Nostalgia
© David Gómez Salas, el Jaguar.
Por temor a no poder
evitar que la olas mueran
las dejé de ver.
Pero las olas solo se acuestan
y se vuelven a levantar.
Nunca mueren, siempre están.
Tu recuerdo nunca se fue
sigo pensando en el mar,
No te dejé de ver.
Aún sin volver al mar,
me fue imposible olvidar lo amado.
Ausencia de ausencia, fue.
Blog literario de escritos propios y amigos, información literaria y aportes sobre escritura-
jueves, 23 de julio de 2015
miércoles, 22 de julio de 2015
Tormenta
Tormenta © David Gómez Salas
El viento dobló los pinos,
y sacudió los pirules con violencia.
Los frutales se veían indefensos
al inicio de la tormenta.
Después llegaron los
relámpagos
con desfasados truenos.
Inició la tormenta
con toda furia del cielo,
cayeron ríos de agua,
se inundó el suelo.
Crujieron los árboles
al desgarrarse sus ramas y troncos
Las corrientes arrastraron piedras y lodo,
se llevó la tierra vegetal
y asomó el tepetate duro y bronco.
Terminó la tormenta pronto,
En el semidesierto, así es el destino,
la naturaleza edifica lentamente
y le da un final repentino.
Al terminar la tormenta
suspiré y mire al cielo.
Un cielo ofensivamente
limpio...
El viento dobló los pinos,
y sacudió los pirules con violencia.
Los frutales se veían indefensos
al inicio de la tormenta.
Después llegaron los
relámpagos
con desfasados truenos.
Inició la tormenta
con toda furia del cielo,
cayeron ríos de agua,
se inundó el suelo.
Crujieron los árboles
al desgarrarse sus ramas y troncos
Las corrientes arrastraron piedras y lodo,
se llevó la tierra vegetal
y asomó el tepetate duro y bronco.
Terminó la tormenta pronto,
En el semidesierto, así es el destino,
la naturaleza edifica lentamente
y le da un final repentino.
Al terminar la tormenta
suspiré y mire al cielo.
Un cielo ofensivamente
limpio...
viernes, 10 de julio de 2015
EL GUARDIÁN
Y sigo regalándoles mis cuentos: Del libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR
EL GUARDIÁN
La
veo entrar, cansada, después del trabajo en su bufete de abogada de la 5º
Avenida. Aunque estoy acurrucado bajo el sillón del hall, veo que su maquillaje
ya no puede ocultar las ojeras de un día complejo. Mariana va a la cocina, se
sirve un jugo y galletitas y luego prepara su acostumbrado café negro. Lynn
suele venir minutos más tarde: el tiempo suficiente para que ella descongele
alguna comida al terminarlo. Abre la botella de Chablis y la lleva al living:
pone música.
Apaga
el celular y lo abandona sobre el audio; se queda mirando por el ventanal el
puente de Brooklyn que, separándola de Manhattan, le asegura una horas de
descanso y tranquilidad.
Mira
el reloj y pone sin apuro la mesa para dos. Me llama. No me muevo. Tengo miedo.
Empieza a buscarme, extrañada. Se encoge de hombros. Sabe que nunca me escapo.
Vuelve
a la cocina y yo me escondo más, estrechándome todo lo que puedo, que no es
mucho. Sigue llamándome. Mudo.
Mira sorprendida el saco de Lynn, colgado en
el perchero de la entrada. Es curiosa. Revisa los bolsillos y descubre el
celular. No puede evitarlo. Recorre los últimos mensajes de voz y escucha:
“Susan… sí, hoy se lo digo… se terminó, ¡te lo juro! Tranquila, tengo los
pasajes… ¡Te amo!”
Mariana
tira el celular y sube las escaleras. Supone que él estará recogiendo sus cosas. En el rellano
patea un bolso.
Salgo
de mi escondite. La sigo. Él yace destrozado sobre la cama.
Soy
un rottweiler. No permito que a mi dueña la abandonen.
viernes, 3 de julio de 2015
FUERA DE PROGRAMA
Para todos un cuento más de mi libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR. Gracias por leerlo.
FUERA DE PROGRAMA
Era
sin duda una pianista magistral. Sus pequeños dedos se posaron en el
instrumento por primera vez a los cuatro años y ya nunca se separaron. Los
mejores profesores de su Irlanda natal protagonizaban contiendas para ser
elegidos como tutores. Era tal su prestigio que pagaban para enseñarle; mejor
dicho, perfeccionarla.
Los
padres de Molly eran gente sencilla que no entendía nada de música y que, por
esas cosas de la vida, habían guardado como una reliquia el piano de la abuela.
Estaba ubicado en la estancia principal de la modesta casa: casi en la penumbra,
bajo una luz indecisa que penetraba por la ventana a través de un cortinado de
voile.
La oscuridad era su aliada porque
Molly sufría de progeria, envejecimiento prematuro, y contra todo pronóstico,
había sobrepasado los treinta años: tenía rostro
arrugado, el mentón retraído, los ojos saltones y la nariz en forma de pico,
había comenzado a caérsele el cabello y estaba perdiendo las pestañas y las
cejas; de baja estatura, tenía una
cabeza grande para el tamaño del cuerpo, el torso estrecho, el abdomen un poco
abultado, la piel seca y delgada. Sufría de artritis pero sus manos, su tesoro
y el tesoro de todos los que la escuchaban, eran largas, estilizadas y
hermosas. Distaba mucho de ser agradable. Sin embargo, escucharla era entrar en
un éxtasis de sonidos.
En medio
del derrumbamiento físico generalizado en que se resumía la vejez, su
virtuosismo era testimonio dolorosamente irrecusable de la persistencia del
carácter y de la voluntad. Permanecía aislada, preservándose de las críticas o
cuchicheos. Incluso las salas de concierto donde ejecutaba, se mantenían en
sombras. Sólo un foco cenital alumbraba el teclado y sus manos. La orquesta
debía acostumbrarse a acompañar como si fuera un conjunto de ciegos.
Carnegie
Hall, 23 de Diciembre de 2010. El programa anuncia las tres obras consideradas
particularmente más difíciles: Los trece Poemas sinfónicos de Liszt, el Concierto para piano y orquesta Nº 2 de
Prokofiev, para finalizar con Gaspar de la Nuit de Ravel.
Sala
llena, gente parada en Paraíso. Apabullados y en arrobamiento más de quinientas
personas siguen las manos de Molly sintiendo que se encuentran en una especie
de Edén. Todos saben, pero nadie comenta. Los aplausos se mantienen durante más
de media hora al finalizar las obras de Liszt. Molly sale y se cambia el
vestido mojado por la transpiración. Prokofiev le otorga casi cuarenta y cinco
minutos de ovación. Ataca "Ondine" y "Le Gibet" de
Ravel, con energía y dulzura y, antes de comenzar "Scarbo", se
escuchan repentinos silencios como espacios huecos. La partitura se deshace
como un collar de perlas roto.
Todo
el mundo, intolerante, comienza a murmurar. La música es reemplazada por el
ruido de voces, algunos zapateos impacientes, el sonido extraño de las ropas al
rozarse, las palmas de fastidio.
Nadie
percibió en la oscuridad las lágrimas que brotaron de los ojos de Molly, la
grande. Nadie pudo escuchar la queja suave que partió de su corazón, mientras
iba desplomándose sobre su único amigo, el piano.
jueves, 25 de junio de 2015
AL FIN Y AL CABO SOLAMENTE UN HOMBRE
Para todos, otro cuento de mi último libro "ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR"
AL FIN Y AL CABO, SOLAMENTE UN HOMBRE
Ella
desliza con facilidad el anillo con la piedra negra que su padre llevó durante
sesenta años. La alianza de oro hacía tiempo había sido desechada.
Lleva
horas observándolo. Fijamente, hipnotizada. Intenta descubrir un leve
movimiento facial, quizás una ceja que se levanta o ese ir y venir lateral de
los ojos bajo los párpados cerrados: algo que pueda revelar un sueño. Pero
nada. Los brazos de ese hombre descansan extendidos sobre la manta a los
costados de un cuerpo oculto que ella imagina bien.
Su
quietud le resulta exasperante.
En
las tres semanas que pasó en la clínica geriátrica, sentada incómoda en una
silla dura, él ha perdido mucho peso, sus huesos tienen mayor volumen bajo esa
piel marmórea, traslúcida y floja.
Las
horas pasan lentas y lánguidas.
Ese
ser no parece el que le diera la vida y al que conoció durante cuarenta años:
enérgico, agudo, austero, sofista obsesivo, violento. Permanece en coma
profundo desde que lo trajo del hospital, y le resulta un extraño.
La
enfermedad, simplemente ocurrió.
Ella
trata de recordarlo vivo, aunque aún no ha muerto. Pero le es difícil: un
cuerpo amortajado por la ropa de cama, dos brazos inmóviles, una cabeza conectada
a un respirador artificial que retrasa su muerte con un gemido neumático; el
aparato de líneas en movimiento, con ondas y picos débiles, marca el lento
ritmo del corazón con un pip acompasado
de fondo; el parante de hierro sostiene las vías de hidratación y morfina con
su goteo interminable, y una bolsa que recoge las deyecciones, sobresale al
otro costado.
Este
ser humano casi artificial no es su padre.
El
hombre que fue, ahora descarnado e inerme, le había hecho prometer que antes de
que le tuviesen que cambiar pañales, por
favor, lo matara como sea. La hija
mira en el balconcito de la habitación, tras la ventana, el rosal que trajo de
la casa y que resiste las primeras heladas.
Una
historia se va diluyendo.
Él
padre había sido su ídolo y su peor pesadilla. Le enseñó todo: lo bueno y lo
malo. Y la formó rebelde, ambivalente, partida entre dos mundos –el de la madre
y el del padre- que sólo se unían para chocar. Recordó también alguna que otra
demostración de orgullo sin importancia frente a las tantas humillaciones
cotidianas.
Lleva
tres meses de un cáncer agudo y terminal de huesos. Típico de alcohólicos, dijo la oncóloga. Y eso le produjo alivio: ella no es la culpable a pesar de
todo el rencor acumulado. “Maltrató tanto a mi madre que ella también enfermó
de cáncer por no haber encontrado otra salida; cincuenta y tres años: tan joven
para morir”, piensa.
Mientras,
comienza a llover. Y llueve como si fuese un día cualquiera. “La naturaleza no
entiende de emociones”.
Se
debate entre desconectar el respirador o aumentar el suministro de morfina. Él
se lo había pedido, sí. Pero también se lo merece: marcó su vida para siempre
aquella noche, cuando a los trece años, ese cuerpo ya indefenso, se tiró sobre
ella y le silenció la boca rompiendo su inocencia.
Un
trueno la trae del pasado.
Lo
había odiado y lo había amado intensamente. Ahora es una cáscara a merced de médicos,
enfermeras, mucamas. Y a merced de ella.
Se
asoma al pasillo y ve que el box de enfermería está desierto. Regresa junto a
la cama. ¡Te quiero, papá! y, decidida,
su mano trémula desconecta el respirador tan solo un instante, el suficiente
como para registrar que el soplo de los pulmones, casi imperceptible, desaparece.
Le besa la frente y murmura: Te perdono y
adiós.
Ya
no hay latidos en su cuello. Vuelve a conectar el respirador y se sienta a
llorar. Minutos después, pulsa el timbre de enfermería.
Una
biografía ha terminado. Cubrirán el rostro y una tarjeta con su nombre colgará
de un dedo del pie. Después la morgue y lo antes posible, cenizas.
viernes, 12 de junio de 2015
DOS LOCOS LINDOS
DOS LOCOS LINDOS
Mi tío Julio era “un
loco lindo”, ¿vio? Yo quería parecerme a él cuando fuera grande. Mire la foto
que nos sacaron una vez a los dos, él con 40, yo de 15… ¿No parecemos hermanos?
Resulta que la familia conocía cosas de las que no se hablaba, y estaban de
acuerdo en que loco era, pero no lindo, más bien peligroso. Para mí fue una
especie de justiciero. Decían que había estado en un loquero por un tiempo para
evitar la cárcel. Por cuestiones de burros. Quisieron matarlo y él se defendió clavándole,
a un flaco, un puñal en el hígado. Sentenciaron: locura, y así zafó ¿vio? Para
mí era un tipazo; vagabundo, sin ataduras, de buen humor; ¡déle plata y regalos
para los chicos de la familia! ¡Nunca lo vi encerrado! Un día fuimos a visitarlo a su casa; tenía una pared llena de armas de
todo tipo: escopetas, revólveres, arcos y flechas, jabalinas, rifles, dagas,
cerbatanas. Lo que se le ocurra. Todo traído de sus viajes como explorador y
buscador de oro ¿vio? Y nos contaba historias en las que él salía bien parado y
los demás, muertos. Otras historias, si las había, se las guardaba bien
guardadas.
