jueves, 23 de julio de 2015

Nostalgia

Nostalgia
© David Gómez Salas, el Jaguar.

Por temor a no poder
evitar que la olas mueran
las dejé de ver.

Pero las olas solo se acuestan
y se vuelven a levantar.
Nunca mueren, siempre están.

Tu recuerdo nunca se fue
sigo pensando en el mar,
No te dejé de ver.

Aún sin volver al mar,
me fue imposible olvidar lo amado.
Ausencia de ausencia, fue.

miércoles, 22 de julio de 2015

Tormenta

Tormenta © David Gómez Salas

El viento dobló los pinos,
y sacudió los pirules con violencia.
Los frutales se veían indefensos
al inicio de la tormenta.

Después llegaron los
relámpagos
con desfasados truenos.

Inició la tormenta
con toda furia del cielo,
cayeron ríos de agua,
se inundó el suelo.

Crujieron los árboles
al desgarrarse sus ramas y troncos
Las corrientes arrastraron piedras y lodo,
se llevó la tierra vegetal
y asomó el tepetate duro y bronco.

Terminó la tormenta pronto,
En el semidesierto, así es el destino,
la naturaleza edifica lentamente
y le da un final repentino.

Al terminar la tormenta
suspiré y mire al cielo.
Un cielo ofensivamente
limpio...

viernes, 10 de julio de 2015

EL GUARDIÁN

Y sigo regalándoles mis cuentos: Del libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR

EL GUARDIÁN
            La veo entrar, cansada, después del trabajo en su bufete de abogada de la 5º Avenida. Aunque estoy acurrucado bajo el sillón del hall, veo que su maquillaje ya no puede ocultar las ojeras de un día complejo. Mariana va a la cocina, se sirve un jugo y galletitas y luego prepara su acostumbrado café negro. Lynn suele venir minutos más tarde: el tiempo suficiente para que ella descongele alguna comida al terminarlo. Abre la botella de Chablis y la lleva al living: pone música.
            Apaga el celular y lo abandona sobre el audio; se queda mirando por el ventanal el puente de Brooklyn que, separándola de Manhattan, le asegura una horas de descanso y tranquilidad.
            Mira el reloj y pone sin apuro la mesa para dos. Me llama. No me muevo. Tengo miedo. Empieza a buscarme, extrañada. Se encoge de hombros. Sabe que nunca me escapo.
            Vuelve a la cocina y yo me escondo más, estrechándome todo lo que puedo, que no es mucho. Sigue llamándome. Mudo.
             Mira sorprendida el saco de Lynn, colgado en el perchero de la entrada. Es curiosa. Revisa los bolsillos y descubre el celular. No puede evitarlo. Recorre los últimos mensajes de voz y escucha: “Susan… sí, hoy se lo digo… se terminó, ¡te lo juro! Tranquila, tengo los pasajes… ¡Te amo!”
            Mariana tira el celular y sube las escaleras. Supone que él  estará recogiendo sus cosas. En el rellano patea un bolso.
            Salgo de mi escondite. La sigo. Él yace destrozado sobre la cama.
            Soy un rottweiler. No permito que a mi dueña la abandonen.





             

viernes, 3 de julio de 2015

FUERA DE PROGRAMA

Para todos un cuento más de mi libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR. Gracias por leerlo.

FUERA DE PROGRAMA
            Era sin duda una pianista magistral. Sus pequeños dedos se posaron en el instrumento por primera vez a los cuatro años y ya nunca se separaron. Los mejores profesores de su Irlanda natal protagonizaban contiendas para ser elegidos como tutores. Era tal su prestigio que pagaban para enseñarle; mejor dicho, perfeccionarla.
            Los padres de Molly eran gente sencilla que no entendía nada de música y que, por esas cosas de la vida, habían guardado como una reliquia el piano de la abuela. Estaba ubicado en la estancia principal de la modesta casa: casi en la penumbra, bajo una luz indecisa que penetraba por la ventana a través de un cortinado de voile.
            La oscuridad era su aliada porque Molly sufría de progeria, envejecimiento prematuro, y contra todo pronóstico, había sobrepasado los treinta años: tenía rostro arrugado, el mentón retraído, los ojos saltones y la nariz en forma de pico, había comenzado a caérsele el cabello y estaba perdiendo las pestañas y las cejas;  de baja estatura, tenía una cabeza grande para el tamaño del cuerpo, el torso estrecho, el abdomen un poco abultado, la piel seca y delgada. Sufría de artritis pero sus manos, su tesoro y el tesoro de todos los que la escuchaban, eran largas, estilizadas y hermosas. Distaba mucho de ser agradable. Sin embargo, escucharla era entrar en un éxtasis de sonidos.
            En medio del derrumbamiento físico generalizado en que se resumía la vejez, su virtuosismo era testimonio dolorosamente irrecusable de la persistencia del carácter y de la voluntad. Permanecía aislada, preservándose de las críticas o cuchicheos. Incluso las salas de concierto donde ejecutaba, se mantenían en sombras. Sólo un foco cenital alumbraba el teclado y sus manos. La orquesta debía acostumbrarse a acompañar como si fuera un conjunto de ciegos.

