Ayer hemos conocido la triste noticia de la muerte del escritor argentino Héctor Tizón a los ochenta y dos años de edad. En palabras de su colega literario Jorge Fernández, “fue nuestro Juan Rulfo, en el sentido de que desarrolló una literatura áspera. Era de calado profundo, relataba muy bien su ambiente, esos lugares de Jujuy, muy latinoamericanos. Lo hacía alejado del realismo mágico pero con un realismo seco, con una prosa muy ajustada, tan seca y a la vez tan envolvente”.
Había nacido en Salta pero se crió, precisamente, en Jujuy y, tras licenciarse en Derecho, ejerció la diplomacia en diversos países como México –donde trabaría amistad con el citado Juan Rulfo o con Augusto Monterroso- e Italia. También fue político, con una breve experiencia como Ministro de Gobierno, Justicia y Educación.
En 1976, se exilió en España, donde ejerció el periodismo y, de regreso a Argentina, colaboró con Alfonsín en la restauración de la democracia. Finalmente, retornó a su Jujuy natal para pasar sus últimos años. Entre los premios y honores que recibió, es imprescindible mencionar el de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, el “Gran Premio de Honor” de la Sociedad Argentina de Escritores o el del Fondo Nacional de las Artes.
La primera obra que publicó fue una recopilación de relatos breves titulada ‘A un costado de los rieles’ (1960). A ésta seguirían un buen número de novelas como ‘Fuego en Casabindo’, ‘Extraño y pálido fulgor’ o ‘La casa y el viento’, hasta llegar a su último libro, ‘Memorial de la Puna’.
Todos ellos son fruto de su particular concepción de la Literatura, que expresó en su autobiografía ‘El resplandor de la hoguera’: “La mayor parte de la literatura actual se hace con la literatura misma, con palabras y juegos de palabras, es decir, con nada. Yo prefiero contar otra vez las viejas historias, las que ya han sido contadas, semejantes a sí mismas en todo el mundo. Nunca lograremos contar algo que antes no se haya contado”. No en balde, “siempre decía que sus maestros fueron sus niñeras. De ellas aprendió a contar historias”, como recuerda Julia Saltzmann, responsable en Argentina de Alfaguara, la editorial que publicaba habitualmente sus obras. Es, en suma, Tizón una figura de verdad de las letras, de aquéllas que saben escribir cosas profundas con una forma simple.
Había nacido en Salta pero se crió, precisamente, en Jujuy y, tras licenciarse en Derecho, ejerció la diplomacia en diversos países como México –donde trabaría amistad con el citado Juan Rulfo o con Augusto Monterroso- e Italia. También fue político, con una breve experiencia como Ministro de Gobierno, Justicia y Educación.
En 1976, se exilió en España, donde ejerció el periodismo y, de regreso a Argentina, colaboró con Alfonsín en la restauración de la democracia. Finalmente, retornó a su Jujuy natal para pasar sus últimos años. Entre los premios y honores que recibió, es imprescindible mencionar el de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, el “Gran Premio de Honor” de la Sociedad Argentina de Escritores o el del Fondo Nacional de las Artes.
La primera obra que publicó fue una recopilación de relatos breves titulada ‘A un costado de los rieles’ (1960). A ésta seguirían un buen número de novelas como ‘Fuego en Casabindo’, ‘Extraño y pálido fulgor’ o ‘La casa y el viento’, hasta llegar a su último libro, ‘Memorial de la Puna’.
Todos ellos son fruto de su particular concepción de la Literatura, que expresó en su autobiografía ‘El resplandor de la hoguera’: “La mayor parte de la literatura actual se hace con la literatura misma, con palabras y juegos de palabras, es decir, con nada. Yo prefiero contar otra vez las viejas historias, las que ya han sido contadas, semejantes a sí mismas en todo el mundo. Nunca lograremos contar algo que antes no se haya contado”. No en balde, “siempre decía que sus maestros fueron sus niñeras. De ellas aprendió a contar historias”, como recuerda Julia Saltzmann, responsable en Argentina de Alfaguara, la editorial que publicaba habitualmente sus obras. Es, en suma, Tizón una figura de verdad de las letras, de aquéllas que saben escribir cosas profundas con una forma simple.
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