DIVERSIÓN
SIN PRECIO
Entre las
cuatro y las cinco de la tarde en la plaza, caíamos las dos al mismo tiempo y
nos elevábamos también juntas. Las hamacas estaban bien niveladas. Nuestras
risas estrepitosas e infantiles ocultaban cualquier diferencia entre dos nenas
de siete años. Antes de que oscureciera, ya cansadas de hamacas, subibajas y
tobogán, debíamos separarnos.
Yo
quería que la tarde de invierno nunca se acabara; ella lo mismo.
Mi
niñera de delantal bordado y resplandeciente, que leía bajo un árbol, se
acercaba entonces al arenero, me sacudía la pollera escocesa tableada y me daba
el chocolatín habitual.
La
hermana mayor de mi amiguita, que no tenía más de doce años, temblando de frío,
con sandalias y los brazos al descubierto, venía corriendo de la frutería donde
trabajaba, le sacudía la ropa gastada, le ponía su pulóver agujereado y unas
zapatillas viejas sin cordones que se le salían al caminar.
¡Chau...!
¡Chau..!. ¡Hasta mañana! ¡No faltés!
La niñera jamás me dejó compartir el
chocolatín con mi amiga: ella nunca se enojó
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Gracias por tu comentario. Lidia