MANO DE OBRA DESOCUPADA
El vidrio amarillo lechoso con detalles de burbujas lo
asoma a un mundo extraño que no puede discernir. Bultos móviles, luces
pasajeras, colores bizarros de objetos irreconocibles llegan a sus ojos
irritados por el desamparo. Hace muchos días que lo mantienen en ese sótano,
ignorante del porqué o el para qué. Este
sucucho es un depósito; por el olor, seguro
guardaban gomas de autos. Ni una lamparita, ni un mueble, ni una canilla;
sólo un vaso de lata. El piso de baldosas, está lejos de ser el colchón
apacible y acogedor de su cama, ese que nunca valoró como hoy.
Al principio creyó, ingenuo, en una confusión de
víctimas, por eso no se preocupó de contar o marcar en la pared la oscuridad
cíclica. Pronto lo liberarían. No sabe si ha pasado una semana o más. ¿Me estarán buscando? ¿Habrán puesto mi foto
en los diarios? ¿Cuánto ofrecerán por
información sobre mí? ¿ qué pedirán éstos?
Las primeras
jornadas se desgañitó y pateó con fuerza la puerta hasta herirse los pies; la
sangre que brotó de los dedos y los tobillos lastimados se coaguló y, adorno
espeluznante, quedó sobre los moretones. De a poco la desesperanza le fue ganando;
se dio cuenta de que no escuchaba ni ruido ni voces, salvo el deslizamiento por
debajo de la puerta de una ración de polenta insulsa, arroz blanco y un pan
sobre un cartón oscuro y repetido; con un plato de latón lleno de agua durante
las horas de esa luz mortecina, se completaba todo su alimento.
Comienza a sentir
el deterioro. Quiere cantar sus canciones preferidas, Tears in heaven de Clapton y Me
gusta todo de ti de Serrat, pero le cuesta recordar las letras; con el tiempo, hasta las
melodías se le van entremezclando. Constipado por naturaleza, la dieta que le
impone el secuestrador no ayuda. Su vientre tiene el peso de una bolsa de
papas. El agua que tomó desesperado el primer y segundo día, se convierte en
sorbos que aprende a administrar como náufrago. Duerme enroscado cuando no hay
luz. Y a veces, mientras está comiendo, pierde la conciencia, la boca llena de
arroz.
Después de contar cientos de veces hasta mil, recordar el
nombre de cuanta persona ha conocido en su vida, jugar decenas de enredadas
partidas imaginarias de ajedrez, decide que hoy es su cumpleaños. Para cuando
lo metieron en el coche con la venda en los ojos, sabía que sólo faltaban
quince días para sus treinta. Tiene la barba y el pelo enmarañados de mugre. La
familia y los amigos tenían pensado darle una sorpresa de la que por supuesto
ya estaba enterado. ¿Estaba enterado? Le
parece que no. No puede afirmar nada con certeza. Entonces resuelve que hoy es una fecha buena como cualquiera.
Con la polenta de ayer, que no comió, hace bolitas y las pasa por el arroz como
confites vegetarianos. Lanza una muda carcajada: a mi no me vengan con eso, se acuerda, nunca voy a pasar un día sin comer carne. Ironías de la vida que
no permite cumplir los juramentos. No es
mucho para pasar la década pero… con un vaso de agua hará el festejo antes
de la oscuridad total. Es triste una
fiesta en soledad rodeado de orina, pero ¡qué tanto… es mía! Todavía tiene
algo suyo, además de la inmundicia y la ausencia de fe.
En la habitación contigua alguien está cantando el Feliz Cumpleaños. ¡Qué ironía!
No puede
soportarlo. Su mente es humo blanco. Una imagen se le aparece con cierta
nitidez: él metiendo una media en su boca y tragándola de a poco hasta que se
le queda atorada y ya no puede respirar.
Podría resultar.
¿Cómo puedo acabar con mi vida si no me
dejaron ni el cinturón ni las medias? Además
¿qué podría hacer con eso? Mira su
miserable plato de festejo y llora. Por primera vez. Siente que está por
claudicar. Se acuerda de que en un documental de Discovery ¿o era Natgeo? contaron cómo algunas personas se suicidan
mordiéndose la lengua hasta desangrarse. Por
ahí mañana. Sin embargo se requiere
fuerza y coraje para hacerlo. Ahora sabe lo que es la desesperación del que
no encuentra salida.
Rodolfo, mi amigo…
¿o es mi primo? pensará que me tomé el avión con el que tanto bromeaba, y que
ahora estoy en las playas de México, ¿o
era Bermudas? Una playa era. La
madre conoce sus ataques de rebeldía, no le extrañará que haya desaparecido
para el cumpleaños. Nunca se olvida de aquellas ratas al colegio o de sus
arranques de disconformidad con los jefes: ni siquiera se sentía obligado a
renunciar, simplemente desaparecía de los empleos. Con Silvina se habían
enojado el día anterior a que se lo llevaran. No, me parece que era Romina… bueno, cualquiera; como son las mujeres,
ya estará apretando con otro. Se acuerda de sus sobrinos. Un nudo de
angustia en el medio del pecho y un rayo de esperanza: saben que no me hubiese ido sin avisarles; deben haber preguntado. ¡Sáquenme de acá! ¡Por favor, chicos!
Oye un aleteo de pájaros y el rechinar de sus propios
dientes. Al fin algo que no es su pensamiento. Toca la pared y el moho,
resbaladizo y frío, se le pega en las yemas de los dedos. Los pájaros intentan
entrar por la única ventana de este sótano en el que lo encerraron. A trasluz,
los ve grandes y oscuros, enloquecidos y desesperados como él. Estoy delirando, sí, es eso. Pero esto
no lo tranquiliza. Por el contrario, lo sobrecoge un miedo cepo y se sofoca.
Del otro lado se escucha Tears in Heaven; Clapton lo aterroriza.
Los buitres consiguen romper el vidrio, le sube el
espanto amargo y espeso hasta la garganta. ¡Son
de verdad, son reales! Sabe que tiene los minutos contados. Nadie va a pagar rescate por un muerto.
Detrás de la puerta hay un hombre, atento a cada ruido y
movimiento proveniente del sótano cerrado. Expectante y gozoso. Sentado en un
cómodo sillón, escucha ahora a Hugo del Carril, mientras se dice: Seguro pensaba que iba a pedir rescate.
¡Pobre iluso! Muerte a picotazos: otra nueva forma de matar que inventé..
Es todo su pasatiempo.
No sabe hacer otra cosa desde los 70’ .
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia