adelanto el PRÓLOGO que por rarezas que hago va en la contratapa:
Nadie muere de muerte natural. Se
muere de soledad, traición, sufrimiento físico, cansancio, vejez, crimen,
suicidio, eutanasia, hasta por silla eléctrica.
Parece algo remoto, pero se va acelerando
con sigilo hacia la quietud, el silencio, el tiempo suspendido: hasta terminar
desnudos como al nacer.
No conozco demasiadas cosas que
ofrezcan una seguridad absoluta; salvo la muerte.
Al final todos somos víctimas: de
nosotros mismos, de un asesino, de una enfermedad, de un accidente. Pero nada
en la vida nos prepara para ese instante.
Sea como sea, tenga quien tenga el
control, no hay por el momento más salida ni escapatoria.
Este conjunto de relatos no pretende
ser un catálogo de las maneras en que las personas mueren. Tal cosa sería inalcanzable
ya que cada uno termina a su modo, solitario e irrepetible. Son sólo algunas
formas de convertirse en víctima.
Soy una escritora cínica, escéptica
e irónica para la cual la muerte es la única certeza. No me acostumbro aunque
sé que es fatal y necesaria. La gente debe morir. Pero los seres humanos siempre
se las ingenian para ponerle algún significado a este absurdo que es la vida.
Al morir, dejamos gran cantidad de
sobrevivientes que tras el llanto, esconden una sensación de alivio que es
egoístamente humana e inevitable. Devienen
la resignación, el recuerdo y por fin el olvido.
Somos hijos de una interminable
lista de muertos. Y por más que queramos con nuestra memoria arañar algo de esa
infinitud tan deseada, al fin todo termina, todos terminamos.
Vivos o muertos somos menos que una
mota de polvo, que una chispa de fuego en el universo.
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Gracias por tu comentario. Lidia