miércoles, 18 de julio de 2012

"LO QUE VOS TE MERECÉS"


LO QUE VOS TE MERECÉS (de M. Aznar y C. Olmedo)  
Cualquier síntesis de una historia de amor puede ocupar sólo dos páginas. Describir vuelcos calientes del corazón, dulzuras que se escapan por la punta de los dedos, miradas que desnudan… tal vez un cuento largo. Agregar palabras esperadas y de pronto ausentes, gestos fastidiosos y llantos a escondidas, darían forma a una novela. Pero con o sin nostalgias, con el tiempo, la memoria de esa relación va acortándose cada vez más.
La cocina se había convertido en pocos meses de convivencia en el espacio más importante de la casa. Ahí charlaban de tonterías esenciales para ellos con un mate en la mano. Si eran secretos lo que compartían, se paraban cerca de la heladera como si el frío fuera a conservar mejor lo dicho. Cuando reían se acomodaban sobre la mesada abrazados para no desarmarse; la tristeza se calmaba más rápido si revolvían la sopa juntos.
Pasaron siglos de cuentas sin pagar, ceños fruncidos por falta de trabajo, cama fría y atardeceres de miradas distantes.
— ¿Vamos a dar una vuelta?— le propuso por undécima vez a su hombre.
Él, sin bajar el diario ni mirarla, repitió con evidente molestia lo de tantas tardes y noches. — ¿A ésta hora?—
Ella descubrió su propio fastidio nunca hablado. —Siempre me preguntás lo mismo. A vos no hay hora que te venga bien para salir conmigo—.
Ni bien lo dijo, alivio y miedo. La respuesta inevitable llegó como cachetada.
—Tenés razón—.
Entre ellos sólo quedaba un témpano gris. Empezó la milonga triste.
Sol-Do.
Él salió de viaje con un adiós pampa mía, en un barco carguero que recalaría en Australia durante un mes.
—A probar —dijo. —Por ahí salimos de esta malaria—.  No especificó.
Ella recibió la carta de manos del empleado. Ahí mismo en el correo, la abrió ansiosa. Primero reconoció los trazos. Se llevó el papel al pecho y lo respiró. Recién entonces, y frente a los demás en la fila, leyó en voz alta, sin lágrimas y sin vergüenza alguna,  la puñalada que llenaba la hoja.
Al salir del edificio con esa carta en la mano y las frases repitiéndosele dolorosas, empezó a caminar sin rumbo y llegó, casi involuntariamente, a la escollera frente al mar. No podía admitir la realidad de un adiós definitivo. Se acordó de todas aquellas palabras esclavas de emociones y de las sonrisas suspirosas vividas durante seis años. Prefirió guardar, por el momento, una imagen que, ya empezaba a darse cuenta, era ilusoria. Tiró la carta al agua y volvió como si nada a la casa a esperar que su Tony regresara del viaje. Le llevó muy poco tiempo aceptar la realidad. No dejaría que la abandonara. Se le iba a adelantar. Ella no era cualquier mujer de tango.
Antonio volvió para llevarse todo lo que había dejado. Se encontró con que le había cambiado la cerradura y puesto todas sus cosas en un rincón del pallier, sin importarle lo que dijeran los vecinos. Ella, derecho viejo, había tomado su propio camino, renovada y olvidadiza de gritos y desdenes.
Tony, creíste que le estabas sacando viruta al piso. Pero era sabido lo que te iba a pasar, porque la historia de todos los hombres abandonados es bastante parecida. En especial cuando se les frustra su plan de retirada.
Si bien no haría falta mencionarlo, forzó la puerta y metió sus cosas de nuevo hasta la partida final. Cuando se dio cuenta de que no era un desprecio pasajero, era tarde. De ahí en más, los sucesos se precipitaron sin que él tuviera control. Los van a leer rápidamente, si no les cansa la enumeración casi aburrida de hechos fatídicos.
Ni bien ella se fue, él se quedó sin trabajo en el exterior, le robaron un Fiat 128 modelo 75 prestado, y desaparecieron sus documentos. ¿Creen que es imposible tanta mala suerte? Es lo que pasó. Sobre el pucho, no vio más salida que recurrir a la fe, y se involucró en una secta que le sacó los últimos pesos que le quedaban. Intentó suicidarse con un revólver demasiado viejo. Ató cabos. Nada le salía bien desde que ella lo había abandonado.
Para que les quede claro: si Antonio hubiese visto las señales no le habría  pasado lo que le pasó. Ingenuo, pensó que con una carta sin rostro pondría la relación en un si te he visto no me acuerdo y a otra cosa. Pero, Tony… ¿qué te costaba salir a dar una vuelta?  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario. Lidia

Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

Escritura
esa pluma que todos hubiéramos querido tener entre nuestros dedos