Yo también me
llamo Julio. (Y ya que me preguntó, estoy en el Borda por equivocación). La
familia dice que soy lindo como él, por eso antes de que me metieran acá, hace
dos años, me gastaban: ¡Andá… loco lindo! A mí no me hace ni fu ni fa, ¿vio? Al
contrario.
Las cosas de que
se acuerda uno, ¿no? Cuando el tío murió, ¿sabe que lo mató un colectivo que
cruzó en rojo?… ¡qué absurdo! en el diario salió que el explorador de la selva
había caído en una esquina del Bajo Flores. ¡Una cargada! Como le decía, cuando
el tío murió, yo me encargué de las armas. Deshacete de todo, dijo mi vieja.
Pero yo me acordaba de cada aventura y se me estrujaba el corazón, ¿vio?
Todos los que él
había mandado al otro mundo: los indios del Amazonas, los watusi del África,
los jíbaros del Ecuador, el pirata de las Antillas, los dos bandoleros de
Turquía, el mafioso siciliano, todos, aparecieron en mi casa a reclamar. Y yo
no tuve más remedio que devolverlos uno a uno, matándolos otra vez… ¿Cómo se
les ocurría? Mi tío era hombre de una sola palabra, un solo tiro, un solo
navajazo ¿vio? ¡Qué ídolo!
Cuando él vuelva,
porque yo sé que va a volver, me va a sacar de acá. Anduve matando colectiveros,
sí. Y al que lo arrolló, también. Tenía que hacer justicia. Por eso me dicen El
Zorro. Escúcheme bien. Estoy en el Borda por equivocación. Para mí, yo tendría
que estar en la cárcel, ¿no le parece, don Robin Hood?
del libro: ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR
jueves, 4 de junio de 2015
PASEANDERAS
DE : ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR
PASEANDERAS
Desde hace años,
ELLA
acostumbra sacar a Boopi, su perrita, a la mañana y a la tarde. Boopi fue
pisada hace un años por una bicicleta, -mejor dicho por un ciclista-, y quedó
paralítica de las patitas traseras. Por eso su ama es la única que camina: la
perra va cómodamente sentada en un cochecito de bebé. Son las siete de la
tarde. ELLA recorre la
playa muy junto al agua, despaciosamente, con pasos a veces cortos, a veces
largos. Pero siempre lento y descalza. Le gusta concentrarse en lo que hace:
apoya primero el borde posterior del talón, luego el borde exterior del pie; enseguida
la almohadilla del metatarso, y por último los dedos, mientras el resto del pie
ya está en el aire. Después presta atención al otro. Le contaron que a eso se
llama meditación activa. De verdad resulta interesante y por alguna suerte de
mimetismo, su perra lhasa permanece quieta admirando el mar. En ese instante
atemporal para ELLA sólo existen las manos que toman el carro, sus pies, la arena
húmeda, el viento en el rostro, y por el rabillo del ojo la luminosidad del
agua y el tostado de la espuma acercándose, cuando empieza a atardecer.
Mira el reloj de oro que le cuelga del cuello, único
recuerdo de su madre, y pregunta: ¿Caminamos un poco más? ¡El atardecer es tan
lindo! Una mirada de mudo asentimiento de Boopi y decide caminar otros 30
minutos. Ya recorrió dos veces los cien metros que separan ambos muelles.
Siente el pecho abierto y libre, la cabeza y los hombros relajados y un
bienestar absoluto que le recuerda que en ese momento es feliz. Sin embargo,
sus huellas son más profundas que las de días atrás y empujar el cochecito le
implica gran esfuerzo. La arena está revuelta por el tormentón de anoche y,
aunque no le gusta admitirlo, ELLA se agregó uno o dos kilos después de la fiesta de Nochebuena. Todo
esto le hace pesado y menos libre el andar. Intrigada, observa que casi no
puede empujar a Boopi, porque las ruedas, casi enterradas no rotan, tiene arena
húmeda en las pantorrillas…y descubre desconcertada que cada vez se hunde más y
más.
A la madrugada siguiente, extrañado por
unas huellas que el mar aún no borró, el joven buscador de oro verá cómo el
aparato detector de metales se clava de repente justo ahí.
El reloj de oro pasará
a ser propiedad de otra familia como trofeo secreto e insólito, y de ELLA y de Boopi no se va a saber nunca
nada más. Sus amigas comentarán que es como si se las hubiera tragado la
tierra.
miércoles, 27 de mayo de 2015
PABELLÓN DE LA MUERTE: un nuevo cuento de Esa Obstinada costumbre de morir
PABELLÓN DE LA MUERTE
6 de Agosto de 1890. Prisión
de Auburn, New York, Estados Unidos.
Acaba de terminar su comida,
la última. Pidió costillas de cordero con puré de batatas. Dos botellas de
cerveza y un puro. No hubo problemas: todo exquisito. El cura parecía muy
ansioso de conversar. No obstante, lo dejó con las ganas; no tiene nada que ver
con él y sus creencias.
Son las ocho de la noche y le
parece que una siesta de una hora le hará bien.
Más tarde, cree que es tiempo
de pensar en todo lo que no hizo durante siete años en prisión. Quizás le
encuentre sentido a su vida, ese sentido que nunca se le manifestó.
Imagina qué habría hecho de no haber matado al hombre.
Tal vez conocer una mujer y tener algún hijo, terminar sus estudios, comprar
una casa con jardín, tener perros, viajar a Louisiana y conocer el lugar donde
nacieron sus padres. ¡Tantas cosas podría haber logrado en esos siete años!
reflexiona.
Él no había querido asesinar a
ese viejo. Había entrado en la vivienda a robar, nada más. Pero su víctima, ex
policía, sacó un arma y él no tuvo más
remedio que usar la suya. Nunca había disparado. No había tenido necesidad.
Pero la falta de trabajo y el hambre, lo llevaron de las aulas a la calle y ya
estaba cansado de mendigar. Se asustó. Sabía que iría a la cárcel si lo descubrían
y en la oscuridad bajó al sótano y encontró un hacha. Desesperado, descuartizó
al muerto y lo metió en bolsas de residuos. Con su ropa ensangrentada, cargó los sacos en el coche del viejo y lo
empujó al río Mohawk hasta que desapareció bajo el agua. No imaginó que la suave corriente
lo arrastraría a la costa dos días después. Tampoco, que había un testigo: una
viejita de anteojos que observaba tras las cortinas desde la casa de enfrente.
Él no la había visto. De otra manera también hubiese tenido que matarla.
El gran evento tendrá lugar a
las cero horas un minuto, ni un segundo antes, ni un segundo después.
Cintas oscuras como retazos de
mortaja negra lo van rodeando. Sabe que las recorren finos hilos metálicos. El
sillón de madera es grande, más parecido a un
regio trono que a un asiento mortal.
Rodeado de cinco personas se
siente atendido como si fuera un niño pequeño. ¿Cuándo lo habían tocado con
tanta dedicación? Ni siquiera al recibir el puntazo en el patio de la prisión
por resistirse a formar parte de una de las camarillas. La verdad es que no
comprende por qué son tan delicados para amarrarlo con esas tiras. Que no
deseen lastimarlo antes de que la corriente eléctrica circule a través de su
cuerpo es irónico. A final, el cuidado que jamás le habían dado sus padres ni
tampoco los adoptivos, lo recibe de sus verdugos.
Diecisiete pasos desde la
celda por el camino final, sus muñecas y sus tobillos encadenados. Muy a su
pesar, el cura fue leyéndole los Salmos. Caminaba sereno. Sabía que era culpable.
No obstante ahora, sentado en la silla, una débil esperanza lo mantiene atento
al aviso de indulto que puede salvarlo.
El mensaje no llegó. Al minuto
después de la medianoche, el verdugo bajó la palanca y la silla eléctrica
funcionó por primera vez en la historia. Su nombre pasaría a la posteridad:
William Kemmler, un blanco.
miércoles, 20 de mayo de 2015
El ser humano y el gobierno
EL SER HUMANO Y EL GOBIERNO Por: David Gómez Salas
Originalmente el ser humano se organizó en grupos, integrando tribus, para defenderse de los peligros que representaban los animales salvajes, y para protegerse y auxiliarse ante fenómenos naturales como tormentas, inundaciones, terremotos y periodos de sequías. Para evitar desastres y calamidades por estos fenómenos. Por siglos, el ser humano se fue organizando para formar mejores estructuras sociales, primero para sobrevivir y satisfacer las necesidades básicas de alimentación, vivienda, vestido. En otras palabras comer, y protegerse del clima y los animales.
El crecimiento de los centros de población, el comercio y el desarrollo industrial obligó a que los seres humanos establecieran formas de gobierno que dieran mayor seguridad a la propiedad privada y que permitieran proteger y conservar los bienes públicos; asimismo para alcanzar mayores niveles de educación, cuidado de la salud, cultura, diversión, deporte, desarrollo científico y tecnológico, etc.
La sociedad se organizó bajo diferentes esquemas de gobierno. Algunos sistemas dieron más importancia al bienestar colectivo y otros a las libertades individuales; pero siempre la sociedad ha buscado organizarse para alcanzar mayores niveles de bienestar. Sin embargo, la ambición del hombre en el poder ha llevado en muchas ocasiones a intentar crear sistemas de gobierno dictatoriales, para mantener sus privilegios toda la vida, e incluso para heredarlos. Lo malo es que lo ha logrado varias veces. Esto se ha observado históricamente en jefes de tribus, monarquías, gobernantes golpistas, líderes religiosos, líderes obreros, partidos políticos, caciques, sistemas parlamentarios, empresarios, banqueros, familias políticas, grupos delictivos, etc.
La población mundial creció en medio de la ambición de los gobernantes, que llevaron a crear pugnas entre regiones, países, entidades, condados, etc.
La lucha por poseer los recursos naturales, tales como: las mejores tierras para la agricultura, zonas forestales, ríos y acuíferos, esteros y mares ricos en fauna y flora, yacimientos de petróleo y minerales (oro, plata, cobre, uranio), esta lucha se ha dado en todos los niveles: mundial, nacional, estatal, municipal, ejidal, colonia urbana, etc.
Proteger al ser humano ante los fenómenos naturales como sequías, tormentas, inundaciones, terremotos, pasó a segundo término. Los gobiernos históricamente invirtieron (e invierten) en guerras y reparación de daños de estas, cuando son potencias guerreras y económicas; en mantener cuerpos represivos para mantenerse en el poder, cuando son países pobres; y la mayoría de países (pobres y ricos), en favorecer a los grupos de poder.
Poco se ha avanzado en el almacenamiento de agua para mitigar las sequías; tampoco se ha avanzado en el control de las avenidas (corrientes) de los ríos, en el control de inundaciones, y en promover que los centros de población se ubiquen en zonas con menores riesgos de desastres por fenómenos naturales; a pesar de ser problemas que se conocen históricamente. Por lo que desafortunadamente seguirán presentándose en los medios de comunicación, noticias sobre estos desastres.
La Enciclopedia Sopena dice lo siguiente: Gobernar- Guiar, dirigir, regir, conducir, administrar, brindar servicios públicos, mandar. Gobernante- El que gobierna, el que se mete a mangonear, dirigir o gobernar algo. El subcomandante Marcos dice: Gobernar es mandar obedeciendo, y el gobernado obedece mandando. Bajo este romántico punto de vista, el gobernante, debe mandar obedeciendo a los ciudadanos a quienes pretende servir, y reconocer que ciudadanos y gobierno pertenecen al mismo grupo social, que se ha organizado temporalmente de cierta manera.
Actualmente los ciudadanos no cuentan con los medios legales para participar activamente en la definición de las normas de gobierno y en la vigilancia de su cumplimiento, hacen falta instrumentos legales como el Referéndum, procedimiento por el que se somete al voto popular la aprobación de leyes o actos administrativos. Sin embargo, existe un marco legal que, aún cuando debe perfeccionarse, representa garantía de respeto a los derechos ciudadanos. Hay que apegarse al marco legal, y así crecerá la cultura de confianza en la legalidad. El bienestar colectivo y los derechos individuales, estarán sobre la ambición personal, el autoritarismo y el influyentismo.
En una ocasión, un ciudadano de experiencia decía que para ocupar el cargo de administrador de un condominio comercial, gerente de una empresa ó líder de un gremio, debíamos seleccionar a una persona con relaciones en el gobierno; con palancas, resaltaba. No pude, ni puedo compartir su punto de vista. Yo apuesto por la preparación académica, por la dedicación, por el esfuerzo, por la legalidad, por la tecnología, por la creatividad; pero sobre todo como decía un maestro, “Por el deseo de ser”, pues para ser buen medico hay que desear serlo y eso significa comprometerse a sanar al enfermo.
