y son de otros. Siempre lo fueron.  Por eso querría que fuera un día distinto. Pero no hay nada que festejar.
Se distrae pensando en sí misma, su timidez, el mal humor, la introversión;  todo lo que hizo de ella una solitaria sin remedio, sin familia ni amigos ni pareja. Eso sí, va a un curso de telar. El tiempo restante lo despilfarra como cajera en el supermercado coreano del barrio, su pequeño departamento y un gato de angora,  Chear, que tiene seis años y compró con un aguinaldo.
Ahora mira sin ver, oye sin escuchar uno de esos programas de juegos frívolos y  chillones de la televisión abierta. Quisiera otro tipo de ruido,  que sucediera algo, un cambio. Por lo menos hoy.
 Abre una botella de cognac que tiene desde hace  ya ni sabe cuánto y se sirve una copa para acompañar ese café a la turca que aprendió en el canal Gourmet. La combinación la hace sentir otra, extraña a ella misma y no es desagradable. Sus pensamientos vagan inconexos por lo que va a hacer al día siguiente: descolgaría la ropa todavía chorreando en la terraza por la lluvia del sábado que mantiene todo tan húmedo, sacaría la cuenta del dinero que le debe a la profesora del taller, pensaría en ese pantalón nuevo que no se decide a comprar -ya tengo uno y con este me sobra total, no salgo a ningún lado-. Se interrumpe: presiente que hay alguien en la sala aparte del gato que dormita sobre el televisor tibio.
Chiqui  mira atónita. Mientras escucha el timbal de sus palpitaciones, una de las cuatro sillas estilo provenzal comienza a alejarse de la mesa, hace una rotación sobre sí y enfrenta a Chiqui. Ella se figura que ha entrado un mago y quiere sorprenderla con un truco. Pero no conoce a ninguno.
Suspenso. Ni un movimiento humano en el ambiente, ni una voz salvo la del televisor y el vaivén de esas cuatro patas que se deslizan,  lentas y amenazantes, cada vez más cerca.  En el sillón, ella tiembla y se va encogiendo. El borde del asiento le raspa las rodillas, protegidas por los pantalones. Dobla las piernas y abraza fuerte un almohadón para evitar que la madera la hiera.
A medida que aumenta el temor, pierde la noción del tiempo. El miedo dura siglos, mientras el programa de televisión sigue su curso.
El respaldo de la silla se inclina hacia adelante y la cabeza de Chiqui queda atrapada en los travesaños. Su “¡BASTA!” no le sirve. Se hunde en el sillón  lastimándose con los resortes; el relleno de fibras duras, sogas y madera  termina de apresarla.
El asiento sube al sillón de la abuela, coloca respaldo contra respaldo y ocupa  el lugar de la mujer. Afirma una pata en el control remoto que aún se encuentra en el apoyabrazos y cambia de canal: Venus. Las otras tres sillas se van ubicando a los costados. Ellas saben bien de los cuerpos que se frotan. Chiqui nunca lo supo, ni lo sabrá-
Todo vuelve a estar en calma. Sólo imágenes y un moderado volumen. Chear, que ha estado observando sin inmutarse los movimientos en la sala, medita: “Por fin algo excitante en esta casa en la que nunca hubo jadeos”.


1 comentario:

Gracias por tu comentario. Lidia

Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

Escritura
esa pluma que todos hubiéramos querido tener entre nuestros dedos