viernes, 13 de septiembre de 2013

ARTE TRANSFORMATIVO


            Mi mano deslizaba el pincel sobre la cartulina con esmero y calma. Hacía días que imaginaba esa acuarela apacible, decidido a reproducir el desierto de Arizona. Lo había recorrido durante horas hacía seis meses, después de una corta estadía en casa de mi madre en Phoenix.
            Como amaba el naturalismo, quería ser tan fiel a la realidad como fuese posible: la extensa planicie marrón, los altos cactus verdes, las pequeñas lagartijas y sapos cornudos, el sol abrasador. Y el silencio. Ese silencio largo e implacable que permitía escuchar con claridad los propios pensamientos. El mismo que desde hacía muchos años había logrado que reinara en mi estudio, el sitio donde me escuchaba a mí mismo, me serenaba y plasmaba mis pasiones.
            Al comenzar a pintar apaciguaba mi espíritu atribulado por una relación matrimonial de quince años que se estaba rompiendo con rapidez.
            Cada trazo simbolizaba algo de mi vida: la tierra solitaria, el deseo de asentarme en armonía; los cactus, mis hijos creciendo con solidez; el calor del sol, un ferviente anhelo de afecto.
            Mi mujer y mis hijos empezaron a gritar como siempre, pero por alguna insondable razón esta vez no podía abstraerme. No alcanzaba a oír las palabras pero sí reconocer el habitual tono recriminador de ella y las voces tiernas de defensa del menor.
            El clima de desastre aumentaba.
            Un temblor violentó mi mano e hizo correr sin control los pinceles cuyas tintas fueron oscureciéndose con angustia y apresuramiento.
            —No hay caso –pensé- Este desierto ya no será el mismo que he visto.
            Golpes en la puerta, voces in crescendo.
            Mientras, mi mano reemplazaba el amarillo del cielo con el negro; el color arenoso despejado de la tierra, con un marrón tan oscuro que casi no se distinguía; los cactus verdes desaparecieron y unas largas líneas fragmentadas de color plateado surcaron el cuadro en el momento justo en que forzaron la puerta y mi mujer dijo:
            — ¡Tu hijo se está drogando!
            — ¡La culpa es tuya por insufrible! Quiero el divorcio, y ¡ya!

Dio un portazo. Miré la pintura y sentí que me gustaba. Era la representación en detalle de mi estado de ánimo. Pensé que cuando ella ya no estuviera, podría plasmar el desierto que recorrí.

1 comentario:

  1. Wow, como bien pones en las casillas. Lidy, más allá de tus registros anterires, que me encantan, este es cruento, desgarrador y muy bien ambientado. Me has metido en la situación y aunque salvo las grandes distancias puedo decir que la creación artística en familia es bastante complicada, has plasmado el caso extremo con un detalle muy claro y unas pinceladas precisas. Mis más sinceras felicitaciones amiga.

    ResponderEliminar

Gracias por tu comentario. Lidia

Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

Escritura
esa pluma que todos hubiéramos querido tener entre nuestros dedos