MUERTE EN PARQUE CHAS
Antes de que suene el reloj,
despierto con una fuerte jaqueca, me duele todo el cuerpo y pasé una noche de
horrendas pesadillas. Oscilante, salgo de la cama y voy al baño, me ducho y
enfilo hacia la cocina. Todavía mareada, me preparo el desayuno. Son las ocho
de la mañana y recién tengo sesión a las once. Para despejarme de los feos
sueños decido hojear las noticias.
Miro el piso junto a la puerta:
el canillita todavía no pasó. El diario de ayer aún permanece sobre la mesa sin
abrir. Después de pasarle manteca al pan, y, café con leche en mano, recorro las páginas: me
ahogo al ver uno de los titulares principales. En un acceso de tos escupo la
bebida y la tostada. Lo leo nuevamente, mis ojos desorbitados. “FUENTES
POLICIALES REVELARON QUE LIDIA CASTRO ES EL NOMBRE DE LA MUJER ASESINADA ”.
Aclara muy poco más: que me habían encontrado sin vida dos días antes, a las
doce del mediodía, en el pasaje Nápoles de Parque Chas; había sido
terriblemente golpeada, ahorcada con una gruesa soga y rematada con un balazo en
la cabeza. No se sabía si era un crimen pasional o un robo con ensañamiento. Recién
hoy, aclaraba el diario, pudieron descubrir la identidad de la muerta de
cincuenta años por el ADN; mis huellas dactilares habían sido limadas.
No entiendo lo que estoy leyendo. Es
inverosímil. Alguien con mi nombre figura en los registros de ADN. Corro al
baño y ahí estoy yo en el espejo: son mis ojos, mi boca, mi nariz, soy yo.
Viva. No hay marcas en mi cuello ni agujero de bala en la cabeza. Algo anda
mal. Muy mal. ¿Tendré una hermana gemela desconocida, con mi mismo nombre y mi
ADN? Decido llamar a la policía de inmediato y aclarar este asunto.
Marco el 911. Las manos me tiemblan
sudorosas y mi corazón es un tren bala. Cómo hablaré en este estado, no lo sé.
Espero. Mientras, inhalo y exhalo profundamente para serenarme. Al fin me
contestan:
—¿Cuál es su emergencia?
—¡¡¡En el diario de ayer dice que estoy muerta!!!
—Dígame su nombre señora, por favor.
—Lidia Castro.
—¿Está en peligro?
—No sé, señorita. En el diario dice que me mataron de un balazo.
—Déme más información. ¿Qué diario leyó y cuándo?
—En el diario Crónica de ayer.
—¿Ud está en algún tipo de tratamiento?
—Sí, pero ¿qué tiene que ver eso?
Debe haber un error; dice que la policía ya descubrió de quien era el cadáver
de Parque Chas y pusieron mi nombre. ¿Qué tengo que hacer? Estoy muy nerviosa.
—Debe ser otra persona.
—¡Pero es mi nombre y la calle donde
yo vivo! ¡Si me mudé hace una semana!
—Deme su DNI para confirmar; el
teléfono ya lo tengo. Enseguida la llamo.
Pasan dos horas. La angustia me retuerce
el estómago y me bloquea la garganta. No consigo detener los pensamientos ni tampoco
estar sentada: camino como loca por el departamento.
Ring. Ring.
—Señora, ¿es usted Lidia Castro?
—Sí, sí. ¿Averiguó?
—Sí. Quédese tranquila. No tenemos
ninguna denuncia o informe de hallazgo sobre un cuerpo en su barrio. Debe ser
un malentendido.
—Pero ¿cómo un malentendido? Mi
nombre está en el diario; la gente que me conoce debe pensar que morí. ¡Esto es
increíble!
—Cálmese. Llamé también al diario y
no tienen ningún dato. Pero dígame… ¿Nápoles a qué altura?
Cuelgo furiosa. Releo la noticia. Es
claro. Todo es muy claro. ¿Cómo van a
decir que no hay nada? Ni en mis peores momentos de alucinación llegué a
imaginar esto.
Me fijo en la primera página. ¡La fecha está mal! Julio 31 de 2013.
Hoy es 29. ¡Si ya compré los ñoquis! ¡Claro que ahora uno puede mandar a
imprimir lo que sea! Pero esto no tiene nada de gracioso. ¿Quién me estará
jugando una mala pasada? Seguro que es Pedro, ese imbécil. No se aguanta que lo
haya abandonado y con el carácter violento que tiene quiere volverme loca. ¿Qué
dijo cuando le devolví el anillo? “A mí nadie me deja y sigue viviendo”. Tengo
que calmarme; estas cosas me sacan de eje, me provocan un acceso a la manía y
yo, al psiquiátrico, otra vez no entro. Ya me visto, voy a sesión y después al
diario. ¡Esto no va a quedar así!
Lidia llama a la oficina y avisa que
llegará tarde, toma su cartera y sale del departamento. Se da cuenta de que
nadie camina por el Pasaje. Un coche permanece estacionado. Siente aprensión.
Un hombre sale del automóvil y se acerca a ella; lo reconoce de inmediato. No
tiene tiempo ni de gritar: la golpea con una gruesa soga en la espalda y las
piernas hasta hacerla caer; pasa la horca alrededor de su cuello y aprieta
fuerte. Ella se desmaya. Pedro saca un revolver 22 del bolsillo y se lo pone
contra la nuca. Nadie escucha el disparo con silenciador. De sus dedos hace
desaparecer cualquier vestigio de piel.
Mi querida y valiosa amiga. Espero y deseo estés bien y que sigas escribiendo y compartiendo. Un abrazo
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