NOCHE DE MILONGA
Él cabecea. Ella asiente.
Desde mesas distantes caminan para encontrarse en el centro de la pista.
Piernas, tacos, manos, cuerpos que se rozan levemente al ritmo de la orquesta;
se retiran, se acercan, todo en un mismo tango. El brazo de él la sujeta por la
cintura y el dedo pulgar, como flecha, indica el guión tantas veces repetido y
otras tantas, nuevo. Ella abandona su brazo sobre el hombro del compañero. Dos
manos en suave contacto. Rostros que parecen mirarse intensamente y, sin
embargo, no se ven. Simulan deseo, rechazo, intimidad al dibujar la geografía
sobre el piso que cuenta una historia: dos desconocidos encontrándose y estudiando
sus cuerpos, sin palabras, sin suspiros.
La música termina y las
piernas enajenadas, vuelven altivas a sus mesas.
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Gracias por tu comentario. Lidia