            Carnegie Hall, 23 de Diciembre de 2010. El programa anuncia las tres obras consideradas particularmente más difíciles: Los trece Poemas sinfónicos de Liszt,  el Concierto para piano y orquesta Nº 2 de Prokofiev, para finalizar con Gaspar de la Nuit de Ravel.
            Sala llena, gente parada en Paraíso. Apabullados y en arrobamiento más de quinientas personas siguen las manos de Molly sintiendo que se encuentran en una especie de Edén. Todos saben, pero nadie comenta. Los aplausos se mantienen durante más de media hora al finalizar las obras de Liszt. Molly sale y se cambia el vestido mojado por la transpiración. Prokofiev le otorga casi cuarenta y cinco minutos de ovación. Ataca  "Ondine" y "Le Gibet" de Ravel, con energía y dulzura y, antes de comenzar "Scarbo", se escuchan repentinos silencios como espacios huecos. La partitura se deshace como un collar de perlas roto.
            Todo el mundo, intolerante, comienza a murmurar. La música es reemplazada por el ruido de voces, algunos zapateos impacientes, el sonido extraño de las ropas al rozarse, las palmas de fastidio.
            Nadie percibió en la oscuridad las lágrimas que brotaron de los ojos de Molly, la grande. Nadie pudo escuchar la queja suave que partió de su corazón, mientras iba desplomándose sobre su único amigo, el piano.




jueves, 25 de junio de 2015

AL FIN Y AL CABO SOLAMENTE UN HOMBRE

Para todos, otro cuento de mi último libro "ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR"

AL FIN Y AL CABO, SOLAMENTE UN HOMBRE
Ella desliza con facilidad el anillo con la piedra negra que su padre llevó durante sesenta años. La alianza de oro hacía tiempo había sido desechada.
Lleva horas observándolo. Fijamente, hipnotizada. Intenta descubrir un leve movimiento facial, quizás una ceja que se levanta o ese ir y venir lateral de los ojos bajo los párpados cerrados: algo que pueda revelar un sueño. Pero nada. Los brazos de ese hombre descansan extendidos sobre la manta a los costados de un cuerpo oculto que ella imagina bien.
Su quietud le resulta exasperante.
En las tres semanas que pasó en la clínica geriátrica, sentada incómoda en una silla dura, él ha perdido mucho peso, sus huesos tienen mayor volumen bajo esa piel marmórea, traslúcida y floja.
Las horas pasan lentas y lánguidas.
Ese ser no parece el que le diera la vida y al que conoció durante cuarenta años: enérgico, agudo, austero, sofista obsesivo, violento. Permanece en coma profundo desde que lo trajo del hospital, y le resulta un extraño.
La enfermedad, simplemente ocurrió.
Ella trata de recordarlo vivo, aunque aún no ha muerto. Pero le es difícil: un cuerpo amortajado por la ropa de cama, dos brazos inmóviles, una cabeza conectada a un respirador artificial que retrasa su muerte con un gemido neumático; el aparato de líneas en movimiento, con ondas y picos débiles, marca el lento ritmo del corazón con un  pip acompasado de fondo; el parante de hierro sostiene las vías de hidratación y morfina con su goteo interminable, y una bolsa que recoge las deyecciones, sobresale al otro costado.
Este ser humano casi artificial no es su padre.
El hombre que fue, ahora descarnado e inerme, le había hecho prometer que antes de que le tuviesen que cambiar pañales, por favor, lo matara como sea.   La hija mira en el balconcito de la habitación, tras la ventana, el rosal que trajo de la casa y que resiste las primeras heladas.
Una historia se va diluyendo.          
Él padre había sido su ídolo y su peor pesadilla. Le enseñó todo: lo bueno y lo malo. Y la formó rebelde, ambivalente, partida entre dos mundos –el de la madre y el del padre- que sólo se unían para chocar. Recordó también alguna que otra demostración de orgullo sin importancia frente a las tantas humillaciones cotidianas.           
Lleva tres meses de un cáncer agudo y terminal de huesos. Típico de alcohólicos, dijo la oncóloga. Y eso le produjo  alivio: ella no es la culpable a pesar de todo el rencor acumulado. “Maltrató tanto a mi madre que ella también enfermó de cáncer por no haber encontrado otra salida; cincuenta y tres años: tan joven para morir”, piensa.
Mientras, comienza a llover. Y llueve como si fuese un día cualquiera. “La naturaleza no entiende de emociones”.
Se debate entre desconectar el respirador o aumentar el suministro de morfina. Él se lo había pedido, sí. Pero también se lo merece: marcó su vida para siempre aquella noche, cuando a los trece años, ese cuerpo ya indefenso, se tiró sobre ella y le silenció la boca rompiendo su inocencia.
Un trueno la trae del pasado.
Lo había odiado y lo había amado intensamente. Ahora es una cáscara a merced de médicos, enfermeras, mucamas. Y a merced de ella.
Se asoma al pasillo y ve que el box de enfermería está desierto. Regresa junto a la cama. ¡Te quiero, papá! y, decidida, su mano trémula desconecta el respirador tan solo un instante, el suficiente como para registrar que el soplo de los pulmones, casi imperceptible, desaparece. Le besa la frente y murmura: Te perdono y adiós.
Ya no hay latidos en su cuello. Vuelve a conectar el respirador y se sienta a llorar. Minutos después, pulsa el timbre de enfermería.
Una biografía ha terminado. Cubrirán el rostro y una tarjeta con su nombre colgará de un dedo del pie. Después la morgue y lo antes posible, cenizas.  