Originalmente el ser humano se organizó en grupos, integrando tribus, para defenderse de los peligros que representaban los animales salvajes, y para protegerse y auxiliarse ante fenómenos naturales como tormentas, inundaciones, terremotos y periodos de sequías. Para evitar desastres y calamidades por estos fenómenos. Por siglos, el ser humano se fue organizando para formar mejores estructuras sociales, primero para sobrevivir y satisfacer las necesidades básicas de alimentación, vivienda, vestido. En otras palabras comer, y protegerse del clima y los animales.
El crecimiento de los centros de población, el comercio y el desarrollo industrial obligó a que los seres humanos establecieran formas de gobierno que dieran mayor seguridad a la propiedad privada y que permitieran proteger y conservar los bienes públicos; asimismo para alcanzar mayores niveles de educación, cuidado de la salud, cultura, diversión, deporte, desarrollo científico y tecnológico, etc.
La sociedad se organizó bajo diferentes esquemas de gobierno. Algunos sistemas dieron más importancia al bienestar colectivo y otros a las libertades individuales; pero siempre la sociedad ha buscado organizarse para alcanzar mayores niveles de bienestar. Sin embargo, la ambición del hombre en el poder ha llevado en muchas ocasiones a intentar crear sistemas de gobierno dictatoriales, para mantener sus privilegios toda la vida, e incluso para heredarlos. Lo malo es que lo ha logrado varias veces. Esto se ha observado históricamente en jefes de tribus, monarquías, gobernantes golpistas, líderes religiosos, líderes obreros, partidos políticos, caciques, sistemas parlamentarios, empresarios, banqueros, familias políticas, grupos delictivos, etc.
La población mundial creció en medio de la ambición de los gobernantes, que llevaron a crear pugnas entre regiones, países, entidades, condados, etc.
La lucha por poseer los recursos naturales, tales como: las mejores tierras para la agricultura, zonas forestales, ríos y acuíferos, esteros y mares ricos en fauna y flora, yacimientos de petróleo y minerales (oro, plata, cobre, uranio), esta lucha se ha dado en todos los niveles: mundial, nacional, estatal, municipal, ejidal, colonia urbana, etc.
Proteger al ser humano ante los fenómenos naturales como sequías, tormentas, inundaciones, terremotos, pasó a segundo término. Los gobiernos históricamente invirtieron (e invierten) en guerras y reparación de daños de estas, cuando son potencias guerreras y económicas; en mantener cuerpos represivos para mantenerse en el poder, cuando son países pobres; y la mayoría de países (pobres y ricos), en favorecer a los grupos de poder.
Poco se ha avanzado en el almacenamiento de agua para mitigar las sequías; tampoco se ha avanzado en el control de las avenidas (corrientes) de los ríos, en el control de inundaciones, y en promover que los centros de población se ubiquen en zonas con menores riesgos de desastres por fenómenos naturales; a pesar de ser problemas que se conocen históricamente. Por lo que desafortunadamente seguirán presentándose en los medios de comunicación, noticias sobre estos desastres.
La Enciclopedia Sopena dice lo siguiente: Gobernar- Guiar, dirigir, regir, conducir, administrar, brindar servicios públicos, mandar. Gobernante- El que gobierna, el que se mete a mangonear, dirigir o gobernar algo. El subcomandante Marcos dice: Gobernar es mandar obedeciendo, y el gobernado obedece mandando. Bajo este romántico punto de vista, el gobernante, debe mandar obedeciendo a los ciudadanos a quienes pretende servir, y reconocer que ciudadanos y gobierno pertenecen al mismo grupo social, que se ha organizado temporalmente de cierta manera.
Actualmente los ciudadanos no cuentan con los medios legales para participar activamente en la definición de las normas de gobierno y en la vigilancia de su cumplimiento, hacen falta instrumentos legales como el Referéndum, procedimiento por el que se somete al voto popular la aprobación de leyes o actos administrativos. Sin embargo, existe un marco legal que, aún cuando debe perfeccionarse, representa garantía de respeto a los derechos ciudadanos. Hay que apegarse al marco legal, y así crecerá la cultura de confianza en la legalidad. El bienestar colectivo y los derechos individuales, estarán sobre la ambición personal, el autoritarismo y el influyentismo.
En una ocasión, un ciudadano de experiencia decía que para ocupar el cargo de administrador de un condominio comercial, gerente de una empresa ó líder de un gremio, debíamos seleccionar a una persona con relaciones en el gobierno; con palancas, resaltaba. No pude, ni puedo compartir su punto de vista. Yo apuesto por la preparación académica, por la dedicación, por el esfuerzo, por la legalidad, por la tecnología, por la creatividad; pero sobre todo como decía un maestro, “Por el deseo de ser”, pues para ser buen medico hay que desear serlo y eso significa comprometerse a sanar al enfermo.
martes, 19 de mayo de 2015
BREBAJE de ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR
BREBAJE
Nunca,
pero nunca nunca me gustaron las plantas y mucho menos las flores. Más aún, las
detesto. Soy un hombre de oscuridad, nocturno, aborrezco todo lo que se
interpone en mi camino.
Madre
tenía un jardín. Y lo cuidaba más de lo que me cuidaba a mí, eso decía mi
padre. Los colores la obsesionaban. Cuando una flor se marchitaba o si veía un
limón aplastado a los pies del árbol le caían lagrimones. Lloraba todos los
días y prácticamente todo el día. A la mañana me servía el desayuno en el
comedor pero al bajar a tomarlo, ella ya estaba en el dichoso jardín. Para mí,
el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena se servían solos. Madre nunca
estaba conmigo. Jamás me preguntó sobre mis tareas, las maestras, mis
compañeros o el colegio. No le interesaba. Aprendí a cuidarme solo cuando papá
murió intoxicado por un té de Hierba Luisa. Estuvo un tiempo detenida por
homicidio no premeditado, pero al regresar, siguió con el jardín, regándolo con
sus lágrimas y pidiéndoles perdón a las malditas plantas por haberlas
abandonado. Levantó una lápida y enterró las flores marchitas, los macizos
marrones y una rama partida. Hasta que no terminó de arreglar todo no entró a
la casa. Creo que fueron casi diez días. Eso sí, al entierro de mi padre no
fue.
Desde
entonces, una alergia latente no me dejó en paz: me subía la fiebre,
estornudaba y casi no podía respirar. Madre intentaba darme una de sus mezclas
de hojas, pero yo no accedía, por si acaso. Iba a lo de la vecina y, metido en
su cama, me cuidaba hasta sentirme mejor. Madre nunca se enteró. Ella y sus
plantas. Ella y sus flores. Ella y sus árboles.
Yo
creo que estaba loca, qué quieren que les diga. Hablaba con los arbustos como
si fuesen personas; todo delicadeza, todo caricias, todo mimos con las flores.
Yo ni salía al jardín porque me asfixiaba. Sentía odio, de verdad.
No
la tuve que internar, por suerte. Se descuidó con el veneno del estramonio que
preparé con las flores blancas tan letales. Pobre. Ella no hubiese querido que
la separasen de sus plantas. La sepulté debajo de la Santa Rita. Juro que me costó.
Lo hice casi con los ojos cerrados, porque los colores me ciegan.
Sí.
No puedo mentirles: nunca, pero nunca nunca me gustaron las plantas y mucho
menos las flores. Más aún, las detesto. Por favor, si alguien se acuerda de mí,
no me las traigan al cementerio. Cada vez que ponen una me revuelco en la
tumba.
miércoles, 13 de mayo de 2015
SICARIOS del libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR
ASESINOS AD HONOREM
Sólo dos personas
estaban serias y calladas en la tribuna.
Sabían que el verdadero espectáculo no iba a ser, como decía el cartel, la
presentación de una plataforma política conservadora más. Mientras los demás
entonaban pulidos e inofensivos cánticos partidarios, el menor masticaba un chicle
ansioso y ya viejo, manteniendo la mirada fija en la entrada al pequeño
estadio. El otro, algunos años mayor y con experiencia en estas misiones,
sostenía con su mano derecha, ya preparada, el arma con la que iba a asesinar
al candidato.
El tiempo se
alargaba para ellos mientras los gritos y cornetas pretendían convertir el
asunto en una fiesta. Vestidos con elegante sencillez de marca para no llamar
la atención, de vez en cuando lanzaban un grito mentiroso que los escondía un
poco más.
El candidato
entró rodeado de sus guardaespaldas saludando con los brazos en alto. Subió a
la tribuna a pocos metros de ellos, y mientras recibía un ramo de flores de las
Damas de Beneficencia, quedó sin protección por un momento. Era la ocasión. Mientras
el más joven se ponía adelante para disimular y cubrir, el otro extrajo la
pistola y apuntando con pericia, disparó un solo tiro que dio en la zona del
corazón. Ya estaba hecho. No importaba nada más. Habían cumplido el contrato.
Ahora, sólo restaba aprovechar el revuelo, esconderse entre la gente, escapar y
recoger el dinero.
El ardor
vengativo de la multitud no se los permitió: habían matado al futuro salvador
de la patria; como animales feroces se lanzaron sobre el dúo pagado nadie sabía
por quién. No interesaba. En apenas diez minutos cientos de personas acaudaladas,
sobrias y cultas, destrozaron con salvajismo y a puntapiés, golpes de puño y
navajazos suizos, a los dos delincuentes.
Incomprensiblemente,
no solicitaron pago alguno por lo hecho.
martes, 12 de mayo de 2015
Francisco Federico Raggi Cárdenas
Francisco Federico Raggi Cárdenas
Autor David Gómes Salas
Hace tiempo jugaba basquetbol todas las mañanas en la canchas de cemento de la Universidad Nacional Autónoma de México con Francisco Federico Raggi Cárdenas. Llegaba a la cancha casi siempre acompañado de un amigo que imagino se llamaba Manuel, le decía "Meme" o algo así. No recuerdo bien fue hace muchos años ...1973-1974.
Conocí a Raggi en 1966 en Tuxtla Gutiérrez Chiapas, terminaba mi preparatoria en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. Llegó como profesor invitado para impartir unas conferencias en los cursos de preparación que nos dieron para ir a México a presentar el examen de admisión . Llamó mi atención porque era Doctor en Matemáticas y se veía muy joven. Aparentaba como 21 años. Por eso recordada su nombre perfectamente.
Cuando ingresé a la UNAM fui a verlo a la Facultad de Ciencias en 1967. Seis años después lo volví a ver en las canchas, de casualidad y sin ponernos de acuerdo continuamos viéndonos todas las mañanas. Yo trabajaba en el Instituto e Ingeniería y estudiaba la maestría. Literalmente vivía en la UNAM, ahí jugaba, me bañaba y comía. Arribaba a las siete de la mañana y me iba de la UNAM a las nueve de la noche, con mi esposa y dos hijas.
Raggi llevaba una balón de cuero, que en esa época eran poco comunes. Además que quienes tenían una pelota de cuero afirmaban que se debían usar solo en canchas de duela, no de cemento porque en ese material se ponen feas, como afelpadas. A Raggi no le importaban esas teorías, decía que su pelota la habían fabricado en China.
Fue siempre amable y muy alegre, lo recuerdo con su bigote grande y a veces con una barba de candado, short tipo bermudas color gris o caqui, playera blanca y tennis. Le gustaba jugar en toda la cancha a cinco canastas o hasta que dieran las 8 de la mañana. Le gustaba menos jugar 21s en una sola cancha, le gustaba correr más, disfrutar el espacio y no amontonarse abajo del aro como sucede en los 21s.
Lo admiraba como matemático, estudié su libro de Algebra superior - lo consideré libro de texto - en el primer año que estudié matemáticas en la facultad de Ciencias. Ahí disfruté la deducción y la inducción matemática, el principio del buen orden y muchas cosa más que he olvidado, pues una vez regalé el libro al hijo de un amigo.
En 1978 tenía un equipo de básquetbol y fuimos invitados a un torneo que se celebró en Tapachula Chiapas. Un cuadrangular con las selecciones de Comitan. Villaflores, Tapachula y nosotros "Pamperos". Uno de nuestro jugadores tenía 18 años y estudiaba matemáticas en la Facultad de Ciencias. Mi joven amigo no podía ir porque tenía examen con Raggi, así que le pidió que le hiciera el examen dos días antes para poder viajar y jugar básquetbol.
¡Le hizo el examen y le deseó que ganara! Raggi era una persona que apoyaba a los jóvenes, era cálido, noble y amaba el básquetbol.
El 11 de mayo de 2015 al leer el calendario matemático 2013, me entero que Raggi murió en el año 2012. Leí sobre sus grandes logros, muchos de ellos ya los conocía de nombre únicamente, pues no profundice en ellos. Supe que era muy bueno en Teoría de los anillos, destacado internacionalmente.
