AQUÍ Y AHORA
Mi vida había sido una penosa sucesión de frustraciones,
orfandad, pruebas fallidas, interminables duelos y dolores
físicos torturantes, que de tan conocidos se habían convertido en mis dulces y leales compañeros.
El último año, al regresar de un retiro monacal voluntario en el que
medí el completo vacío de mi existencia, creyendo -ilusa- que no habría nada
peor, encontré mi casa ardiendo y conocí algo más cruel: la indigencia. Vagaba por las calles con lo puesto y
descubrí que aún se podía caer más bajo. Comía si daba a otros unos minutos de
mi cuerpo, ausente de emociones. Sola, sin siquiera un perro que me ladrara,
añoré amistades engañosas de la adolescencia, hombres abusadores de la juventud
e internaciones en los que para mí eran nidos de cemento y cristal. En ese
entonces todavía tenía un nombre propio que ya estoy olvidando y sentimientos
que se van adormeciendo poco a poco.
El mes pasado encontré una paloma herida en la plaza; la curé con mis
manos calentadas a soplo, y recibí de ella una fidelidad simple, sin palabras
ni exigencias.
Ayer comprendí que al hacerme cargo de ese pequeño plumaje, había
entrado por primera vez en un aquí y ahora perfecto y siempre diferente:
incapaz de traicionar porque es presente absoluto.
Cuando
la paloma voló, como volaría un hijo, al fin conocí la riqueza del instante
fugitivo.
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Gracias por tu comentario. Lidia