NACÍ
Nací de pequeña, con ojos azorados
ante el misterio que me rodeaba, y una lengua balbuceante huérfana de sentido.
Nací esa vez y tantas otras, cada vez que el mundo me escupía.
Tras cada alumbramiento mi mirada
ingenua se pasea por las cosas; ávida, no deja escapar la realidad: la desea,
la lleva a la boca, la traga. Siempre fui una glotona de mundo, un vampiro de
imágenes, sonidos y texturas.
Las manos de mi padre, olvidables,
no acariciaban. Siempre me dañaban. Y miro las mías, que jamás han querido herir,
e inexplicablemente me doy cuenta de que se les parecen: heredé las formas y
obvié sus actitudes. Pienso que fue una buena elección involuntaria.
Mi madre no hablaba, cantaba. Ella
sonreía y todo se iluminaba. Su voz se derramaba en zarzuelas, hasta que las
manos de mi padre la callaban, tiranas. Tengo su voz pero nunca pudieron
callarme.
Mi abuelo tenía los ojos llenos de
navíos, esos en los que había dejado su tierra castellana para recalar donde
finalmente yo iba a nacer. Sus ojos siempre en recuerdo, siempre en nostalgia,
como su boca contadora de historias.
Hay sueños que nunca han sido ni
serán; otros podrían, y algunos se han hecho realidad. La existencia tejida por
tantos imposibles, resulta más rica que la que se ha concretado.
Por fin, después de años, me
convertí en huérfana. No me parezco a nadie, soy absolutamente yo. Y tengo la
dicha de crear mundos irreales que me dan sentido.
Estoy loca y lo sé. Y si no lo
estuviera, moriría de mediocridad y dolor.
Me gustó mucho, Lidia. Cariños desde Diamante.
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