Al enterarme en forma tardía de su muerte, sentí deseos escribir sobre Raggi, expresar mi admiración por el gran ser humano, matemático e intelectual que fue. Lo recuerdo con cariño.
Autor David Gómes Salas
Hace tiempo jugaba basquetbol todas las mañanas en la canchas de cemento de la Universidad Nacional Autónoma de México con Francisco Federico Raggi Cárdenas. Llegaba a la cancha casi siempre acompañado de un amigo que imagino se llamaba Manuel, le decía "Meme" o algo así. No recuerdo bien fue hace muchos años ...1973-1974.
Conocí a Raggi en 1966 en Tuxtla Gutiérrez Chiapas, terminaba mi preparatoria en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. Llegó como profesor invitado para impartir unas conferencias en los cursos de preparación que nos dieron para ir a México a presentar el examen de admisión . Llamó mi atención porque era Doctor en Matemáticas y se veía muy joven. Aparentaba como 21 años. Por eso recordada su nombre perfectamente.
Cuando ingresé a la UNAM fui a verlo a la Facultad de Ciencias en 1967. Seis años después lo volví a ver en las canchas, de casualidad y sin ponernos de acuerdo continuamos viéndonos todas las mañanas. Yo trabajaba en el Instituto e Ingeniería y estudiaba la maestría. Literalmente vivía en la UNAM, ahí jugaba, me bañaba y comía. Arribaba a las siete de la mañana y me iba de la UNAM a las nueve de la noche, con mi esposa y dos hijas.
Raggi llevaba una balón de cuero, que en esa época eran poco comunes. Además que quienes tenían una pelota de cuero afirmaban que se debían usar solo en canchas de duela, no de cemento porque en ese material se ponen feas, como afelpadas. A Raggi no le importaban esas teorías, decía que su pelota la habían fabricado en China.
Fue siempre amable y muy alegre, lo recuerdo con su bigote grande y a veces con una barba de candado, short tipo bermudas color gris o caqui, playera blanca y tennis. Le gustaba jugar en toda la cancha a cinco canastas o hasta que dieran las 8 de la mañana. Le gustaba menos jugar 21s en una sola cancha, le gustaba correr más, disfrutar el espacio y no amontonarse abajo del aro como sucede en los 21s.
Lo admiraba como matemático, estudié su libro de Algebra superior - lo consideré libro de texto - en el primer año que estudié matemáticas en la facultad de Ciencias. Ahí disfruté la deducción y la inducción matemática, el principio del buen orden y muchas cosa más que he olvidado, pues una vez regalé el libro al hijo de un amigo.
En 1978 tenía un equipo de básquetbol y fuimos invitados a un torneo que se celebró en Tapachula Chiapas. Un cuadrangular con las selecciones de Comitan. Villaflores, Tapachula y nosotros "Pamperos". Uno de nuestro jugadores tenía 18 años y estudiaba matemáticas en la Facultad de Ciencias. Mi joven amigo no podía ir porque tenía examen con Raggi, así que le pidió que le hiciera el examen dos días antes para poder viajar y jugar básquetbol.
¡Le hizo el examen y le deseó que ganara! Raggi era una persona que apoyaba a los jóvenes, era cálido, noble y amaba el básquetbol.
El 11 de mayo de 2015 al leer el calendario matemático 2013, me entero que Raggi murió en el año 2012. Leí sobre sus grandes logros, muchos de ellos ya los conocía de nombre únicamente, pues no profundice en ellos. Supe que era muy bueno en Teoría de los anillos, destacado internacionalmente.
Al enterarme en forma tardía de su muerte, sentí deseos escribir sobre Raggi, expresar mi admiración por el gran ser humano, matemático e intelectual que fue. Lo recuerdo con cariño.
jueves, 7 de mayo de 2015
ATRAPADO - Cuento de mi libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR
ATRAPADO
La ola chocó contra la pared. La pucha que esa fue grande, musitó sin despertarse del todo.
Siguió inmóvil. Hasta que un ruido descomunal cercenó la historia que soñaba.
Entreabrió los ojos. Vio, en forma borrosa, la pared derruida y aunque
estaba a cuatro metros de su cama, la distancia no evitó la salpicadura.
Incrédulo, se secó la cara. El mar, agitado y sombrío, aparecía
perturbadoramente cerca. Se acordó de que el coche había quedado estacionado en
la calle. Autómata, tanteó en el cajón de la mesita de luz buscando las llaves.
Trató de encender el velador y nada. Mientras se ponía los lentes para ver,
tiritó. Al frío se le sumó el espanto: el boquete que la ola acababa de hacer
era del tamaño de una puerta ventana doble y el viento del océano entraba
rugiendo sin compasión. Se puso de pie y con cuidado dio ocho pasos. Intentó
asomarse y mirar hacia abajo. Otra ola furiosa lo hizo caer.
Este no va a ser un buen día, resopló.
El reloj marcaba las tres. Ya despierto, buscó el celular para pedir ayuda.
No lo encontró. Otra vez en la cama deseó: ¡Ojalá sea una pesadilla! Pero las
sábanas mojadas le confirmaron que no lo era. Volvió a incorporarse. Las
chinelas flotaban: no le servían. Después de chapotear hasta el placard
consiguió un buzo y unos pantalones gruesos de gimnasia. Intrigado se asomó al
living. El balcón había desaparecido y el agua inundaba el parquet; la mesa
ratona, bote a la deriva, surcaba la sala. Trató de abrir la puerta de entrada.
Imposible.
Recordó un documental de Discovery. Los surfistas pasaban años esperando
‘La Gran Ola’, esa forma gigantesca que representaría el mayor riesgo y
pericia dándole sentido a sus vidas.
Aquí estaba y se repetía una y otra vez. Pero él no hacía surfing y además
nunca había aprendido a nadar.
Lamentó no haber escuchado a su padre cuando a los doce años le
aconsejaba que tomara clases en el club del barrio. Demasiado tarde para
arrepentimientos. El agua le llegaba a las rodillas. Tomó conciencia de que era
tarde para todo: no podría terminar la tesis,
no podría pedirle a Silvia que se casaran, no podría ganarle la partida
de ajedrez al australiano, no podría usar más el coche, ni siquiera tomar el
desayuno y leer el diario de la mañana. Tiró las llaves.
Siempre había considerado que era un tipo resuelto y optimista frente a
los obstáculos. Pero la puta ola lo dominó. Se encontraba en una trampa: ¡Morir
ahogado debe ser horrible!
Cobarde para enfrentar lo que ocurría, se metió nuevamente en la cama y
rezó un Padrenuestro.
jueves, 30 de abril de 2015
LUNA DE HIEL
LUNA DE HIEL
Mi madre no vino a la boda. Ni
aunque hubiese podido. En cambio lloré la ausencia de mi padre. A ella no la
veía desde el juicio y no la extrañaba. Ese día decidí que tenía que mirar
hacia adelante, decirle adiós y ser feliz.
Descubrí el egoísmo atroz de
Pablo durante la luna de miel. Sin desearlo, me llevó a recordar a aquella
mujer a quien no veía desde hacía más de siete años.
Por diez meses creí que nos
movíamos en la misma sensible línea de afecto. Pero no. Todo en él era frío.
Había simulado interesarse por mis tristezas, mis placeres o mi historia
dolorosa. Ilusa, yo pensaba que entendía mi tormento: ¡mi padre había sido
asesinado! Y él era incapaz de emocionarse o emocionar genuinamente a alguien.
A los pocos días de casarnos, en
nuestro viaje a Brasil, mostró su verdadera personalidad, esa que había
ocultado a la perfección durante meses, ese yo farsante, irritable y violento,
enmascarado bajo una fachada de ternura. Lo que creía amor era amor fingido.
—¿Me querés? —le pregunté al entrar al hotel.
—¿Sos idiota? ¡Qué pregunta más
estúpida! —contestó brusco.
Le ordenó al Conserje una
habitación en el quinto piso, en forma engreída, actitud que nunca había visto
antes en un hombre atento como él. Ya se
había ganado la antipatía de una persona.
—Mis sábanas las quiero sueltas
en los pies, ¿entendiste? —le gritó a la mucama cuando entramos en la
habitación.
Mientras, deshacía la cama con
furor.
—Sí, señor. Sí… —lloriqueó la
joven en un insuficiente español.
Había vociferado por una
minucia.
¿Vociferar por una minucia?
¿Cómo no es capaz de un gesto de gentileza? Era un desconocido; y empecé a sentir miedo.
Vino a mi memoria lo que me
había estado ocultando: la cruel escena observada desde el escondite tras el
sillón del living.
A los dos días de llegar comenzó
mi tormento a fuerza de puñetazos y puntapiés. Todo lo que yo expresaba o hacía
desataba su ira; y no cesaba hasta dejarme llena de moretones, tirada en el
piso, exhausta.
Lo que había pasado aquella
noche, hacía siete años se me hizo claro. Definitivamente eran ellos, no
nosotras.
Desde entonces no salí de la
habitación. Estaba avergonzada. Por miedo,
no pedí ayuda, como no lo hizo ella.
De “mi muñeca” pasé a ser un
insulto:
—¡Callate, imbécil! ¿No ves que
sos una inútil?
Cautiva en esa trampa de
palabras no escuchaba ninguna de cariño. Silencié absolutamente todo lo que
pensaba o sentía para evitar represalias. Atrapada en una red invulnerable no
tenía escapatoria.
Muda, detesté a mi padre, de
pronto reencarnado en Pablo.
Soporté los diez días con
estoicismo. Por fin se acercaba la partida.
Estábamos parados en la terraza
abierta al océano. Él, con desprecio, miraba hacia la habitación. Apoyé mis
manos en su pecho; me miró desconcertado. Sólo necesité ejercer una fuerte
presión y cayó como cuervo herido. Permanecí un momento en solitaria calma,
extasiada ante la inmensidad azul. Y para siempre mirando hacia delante.
Sentenciaron: accidente. Iré a
visitar a mi madre a la cárcel; ella no tenía un balcón tan alto, sólo un
cuchillo de cocina.
miércoles, 29 de abril de 2015
¿Perteneces a un partido político?
¿Perteneces a un partido político?
Autor David Gómez Salas
-
El ser humano tiene capacidad de pensar por si mismo, cada
persona analiza de manera específica tema por tema y de acuerdo a sus
conocimientos, valores éticos y, en algunos casos, hasta por sus creencias
religiosas. Por eso hay tantas opiniones, es propio de la naturaleza humana.
-
Podemos coincidir en algunos temas muchos ciudadanos, pero
será imposible coincidir en todo. El sentimiento de ser parte de un grupo puede
ser utilizado para que, a veces una persona apoye, por solidaridad, decisiones
que no coinciden con sus valores.
-
Por ejemplo: Una persona por solidaridad puede apoyar a un
familiar en las buenas y en las malas. Y aún cuando no aprueba el robo, si es
un familiar el que lo hizo, difícilmente lo denunciará. Es un acto de
solidaridad por el lazo de sangre.
-
Lo mismo podrá suceder cuando se afilia a un partido
político. Sí un partido lo apoyó como candidato a gobernador, presidente u otro
cargo de elección; se crea el compromiso de reciprocidad y es probable que
después el ciudadano apoye a los que lo apoyaron. Aún cuando no esté convencido
que es la mejor opción. Así empieza la sumisión del individuo a los intereses
de grupo.
-
No me atrae pertenecer a ningún partido político, se me
dificulta encerrar mi espíritu en una pequeña caja donde se puede confundir el
concepto de lealtad con el de complicidad.
-
Los diputados y senadores sirven más a los intereses de los
partidos, que a los intereses de la Nación. Por eso actúan como: senadores
priístas, diputados panistas, gobernadores perredístas, etc. No se desempeñan
como senadores y diputados, que conforman la representación nacional.
-
Me gusta conservar mi forma de pensar con independencia.
Jamás la sometería al mandato de algún partido político. Me apasiona sentirme
comprometido con México, con el bienestar de la población, con el cuidado del
medio ambiente, con el desarrollo de la ciencia y tecnología, con no perjudicar
a las futuras generaciones, en fin con muchos ideales. Pero jamás con algún
partidito.
-
Veo que algunas personas discuten, defienden a un partido
“x” y atacan a los otros partidos. Creen que los partidos políticos tienen
ideología, doctrinas, teorías, plataforma y programas a favor del país. Creo
que sueñan, la mayoría de los partidos solo van tras el dinero, el poder por el
beneficio personal.
-
A muchos ciudadanos les gusta sentirse identificado con un
partido político, con sus colores, con sus líderes, con su historia, con sus
dirigentes, con sus explotadores, con sus lemas, con sus acarreos, con sus
fiestas, con sus dádivas.
La vida es bella con pluralidad, con respeto a todas las
formas de pensar. Amo a mi país.
Fecha: 2012-02-15
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Escritosdemiuniverso
Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.
“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges
“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges