DE : ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR
PASEANDERAS
Desde hace años,
ELLA
acostumbra sacar a Boopi, su perrita, a la mañana y a la tarde. Boopi fue
pisada hace un años por una bicicleta, -mejor dicho por un ciclista-, y quedó
paralítica de las patitas traseras. Por eso su ama es la única que camina: la
perra va cómodamente sentada en un cochecito de bebé. Son las siete de la
tarde. ELLA recorre la
playa muy junto al agua, despaciosamente, con pasos a veces cortos, a veces
largos. Pero siempre lento y descalza. Le gusta concentrarse en lo que hace:
apoya primero el borde posterior del talón, luego el borde exterior del pie; enseguida
la almohadilla del metatarso, y por último los dedos, mientras el resto del pie
ya está en el aire. Después presta atención al otro. Le contaron que a eso se
llama meditación activa. De verdad resulta interesante y por alguna suerte de
mimetismo, su perra lhasa permanece quieta admirando el mar. En ese instante
atemporal para ELLA sólo existen las manos que toman el carro, sus pies, la arena
húmeda, el viento en el rostro, y por el rabillo del ojo la luminosidad del
agua y el tostado de la espuma acercándose, cuando empieza a atardecer.
Mira el reloj de oro que le cuelga del cuello, único
recuerdo de su madre, y pregunta: ¿Caminamos un poco más? ¡El atardecer es tan
lindo! Una mirada de mudo asentimiento de Boopi y decide caminar otros 30
minutos. Ya recorrió dos veces los cien metros que separan ambos muelles.
Siente el pecho abierto y libre, la cabeza y los hombros relajados y un
bienestar absoluto que le recuerda que en ese momento es feliz. Sin embargo,
sus huellas son más profundas que las de días atrás y empujar el cochecito le
implica gran esfuerzo. La arena está revuelta por el tormentón de anoche y,
aunque no le gusta admitirlo, ELLA se agregó uno o dos kilos después de la fiesta de Nochebuena. Todo
esto le hace pesado y menos libre el andar. Intrigada, observa que casi no
puede empujar a Boopi, porque las ruedas, casi enterradas no rotan, tiene arena
húmeda en las pantorrillas…y descubre desconcertada que cada vez se hunde más y
más.
A la madrugada siguiente, extrañado por
unas huellas que el mar aún no borró, el joven buscador de oro verá cómo el
aparato detector de metales se clava de repente justo ahí.
El reloj de oro pasará
a ser propiedad de otra familia como trofeo secreto e insólito, y de ELLA y de Boopi no se va a saber nunca
nada más. Sus amigas comentarán que es como si se las hubiera tragado la
tierra.
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Gracias por tu comentario. Lidia