UNA SIMPLE ESPINA
Hacía una semana que no lo veía. La separación había sido
terrible, como suelen ser todas, pensaba:
recriminaciones, insultos, amenazas y pase de factura por años de mala
convivencia. Recapacitó que no tenía sentido tener miedo, que era un hombre
como cualquiera, herido en su machismo. Estaba segura de no querer continuar
con esa vida. Ya no más, se repetía.
Contaba con el apoyo de Fabián pero a la vez, muy adentro, su corazón le
susurraba que aún sentía algo por Darío. Al fin de cuentas, era el padre de sus
hijas.
Cuando la llamó para tomar un café, trató por todos los
medios de negarse. “No quiero verte más…sólo en el juzgado”, aclaró. Pero
siempre había sido un seductor, un manipulador; implorando, le dijo que
necesitaban terminar bien, por las chicas.
Lo esperó en una confitería del centro. Darío apareció
quince minutos tarde con una sonrisa impostada y una rosa. Se la ofreció sin
sentarse. Ella mostró resistencia: no quería regalos ni promesas. “Lo último, para que no me olvides”, dijo él. La recibió sin ganas, quitándole
importancia; descuidada se pinchó con una espina húmeda, sangró y se llevó el
dedo a la boca.
En diez minutos el cianuro hizo su trabajo. “No vas a ser de otro, nunca”, había
gritado cuando ella decidió por fin salir de la casa. Tuvo razón.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar¡Caray, ya te he pillado miedo! Gracias por la historia.
ResponderEliminar