UN MISMO FAROL, UN MISMO LLANTO
La noche la sorprende bajo la penumbra del mismo farol, ese donde él le
estampó el primer y último beso francés. Entonces se sienta contra la columna
de hierro, con los brazos enlazados a sus rodillas y se le vienen miles de
imágenes: el jean deshilachado, la remera de los Ratones y esos ojos…esos ojos
húmedos en los que veía, embobada, su propio rostro. Y no puede evitar derramar
unas lágrimas a modo de veintiuna salvas de cañón por ese amor de alto voltaje,
que ahora sólo humeaba agonizante.
¡Qué tiene que aprender? Quién sabe… a veces no se
aprende nada; y también está bien.
Por eso se consuela con un cabsha y se tira en el sofá
junto a su persa dispuesta a mirar una vieja película. Se pregunta: ¿cómo puede
ser que la primera imagen sea la de una chica sentada contra una columna de
hierro, la de un farol, con los brazos enlazados a sus rodillas, llorando?
La realidad imita a la ficción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia