domingo, 1 de marzo de 2020


PALABRAS DE ACERO

         En este reino, sólo los infames teólogos y militares determinan el nombre de los días y la esclavitud “misericordiosa” o no de las personas. Especifican  el  tiempo de aprendizaje, la fugaz duración de la memoria, quiénes son mujeres, quiénes hombres y quiénes hermanos. Disponen qué tramos de escaleras son para subir y cuáles para bajar, y la extensión de los muros circularmente infinitos que separan del extranjero. Regulan qué alegrías deben ser refrenadas y cuáles son las congojas permitidas. Legislan el idioma y el culto, igualmente rústicos e irreverentes. Decretan por dónde fluye la luz y dónde se estanca la sombra, qué pocas puertas se abren y qué incontables celdas  se cierran.
         La enfermedad, el suicidio, la miseria y la disconformidad son, a pesar de todo, las únicas verdades, aunque sean acalladas o disfrazadas. Y a eso, con franca hipocresía, lo llaman “condición humana”.
         Durante ese último año que pasé en prisión, sólo pude dar siete atormentados pasos para escribir, sobre la puerta de acero cubierta de suciedad, las dos palabras solitarias de mi poema definitivo: “AÚN ESTOY”.


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“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

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