            

viernes, 12 de junio de 2015

DOS LOCOS LINDOS

DOS LOCOS LINDOS
Mi tío Julio era “un loco lindo”, ¿vio? Yo quería parecerme a él cuando fuera grande. Mire la foto que nos sacaron una vez a los dos, él con 40, yo de 15… ¿No parecemos hermanos? Resulta que la familia conocía cosas de las que no se hablaba, y estaban de acuerdo en que loco era, pero no lindo, más bien peligroso. Para mí fue una especie de justiciero. Decían que había estado en un loquero por un tiempo para evitar la cárcel. Por cuestiones de burros. Quisieron matarlo y él se defendió clavándole, a un flaco, un puñal en el hígado. Sentenciaron: locura, y así zafó ¿vio? Para mí era un tipazo; vagabundo, sin ataduras, de buen humor; ¡déle plata y regalos para los chicos de la familia! ¡Nunca lo vi encerrado! Un día fuimos a visitarlo  a su casa; tenía una pared llena de armas de todo tipo: escopetas, revólveres, arcos y flechas, jabalinas, rifles, dagas, cerbatanas. Lo que se le ocurra. Todo traído de sus viajes como explorador y buscador de oro ¿vio? Y nos contaba historias en las que él salía bien parado y los demás, muertos. Otras historias, si las había, se las guardaba bien guardadas.
Yo también me llamo Julio. (Y ya que me preguntó, estoy en el Borda por equivocación). La familia dice que soy lindo como él, por eso antes de que me metieran acá, hace dos años, me gastaban: ¡Andá… loco lindo! A mí no me hace ni fu ni fa, ¿vio? Al contrario.
Las cosas de que se acuerda uno, ¿no? Cuando el tío murió, ¿sabe que lo mató un colectivo que cruzó en rojo?… ¡qué absurdo! en el diario salió que el explorador de la selva había caído en una esquina del Bajo Flores. ¡Una cargada! Como le decía, cuando el tío murió, yo me encargué de las armas. Deshacete de todo, dijo mi vieja. Pero yo me acordaba de cada aventura y se me estrujaba el corazón, ¿vio?
Todos los que él había mandado al otro mundo: los indios del Amazonas, los watusi del África, los jíbaros del Ecuador, el pirata de las Antillas, los dos bandoleros de Turquía, el mafioso siciliano, todos, aparecieron en mi casa a reclamar. Y yo no tuve más remedio que devolverlos uno a uno, matándolos otra vez… ¿Cómo se les ocurría? Mi tío era hombre de una sola palabra, un solo tiro, un solo navajazo ¿vio? ¡Qué ídolo!
Cuando él vuelva, porque yo sé que va a volver, me va a sacar de acá. Anduve matando colectiveros, sí. Y al que lo arrolló, también. Tenía que hacer justicia. Por eso me dicen El Zorro. Escúcheme bien. Estoy en el Borda por equivocación. Para mí, yo tendría que estar en la cárcel, ¿no le parece, don Robin Hood?
           

 del libro: ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR

jueves, 4 de junio de 2015

PASEANDERAS

DE : ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR

 PASEANDERAS
              Desde hace años, ELLA acostumbra sacar a Boopi, su perrita, a la mañana y a la tarde. Boopi fue pisada hace un años por una bicicleta, -mejor dicho por un ciclista-, y quedó paralítica de las patitas traseras. Por eso su ama es la única que camina: la perra va cómodamente sentada en un cochecito de bebé. Son las siete de la tarde. ELLA recorre la playa muy junto al agua, despaciosamente, con pasos a veces cortos, a veces largos. Pero siempre lento y descalza. Le gusta concentrarse en lo que hace: apoya primero el borde posterior del talón, luego el borde exterior del pie; enseguida la almohadilla del metatarso, y por último los dedos, mientras el resto del pie ya está en el aire. Después presta atención al otro. Le contaron que a eso se llama meditación activa. De verdad resulta interesante y por alguna suerte de mimetismo, su perra lhasa permanece quieta admirando el mar. En ese instante atemporal para ELLA sólo existen las manos que toman el carro, sus pies, la arena húmeda, el viento en el rostro, y por el rabillo del ojo la luminosidad del agua y el tostado de la espuma acercándose, cuando empieza a atardecer.
Mira el reloj de oro que le cuelga del cuello, único recuerdo de su madre, y pregunta: ¿Caminamos un poco más? ¡El atardecer es tan lindo! Una mirada de mudo asentimiento de Boopi y decide caminar otros 30 minutos. Ya recorrió dos veces los cien metros que separan ambos muelles. Siente el pecho abierto y libre, la cabeza y los hombros relajados y un bienestar absoluto que le recuerda que en ese momento es feliz. Sin embargo, sus huellas son más profundas que las de días atrás y empujar el cochecito le implica gran esfuerzo. La arena está revuelta por el tormentón de anoche y, aunque no le gusta admitirlo, ELLA se agregó uno o dos kilos después de la fiesta de Nochebuena. Todo esto le hace pesado y menos libre el andar. Intrigada, observa que casi no puede empujar a Boopi, porque las ruedas, casi enterradas no rotan, tiene arena húmeda en las pantorrillas…y descubre desconcertada que cada vez se hunde más y más.
             A la madrugada siguiente, extrañado por unas huellas que el mar aún no borró, el joven buscador de oro verá cómo el aparato detector de metales se clava de repente justo ahí.
              El reloj de oro pasará a ser propiedad de otra familia como trofeo secreto e insólito, y de ELLA y de Boopi no se va a saber nunca nada más. Sus amigas comentarán que es como si se las hubiera tragado la tierra.


miércoles, 27 de mayo de 2015

PABELLÓN DE LA MUERTE: un nuevo cuento de Esa Obstinada costumbre de morir

PABELLÓN DE LA MUERTE
6 de Agosto de 1890. Prisión de Auburn, New York, Estados Unidos.
Acaba de terminar su comida, la última. Pidió costillas de cordero con puré de batatas. Dos botellas de cerveza y un puro. No hubo problemas: todo exquisito. El cura parecía muy ansioso de conversar. No obstante, lo dejó con las ganas; no tiene nada que ver con él y sus creencias.
Son las ocho de la noche y le parece que una siesta de una hora le hará bien.
Más tarde, cree que es tiempo de pensar en todo lo que no hizo durante siete años en prisión. Quizás le encuentre sentido a su vida, ese sentido que nunca se le manifestó.
Imagina qué  habría hecho de no haber matado al hombre. Tal vez conocer una mujer y tener algún hijo, terminar sus estudios, comprar una casa con jardín, tener perros, viajar a Louisiana y conocer el lugar donde nacieron sus padres. ¡Tantas cosas podría haber logrado en esos siete años! reflexiona.
Él no había querido asesinar a ese viejo. Había entrado en la vivienda a robar, nada más. Pero su víctima, ex policía,  sacó un arma y él no tuvo más remedio que usar la suya. Nunca había disparado. No había tenido necesidad. Pero la falta de trabajo y el hambre, lo llevaron de las aulas a la calle y ya estaba cansado de mendigar. Se asustó. Sabía que iría a la cárcel si lo descubrían y en la oscuridad bajó al sótano y encontró un hacha. Desesperado, descuartizó al muerto y lo metió en bolsas de residuos. Con su ropa ensangrentada,  cargó los sacos en el coche del viejo y lo empujó al río Mohawk hasta que desapareció bajo el agua. No imaginó que la suave corriente lo arrastraría a la costa dos días después. Tampoco, que había un testigo: una viejita de anteojos que observaba tras las cortinas desde la casa de enfrente. Él no la había visto. De otra manera también hubiese tenido que matarla.
El gran evento tendrá lugar a las cero horas un minuto, ni un segundo antes, ni un segundo después.
Cintas oscuras como retazos de mortaja negra lo van rodeando. Sabe que las recorren finos hilos metálicos. El sillón de madera es grande, más parecido a un  regio trono que a un asiento mortal.
Rodeado de cinco personas se siente atendido como si fuera un niño pequeño. ¿Cuándo lo habían tocado con tanta dedicación? Ni siquiera al recibir el puntazo en el patio de la prisión por resistirse a formar parte de una de las camarillas. La verdad es que no comprende por qué son tan delicados para amarrarlo con esas tiras. Que no deseen lastimarlo antes de que la corriente eléctrica circule a través de su cuerpo es irónico. A final, el cuidado que jamás le habían dado sus padres ni tampoco los adoptivos, lo recibe de sus verdugos.
Diecisiete pasos desde la celda por el camino final, sus muñecas y sus tobillos encadenados. Muy a su pesar, el cura fue leyéndole los Salmos. Caminaba sereno. Sabía que era culpable. No obstante ahora, sentado en la silla, una débil esperanza lo mantiene atento al aviso de indulto que puede salvarlo.


El mensaje no llegó. Al minuto después de la medianoche, el verdugo bajó la palanca y la silla eléctrica funcionó por primera vez en la historia. Su nombre pasaría a la posteridad: William Kemmler, un blanco. 

miércoles, 20 de mayo de 2015

El ser humano y el gobierno

EL SER HUMANO Y EL GOBIERNO Por: David Gómez Salas

Originalmente el ser humano se organizó en grupos, integrando tribus, para defenderse de los peligros que representaban los animales salvajes, y para protegerse y auxiliarse ante fenómenos naturales como tormentas, inundaciones, terremotos y periodos de sequías. Para evitar desastres y calamidades por estos fenómenos. Por siglos, el ser humano se fue organizando para formar mejores estructuras sociales, primero para sobrevivir y satisfacer las necesidades básicas de alimentación, vivienda, vestido. En otras palabras comer, y protegerse del clima y los animales.

El crecimiento de los centros de población, el comercio y el desarrollo industrial obligó a que los seres humanos establecieran formas de gobierno que dieran mayor seguridad a la propiedad privada y que permitieran proteger y conservar los bienes públicos; asimismo para alcanzar mayores niveles de educación, cuidado de la salud, cultura, diversión, deporte, desarrollo científico y tecnológico, etc.

 La sociedad se organizó bajo diferentes esquemas de gobierno.  Algunos sistemas dieron más importancia al bienestar colectivo y otros a las libertades individuales; pero siempre la sociedad ha buscado organizarse para alcanzar mayores niveles de bienestar. Sin embargo, la ambición del hombre en el poder ha llevado en muchas ocasiones a intentar crear sistemas de gobierno dictatoriales, para mantener sus privilegios toda la vida, e incluso para heredarlos. Lo malo es que lo ha logrado varias veces. Esto se ha observado históricamente en jefes de tribus, monarquías, gobernantes golpistas, líderes religiosos, líderes obreros, partidos políticos, caciques, sistemas parlamentarios, empresarios, banqueros, familias políticas, grupos delictivos, etc.

La población mundial creció en medio de la ambición de los gobernantes, que llevaron a crear pugnas entre regiones, países, entidades, condados, etc.

La lucha por poseer los recursos naturales, tales como: las mejores tierras para la agricultura, zonas forestales, ríos y acuíferos, esteros y mares ricos en fauna y flora, yacimientos de petróleo y minerales (oro, plata, cobre, uranio), esta lucha se ha dado en todos los niveles: mundial, nacional, estatal, municipal, ejidal, colonia urbana, etc.

Proteger al ser humano ante los fenómenos naturales como sequías, tormentas, inundaciones, terremotos, pasó a segundo término. Los gobiernos históricamente invirtieron (e invierten) en guerras y reparación de daños de estas, cuando son potencias guerreras y económicas; en mantener cuerpos represivos para mantenerse en el poder, cuando son países pobres; y la mayoría de países (pobres y ricos), en favorecer a los grupos de poder.

Poco se ha avanzado en el almacenamiento de agua para mitigar las sequías; tampoco se ha avanzado en el control de las avenidas (corrientes) de los ríos, en el control de inundaciones, y en promover que los centros de población se ubiquen en zonas con menores riesgos de desastres por fenómenos naturales; a pesar de ser problemas que se conocen históricamente. Por lo que desafortunadamente seguirán presentándose en los medios de comunicación, noticias sobre estos desastres.

La Enciclopedia Sopena dice lo siguiente: Gobernar- Guiar, dirigir, regir, conducir, administrar, brindar servicios públicos, mandar. Gobernante- El que gobierna, el que se mete a mangonear, dirigir o gobernar algo. El subcomandante Marcos dice: Gobernar es mandar obedeciendo, y el gobernado obedece mandando. Bajo este romántico punto de vista, el gobernante, debe mandar obedeciendo a los ciudadanos a quienes pretende servir, y reconocer que ciudadanos y gobierno pertenecen al mismo grupo social, que se ha organizado temporalmente de cierta manera.

Actualmente los ciudadanos no cuentan con los medios legales para participar activamente en la definición de las normas de gobierno y en la vigilancia de su cumplimiento, hacen falta instrumentos legales como el Referéndum, procedimiento por el que se somete al voto popular la aprobación de leyes o actos administrativos. Sin embargo, existe un marco legal que, aún cuando debe perfeccionarse, representa garantía de respeto a los derechos ciudadanos. Hay que apegarse al marco legal, y así crecerá la cultura de confianza en la legalidad. El bienestar colectivo y los derechos individuales, estarán sobre la ambición personal, el autoritarismo y el influyentismo.

En una ocasión, un ciudadano de experiencia decía que para ocupar el  cargo de administrador de un condominio comercial, gerente de una empresa ó líder de un gremio, debíamos seleccionar a una persona con relaciones en el gobierno; con palancas, resaltaba. No pude, ni puedo compartir su punto de vista. Yo apuesto por la preparación académica, por la dedicación, por el esfuerzo, por la legalidad, por la tecnología, por la creatividad; pero sobre todo como decía un maestro, “Por el deseo de ser”, pues para ser buen medico hay que desear serlo y eso significa comprometerse a sanar al enfermo.

martes, 19 de mayo de 2015

BREBAJE de ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR

BREBAJE
            Nunca, pero nunca nunca me gustaron las plantas y mucho menos las flores. Más aún, las detesto. Soy un hombre de oscuridad, nocturno, aborrezco todo lo que se interpone en mi camino.
            Madre tenía un jardín. Y lo cuidaba más de lo que me cuidaba a mí, eso decía mi padre. Los colores la obsesionaban. Cuando una flor se marchitaba o si veía un limón aplastado a los pies del árbol le caían lagrimones. Lloraba todos los días y prácticamente todo el día. A la mañana me servía el desayuno en el comedor pero al bajar a tomarlo, ella ya estaba en el dichoso jardín. Para mí, el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena se servían solos. Madre nunca estaba conmigo. Jamás me preguntó sobre mis tareas, las maestras, mis compañeros o el colegio. No le interesaba. Aprendí a cuidarme solo cuando papá murió intoxicado por un té de Hierba Luisa. Estuvo un tiempo detenida por homicidio no premeditado, pero al regresar, siguió con el jardín, regándolo con sus lágrimas y pidiéndoles perdón a las malditas plantas por haberlas abandonado. Levantó una lápida y enterró las flores marchitas, los macizos marrones y una rama partida. Hasta que no terminó de arreglar todo no entró a la casa. Creo que fueron casi diez días. Eso sí, al entierro de mi padre no fue.
            Desde entonces, una alergia latente no me dejó en paz: me subía la fiebre, estornudaba y casi no podía respirar. Madre intentaba darme una de sus mezclas de hojas, pero yo no accedía, por si acaso. Iba a lo de la vecina y, metido en su cama, me cuidaba hasta sentirme mejor. Madre nunca se enteró. Ella y sus plantas. Ella y sus flores. Ella y sus árboles.
            Yo creo que estaba loca, qué quieren que les diga. Hablaba con los arbustos como si fuesen personas; todo delicadeza, todo caricias, todo mimos con las flores. Yo ni salía al jardín porque me asfixiaba. Sentía odio, de verdad.
            No la tuve que internar, por suerte. Se descuidó con el veneno del estramonio que preparé con las flores blancas tan letales. Pobre. Ella no hubiese querido que la separasen de sus plantas. La sepulté debajo de la Santa Rita. Juro que me costó. Lo hice casi con los ojos cerrados, porque los colores me ciegan.

            Sí. No puedo mentirles: nunca, pero nunca nunca me gustaron las plantas y mucho menos las flores. Más aún, las detesto. Por favor, si alguien se acuerda de mí, no me las traigan al cementerio. Cada vez que ponen una me revuelco en la tumba. 

miércoles, 13 de mayo de 2015

SICARIOS del libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR

ASESINOS AD HONOREM
Sólo dos personas estaban  serias y calladas en la tribuna. Sabían que el verdadero espectáculo no iba a ser, como decía el cartel, la presentación de una plataforma política conservadora más. Mientras los demás entonaban pulidos e inofensivos cánticos partidarios, el menor masticaba un chicle ansioso y ya viejo, manteniendo la mirada fija en la entrada al pequeño estadio. El otro, algunos años mayor y con experiencia en estas misiones, sostenía con su mano derecha, ya preparada, el arma con la que iba a asesinar al candidato.
El tiempo se alargaba para ellos mientras los gritos y cornetas pretendían convertir el asunto en una fiesta. Vestidos con elegante sencillez de marca para no llamar la atención, de vez en cuando lanzaban un grito mentiroso que los escondía un poco más.
El candidato entró rodeado de sus guardaespaldas saludando con los brazos en alto. Subió a la tribuna a pocos metros de ellos, y mientras recibía un ramo de flores de las Damas de Beneficencia, quedó sin protección por un momento. Era la ocasión. Mientras el más joven se ponía adelante para disimular y cubrir, el otro extrajo la pistola y apuntando con pericia, disparó un solo tiro que dio en la zona del corazón. Ya estaba hecho. No importaba nada más. Habían cumplido el contrato. Ahora, sólo restaba aprovechar el revuelo, esconderse entre la gente, escapar y recoger el dinero.
El ardor vengativo de la multitud no se los permitió: habían matado al futuro salvador de la patria; como animales feroces se lanzaron sobre el dúo pagado nadie sabía por quién. No interesaba. En apenas diez minutos cientos de personas acaudaladas, sobrias y cultas, destrozaron con salvajismo y a puntapiés, golpes de puño y navajazos suizos, a los dos delincuentes.
Incomprensiblemente, no solicitaron pago alguno por lo hecho.



martes, 12 de mayo de 2015

Francisco Federico Raggi Cárdenas

Francisco Federico  Raggi Cárdenas
Autor David Gómes Salas

Hace tiempo jugaba basquetbol todas las mañanas en la canchas de cemento de la Universidad Nacional Autónoma de México con Francisco Federico Raggi Cárdenas. Llegaba a la cancha casi siempre acompañado de un amigo  que imagino se llamaba Manuel, le decía "Meme" o algo así.  No recuerdo bien fue hace muchos  años ...1973-1974.

Conocí a Raggi en 1966 en Tuxtla Gutiérrez Chiapas, terminaba mi preparatoria en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas.  Llegó como profesor invitado para impartir unas conferencias  en los cursos de preparación que nos dieron para ir a México a presentar el examen de admisión .  Llamó mi atención porque era Doctor en Matemáticas y se veía muy joven.  Aparentaba como  21 años.  Por eso recordada su nombre perfectamente.

Cuando ingresé a la UNAM fui a verlo a la Facultad de Ciencias en 1967. Seis años después  lo volví a ver en las canchas, de casualidad y sin ponernos de acuerdo continuamos viéndonos  todas las mañanas. Yo trabajaba en el Instituto e Ingeniería y estudiaba la maestría. Literalmente vivía en la UNAM, ahí jugaba, me bañaba y comía.  Arribaba a las siete de la mañana y me iba de la UNAM a las nueve de la noche, con mi esposa y dos hijas.

Raggi llevaba una balón de cuero, que en esa época eran poco comunes. Además que quienes tenían una pelota de cuero afirmaban que se debían usar solo en canchas de duela, no de cemento porque en ese material se ponen feas, como afelpadas. A Raggi no le importaban esas teorías, decía que su pelota la habían fabricado en China.

Fue siempre amable y muy alegre, lo recuerdo con su bigote grande y a veces con una barba de candado, short  tipo bermudas color gris o caqui, playera blanca y tennis. Le gustaba jugar en toda la cancha a cinco canastas o hasta que dieran las 8 de la mañana.  Le gustaba menos jugar 21s en una sola cancha, le gustaba correr más, disfrutar el espacio y no amontonarse abajo del aro como sucede en los 21s.

Lo admiraba como matemático, estudié su libro de Algebra superior - lo consideré libro de texto -  en el primer año que estudié matemáticas en la facultad de Ciencias.  Ahí disfruté la deducción y la inducción matemática, el principio del buen orden y muchas cosa más que he olvidado, pues una vez regalé el libro al hijo de un amigo.

En 1978 tenía un equipo de básquetbol y fuimos invitados a un torneo que se celebró en Tapachula Chiapas.  Un cuadrangular con las selecciones de Comitan. Villaflores, Tapachula y nosotros "Pamperos". Uno de nuestro jugadores tenía 18 años y estudiaba matemáticas en la Facultad de Ciencias.  Mi joven amigo no podía ir porque tenía examen con Raggi, así que le pidió que le hiciera el examen dos días antes para poder viajar y jugar básquetbol.
¡Le hizo el examen y le deseó que ganara!  Raggi era una persona que apoyaba a los jóvenes, era cálido,  noble y amaba el básquetbol.    

El 11 de mayo de 2015 al leer el calendario matemático 2013, me entero que Raggi murió en el año 2012.  Leí sobre sus grandes logros, muchos de ellos ya los conocía de nombre únicamente, pues no profundice en ellos. Supe que era muy bueno en Teoría de los anillos, destacado internacionalmente.

Al enterarme en forma tardía de su muerte, sentí deseos escribir sobre Raggi, expresar mi admiración por el gran ser humano, matemático e intelectual que fue. Lo recuerdo con cariño.

jueves, 7 de mayo de 2015

ATRAPADO - Cuento de mi libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR

ATRAPADO
La ola chocó contra la pared. La pucha que esa fue grande, musitó sin despertarse del todo. Siguió inmóvil. Hasta que un ruido descomunal cercenó la historia que soñaba.
Entreabrió los ojos. Vio, en forma borrosa, la pared derruida y aunque estaba a cuatro metros de su cama, la distancia no evitó la salpicadura. Incrédulo, se secó la cara. El mar, agitado y sombrío, aparecía perturbadoramente cerca. Se acordó de que el coche había quedado estacionado en la calle. Autómata, tanteó en el cajón de la mesita de luz buscando las llaves. Trató de encender el velador y nada. Mientras se ponía los lentes para ver, tiritó. Al frío se le sumó el espanto: el boquete que la ola acababa de hacer era del tamaño de una puerta ventana doble y el viento del océano entraba rugiendo sin compasión. Se puso de pie y con cuidado dio ocho pasos. Intentó asomarse y mirar hacia abajo. Otra ola furiosa lo hizo caer.
Este no va a ser un buen día, resopló.
El reloj marcaba las tres. Ya despierto, buscó el celular para pedir ayuda. No lo encontró. Otra vez en la cama deseó: ¡Ojalá sea una pesadilla! Pero las sábanas mojadas le confirmaron que no lo era. Volvió a incorporarse. Las chinelas flotaban: no le servían. Después de chapotear hasta el placard consiguió un buzo y unos pantalones gruesos de gimnasia. Intrigado se asomó al living. El balcón había desaparecido y el agua inundaba el parquet; la mesa ratona, bote a la deriva, surcaba la sala. Trató de abrir la puerta de entrada. Imposible.
Recordó un documental de Discovery. Los surfistas pasaban años esperando ‘La Gran Ola’, esa forma gigantesca que representaría el mayor riesgo y pericia  dándole sentido a sus vidas. Aquí estaba y se repetía una y otra vez. Pero él no hacía surfing y además nunca había aprendido a nadar.
Lamentó no haber escuchado a su padre cuando a los doce años le aconsejaba que tomara clases en el club del barrio. Demasiado tarde para arrepentimientos. El agua le llegaba a las rodillas. Tomó conciencia de que era tarde para todo: no podría terminar la tesis,  no podría pedirle a Silvia que se casaran, no podría ganarle la partida de ajedrez al australiano, no podría usar más el coche, ni siquiera tomar el desayuno y leer el diario de la mañana. Tiró las llaves.
Siempre había considerado que era un tipo resuelto y optimista frente a los obstáculos. Pero la puta ola lo dominó. Se encontraba en una trampa: ¡Morir ahogado debe ser horrible!

Cobarde para enfrentar lo que ocurría, se metió nuevamente en la cama y rezó un Padrenuestro. 

jueves, 30 de abril de 2015

LUNA DE HIEL

LUNA DE HIEL
Mi madre no vino a la boda. Ni aunque hubiese podido. En cambio lloré la ausencia de mi padre. A ella no la veía desde el juicio y no la extrañaba. Ese día decidí que tenía que mirar hacia adelante, decirle adiós y ser feliz.
Descubrí el egoísmo atroz de Pablo durante la luna de miel. Sin desearlo, me llevó a recordar a aquella mujer a quien no veía desde hacía más de siete años.
Por diez meses creí que nos movíamos en la misma sensible línea de afecto. Pero no. Todo en él era frío. Había simulado interesarse por mis tristezas, mis placeres o mi historia dolorosa. Ilusa, yo pensaba que entendía mi tormento: ¡mi padre había sido asesinado! Y él era incapaz de emocionarse o emocionar genuinamente a alguien.
A los pocos días de casarnos, en nuestro viaje a Brasil, mostró su verdadera personalidad, esa que había ocultado a la perfección durante meses, ese yo farsante, irritable y violento, enmascarado bajo una fachada de ternura. Lo que creía amor era amor fingido.
—¿Me querés?  —le pregunté al entrar al hotel.
—¿Sos idiota? ¡Qué pregunta más estúpida!  —contestó brusco.
Le ordenó al Conserje una habitación en el quinto piso, en forma engreída, actitud que nunca había visto antes en un hombre atento como él.  Ya se había ganado la antipatía de una persona.
—Mis sábanas las quiero sueltas en los pies, ¿entendiste? —le gritó a la mucama cuando entramos en la habitación.
Mientras, deshacía la cama con furor.
—Sí, señor. Sí… —lloriqueó la joven en un insuficiente español.
Había vociferado por una minucia.
¿Vociferar por una minucia? ¿Cómo no es capaz de un gesto de gentileza? Era un  desconocido; y empecé a sentir miedo. 
Vino a mi memoria lo que me había estado ocultando: la cruel escena observada desde el escondite tras el sillón del living.
A los dos días de llegar comenzó mi tormento a fuerza de puñetazos y puntapiés. Todo lo que yo expresaba o hacía desataba su ira; y no cesaba hasta dejarme llena de moretones, tirada en el piso, exhausta.
Lo que había pasado aquella noche, hacía siete años se me hizo claro. Definitivamente eran ellos, no nosotras. 
Desde entonces no salí de la habitación. Estaba avergonzada. Por miedo,  no pedí ayuda, como no lo hizo ella.
De “mi muñeca” pasé a ser un insulto:
—¡Callate, imbécil! ¿No ves que sos una inútil?
Cautiva en esa trampa de palabras no escuchaba ninguna de cariño. Silencié absolutamente todo lo que pensaba o sentía para evitar represalias. Atrapada en una red invulnerable no tenía escapatoria.
Muda, detesté a mi padre, de pronto reencarnado en Pablo.
Soporté los diez días con estoicismo. Por fin se acercaba la partida.
Estábamos parados en la terraza abierta al océano. Él, con desprecio, miraba hacia la habitación. Apoyé mis manos en su pecho; me miró desconcertado. Sólo necesité ejercer una fuerte presión y cayó como cuervo herido. Permanecí un momento en solitaria calma, extasiada ante la inmensidad azul. Y para siempre mirando hacia delante.
 
Sentenciaron: accidente. Iré a visitar a mi madre a la cárcel; ella no tenía un balcón tan alto, sólo un cuchillo de cocina.


miércoles, 29 de abril de 2015

¿Perteneces a un partido político?

¿Perteneces a un partido político?
Autor David Gómez Salas
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El ser humano tiene capacidad de pensar por si mismo, cada persona analiza de manera específica tema por tema y de acuerdo a sus conocimientos, valores éticos y, en algunos casos, hasta por sus creencias religiosas. Por eso hay tantas opiniones, es propio de la naturaleza humana.
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Podemos coincidir en algunos temas muchos ciudadanos, pero será imposible coincidir en todo. El sentimiento de ser parte de un grupo puede ser utilizado para que, a veces una persona apoye, por solidaridad, decisiones que no coinciden con sus valores.
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Por ejemplo: Una persona por solidaridad puede apoyar a un familiar en las buenas y en las malas. Y aún cuando no aprueba el robo, si es un familiar el que lo hizo, difícilmente lo denunciará. Es un acto de solidaridad por el lazo de sangre.
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Lo mismo podrá suceder cuando se afilia a un partido político. Sí un partido lo apoyó como candidato a gobernador, presidente u otro cargo de elección; se crea el compromiso de reciprocidad y es probable que después el ciudadano apoye a los que lo apoyaron. Aún cuando no esté convencido que es la mejor opción. Así empieza la sumisión del individuo a los intereses de grupo.
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No me atrae pertenecer a ningún partido político, se me dificulta encerrar mi espíritu en una pequeña caja donde se puede confundir el concepto de lealtad con el de complicidad.
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Los diputados y senadores sirven más a los intereses de los partidos, que a los intereses de la Nación. Por eso actúan como: senadores priístas, diputados panistas, gobernadores perredístas, etc. No se desempeñan como senadores y diputados, que conforman la representación nacional.
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Me gusta conservar mi forma de pensar con independencia. Jamás la sometería al mandato de algún partido político. Me apasiona sentirme comprometido con México, con el bienestar de la población, con el cuidado del medio ambiente, con el desarrollo de la ciencia y tecnología, con no perjudicar a las futuras generaciones, en fin con muchos ideales. Pero jamás con algún partidito.
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Veo que algunas personas discuten, defienden a un partido “x” y atacan a los otros partidos. Creen que los partidos políticos tienen ideología, doctrinas, teorías, plataforma y programas a favor del país. Creo que sueñan, la mayoría de los partidos solo van tras el dinero, el poder por el beneficio personal.
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A muchos ciudadanos les gusta sentirse identificado con un partido político, con sus colores, con sus líderes, con su historia, con sus dirigentes, con sus explotadores, con sus lemas, con sus acarreos, con sus fiestas, con sus dádivas.

La vida es bella con pluralidad, con respeto a todas las formas de pensar. Amo a mi país.

Fecha: 2012-02-15


Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

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esa pluma que todos hubiéramos querido tener entre nuestros dedos