MENTES BLINDADAS
En la
negrura, el pánico la invadía casi al borde de la parálisis. Se acercó
tortugueante a la puerta. Una luz mortuoria traspasaba por el ventanal contiguo
a la entrada clausurada para ella. Lo supo. La vieja casa familiar aún seguía
habitada. Buscó a ciegas un timbre y en su lugar encontró el eterno llamador de
bronce – una mano- que permanecía grasiento, como de costumbre. Con una
practicada ira martilló dos veces. Quería darse un ánimo artificial, ocultando
su mansedumbre. Unos pajarracos huyeron despavoridos del dintel y quebraron la
quietud del lugar. Después de la rabia, el silencio. Nadie vino a abrir. La
luz, trampa inútil para ladrones, pensó. Sin embargo, conocía a sus padres y no
habrían salido a esa hora tardía y calurosa.
Adentro,
todo quedó de pronto a oscuras. No deseaban verla. Un alivio casi empalagoso le
transitó por el cuerpo. No tendría que enfrentar a quienes no veía hacía años,
desde que la echaron. Llevaba la corbata de seda que Claudia le había regalado
antes de morir. No hubiera podido evitar las miradas de censura.
Agradeció
no tener que escuchar historias olvidables, ni pedir ni otorgar simulados
perdones. No había cumplido su objetivo: reconciliarse antes del final.
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Gracias por tu comentario. Lidia