CONFESIÓN
Escuché un golpe seco. Yo estaba en el dormitorio,
prendí la luz y salté de la cama; me imaginé cualquier cosa. Agarré el
revólver. No se me ocurrió que iba a ver a mi hijo así, al pie de la escalera.
Le grité a mi mujer ¡llamá a la ambulancia! y bajé. No sabía si estaba vivo o
muerto. ¡Son quince escalones!
Encontré a Lucas caído boca arriba, en una posición
ridícula: la pierna izquierda estirada y el pie doblado para atrás. La pierna
derecha apuntando a la cabeza, de la que chorreaba sangre. Los brazos
desencajados y cruzados en la espalda. No podía creer que ese era él. Pensé: no
se me va a morir de esta manera justo ahora. Ahí fue cuando vi que respiraba.
La madre, arriba, me aturdía con sus alaridos. Abrió los ojos y me miró. Empezó
a quejarse como un loco, se ve que el dolor era insoportable. Me di cuenta de
que además de los huesos estaba destrozado por dentro. ¡Pobre hijo mío!
La ambulancia apareció recién a la hora. El médico
podría haberlo salvado, pero vino muy
tarde, comisario.
Por eso lo maté.
En lágrimas, bajó
la cabeza ofreciendo sus manos para que ser esposado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia