Tras la máscara
De repente esa imagen me resulta extraña. Círculos verde
claro como los de ciertos dibujos animados japoneses. Sin las pestañas postizas
impresionan como cuadros futuristas, incomprensibles, enmarcados por unos finos
arcos dibujados con lápiz negro que no acusan movimiento alguno. Viejas
persianas, ahora abiertas con desmesura, sorprendidas. Nunca antes las vi
llorando y ahora desprenden gotas densas, pegajosas y negras.
Sobre el mentón distingo un rojo corazón de rouge, menos
ancho que el dedo meñique, ahora manchado de negro y deformado. No sonríe, en
cambio percibo el pavor. A simple vista, nadie puede saber si tras esa forma
ridícula hay humedades o un vacío interminable y seco. Esa grieta cerrada se
abre y estalla en monosílabos agudos tratando de ahuyentar el miedo.
Arriba, y en esa imagen que dolorosamente se va
transformando de a poco, un apéndice inmenso y carnoso con dos agujeros, de los
que sobresalen descuidadamente unos finos pelos aún ardiendo de clorhidrato.
Dos óvalos heridos de plata 900 sobresalen a los lados de
una forma casi calva sobre la que hace instantes descansaba una peluca
pelirroja.
El resto, blanco pálido, talcoso.
Esa cara en dos dimensiones, hace apenas unos minutos la
de un travesti, va a desaparecer en el momento en el que yo, mujer atrapada en
cuerpo masculino, apague la luz del baño y deje de mirarme en el espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia