PALABRAS DE ACERO
En este reino, sólo los infames
teólogos y militares determinan el nombre de los días y la esclavitud
“misericordiosa” o no de las personas. Especifican el
tiempo de aprendizaje, la fugaz duración de la memoria, quiénes son mujeres,
quiénes hombres y quiénes hermanos. Disponen qué tramos de escaleras son para
subir y cuáles para bajar, y la extensión de los muros circularmente infinitos
que separan del extranjero. Regulan qué alegrías deben ser refrenadas y cuáles
son las congojas permitidas. Legislan el idioma y el culto, igualmente rústicos
e irreverentes. Decretan por dónde fluye la luz y dónde se estanca la sombra,
qué pocas puertas se abren y qué incontables celdas se cierran.
La enfermedad, el suicidio, la miseria
y la disconformidad son, a pesar de todo, las únicas verdades, aunque sean
acalladas o disfrazadas. Y a eso, con franca hipocresía, lo llaman “condición
humana”.
Durante ese último año que pasé en
prisión, sólo pude dar siete atormentados pasos para escribir, sobre la puerta
de acero cubierta de suciedad, las dos palabras solitarias de mi poema
definitivo: “AÚN ESTOY”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia