CONSPIRACION
A vos creo que te puedo contar. Te estuve observando
ayer y hoy, y sos muy callado. ¿Me dejás?
Se sienta junto
al otro en un banco de piedra.
No hace mucho que me siento así. Andaba muy bien con
mis vecinos…bah, por lo menos iba a las reuniones del barrio y las fiestas
escolares. Formamos un grupo muy unido. Nos conocimos casi al mismo tiempo
cuando nos trasladaron de diferentes partes de la ciudad. Iban a ser
derrumbadas para construir una terminal de ómnibus nueva y una autopista. Nos
hicieron un barrio cerrado de chalets con jardín y todas las comodidades. Te
aseguro que nunca habría podido tener la casa que tengo, sino hubiera sido por
esas construcciones. Al menos en ese momento Así que estaba contento y era
parte como de una gran familia.
Prende un
cigarrillo y le ofrece el atado al otro. Marcelo se encoge de hombros y guarda
el paquete.
Pero todo empezó a cambiar cuando me di cuenta de que
habían pisoteado las plantas del jardín. Me dolió. Ahí todavía no me daba
cuenta ni quién me estaba atacando así ni por qué. Después de eso no dije nada
más. Pero iba a estar atento. No soy pesado ¿no? De verdad necesito contarle a
alguien todo lo que pasó y vos me inspirás confianza, me parece.
Se acerca más al
otro en el banco y comienza a hablarle en voz baja.
Primero fueron las plantas, después faltaron algunas
corbatas. Una mañana, mientras desayunaba, vi que alguien me espiaba por la
ventana pero no pude identificarlo. Cuando volvía de trabajar, varias veces
sentí pasos detrás mío. Se detenían al mismo tiempo que yo. Marta no me creía.
Marta es mi mujer, ¿sabés? No daba vueltas. Decía que todo era mi
imaginación. No la culpé en ese momento
porque siempre había confiado en ella. Pero empecé a estar ansioso y no podía
dormir. Escuchaba ruidos, voces al lado de la ventana. Temblaba todo el día y
ya estaba empezando a tener miedo, te digo la verdad.
Marcelo mira una y otra vez hacia atrás, asegurándose de
que no haya nadie más alrededor. Se levanta.
Hace dos semanas en la oficina, alguien me borró toda
la tarea contable en la computadora. Ahí supe que los datos que tenía en casa
eran importantes.
Se agacha y le
susurra:
Descubrieron que yo escondía algo fundamental para la
raza humana. Imaginate que pasé los últimos cinco años dándole forma a esta investigación,
para llevarla a las Naciones Unidas. Se habían enterado y querían ganarme de
mano para evitar la denuncia, ¡estos hijos de puta!
Vuelve a sentarse.
Este lunes pasado no, el anterior, en la oficina, noté que el café que repartía Sarita tenía un
gusto extraño. Decidí no tomarlo más. Por las dudas, ¿viste? En realidad, a esa
altura comía nada más que lo que yo mismo me
hacía. No sabía cuántos eran pero ya sospechaba que estaban conspirando
contra mí. Empecé a tener muchísimo cuidado de ahí en adelante. El jueves
pasado decidí no contarle más de esto a Marta porque ya no era confiable.
Saca de un
bolsillo la foto de Marta y poniéndosela frente a los ojos, le dice:
¿Ves la cara de sospechosa que tiene? Como me seguían, tomé la
decisión de cambiar cada día de recorrido para ir y volver de la oficina. Los
iba a despistar. Además, y ésta fue la última resolución, iba a viajar armado.
Por si acaso… ¿me entendés? No me iban a agarrar desprevenido. Al final puse en
el saco una sevillana y en el pantalón, un spray de pimienta. No soy tan
estúpido como para que la policía me lleve por un revólver. Con eso alcanzaba. Lo creí, te
digo sinceramente. El viernes pasado… ¿ya hace una semana? ellos me robaron las
armas en el subte. Me sentí impotente. Además
ya no tenía dudas de que Marta era parte de todo: estaba siempre vigilando lo
que hacía o dejaba de hacer para informarlo. Así que cuando llegué a casa ni la
saludé.
Marcelo rompe la
foto que tiene en la mano. Guarda los pedazos en un bolsillo del pijama.
Me escondí en el cuartito de atrás y no pensaba salir
para cenar. No podía ni verle la cara. Era una traidora. Serían las diez de la
noche cuando me secuestraron y me trajeron acá.
Se queda un rato
pensativo.
Vos sabés que los que estamos en este lugar somos
rehenes. Estoy seguro de que todos tienen, como yo, secretos peligrosos. Ni te
voy a preguntar el tuyo. No quiero saberlo. Ni tampoco lo que los demás
investigaron. En cuanto a este lugar, todo es una gran simulación: los
pabellones, los comedores, los tipos
disfrazados de médicos. Con los electroshocks, las duchas frías y las
pastillas, tarde o temprano los demás van a aflojar. Yo no. Soy fuerte. Y me da
la impresión de que vos también. Además, ayer miércoles, mandé una carta
denunciando todo. No hace falta que te diga más.
El otro, en su
autismo, sigue callado.
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