Mi
mano deslizaba el pincel sobre la cartulina con esmero y calma. Hacía días que
imaginaba esa acuarela apacible, decidido a reproducir el desierto de Arizona.
Lo había recorrido durante horas hacía seis meses, después de una corta estadía
en casa de mi madre en Phoenix.
Como
amaba el naturalismo, quería ser tan fiel a la realidad como fuese posible: la
extensa planicie marrón, los altos cactus verdes, las pequeñas lagartijas y
sapos cornudos, el sol abrasador. Y el silencio. Ese silencio largo e
implacable que permitía escuchar con claridad los propios pensamientos. El
mismo que desde hacía muchos años había logrado que reinara en mi estudio, el
sitio donde me escuchaba a mí mismo, me serenaba y plasmaba mis pasiones.
Al
comenzar a pintar apaciguaba mi espíritu atribulado por una relación
matrimonial de quince años que se estaba rompiendo con rapidez.
Cada
trazo simbolizaba algo de mi vida: la tierra solitaria, el deseo de asentarme
en armonía; los cactus, mis hijos creciendo con solidez; el calor del sol, un
ferviente anhelo de afecto.
Mi
mujer y mis hijos empezaron a gritar como siempre, pero por alguna insondable
razón esta vez no podía abstraerme. No alcanzaba a oír las palabras pero sí
reconocer el habitual tono recriminador de ella y las voces tiernas de defensa
del menor.
El
clima de desastre aumentaba.
Un
temblor violentó mi mano e hizo correr sin control los pinceles cuyas tintas
fueron oscureciéndose con angustia y apresuramiento.
—No
hay caso –pensé- Este desierto ya no será el mismo que he visto.
Golpes
en la puerta, voces in crescendo.
Mientras,
mi mano reemplazaba el amarillo del cielo con el negro; el color arenoso
despejado de la tierra, con un marrón tan oscuro que casi no se distinguía; los
cactus verdes desaparecieron y unas largas líneas fragmentadas de color
plateado surcaron el cuadro en el momento justo en que forzaron la puerta y mi
mujer dijo:
—
¡Tu hijo se está drogando!
—
¡La culpa es tuya por insufrible! Quiero el divorcio, y ¡ya!
Dio un portazo. Miré la pintura y sentí que
me gustaba. Era la representación en detalle de mi estado de ánimo. Pensé que
cuando ella ya no estuviera, podría plasmar el desierto que recorrí.
Wow, como bien pones en las casillas. Lidy, más allá de tus registros anterires, que me encantan, este es cruento, desgarrador y muy bien ambientado. Me has metido en la situación y aunque salvo las grandes distancias puedo decir que la creación artística en familia es bastante complicada, has plasmado el caso extremo con un detalle muy claro y unas pinceladas precisas. Mis más sinceras felicitaciones amiga.
ResponderEliminar