¡Ya estoy harto! Soy bueno pero si me
buscan puedo perder los estribos. En
cambio mi hermano tiene más paciencia que
un santo. Se aguanta cualquier cosa. Los que no nos conocen dicen que somos
como dos gotas de agua. Pero yo soy duro como piedra, no ando con rodeos y tengo una salud
de hierro. En casa me llaman el Diablo. Algunos andan por ahí diciendo que me falta un tornillo. Él, el Santo, en
cambio, habla por los codos, a tontas y a locas, se muere de risa de todo pero también llora como una Magdalena, el debilucho.
Estaba lloviendo
a cántaros y como no nos dejaban salir a la calle, nos quedamos con los del
cole en la pieza, como sardinas en lata. También,
éramos ocho. Cuando paró le pedimos permiso a papá para ir a jugar al patio. ¿Y
qué hizo? Nos mandó a freír churros.
Que si no lo obedecíamos nos iba a poner
el culo como un tomate; tiene la mano
muy larga y yo no sé por qué pero siempre anda con un humor de perros. Yo puse cara
de poker, pero la verdad es que se me hizo un nudo en la garganta: no me gusta quedar como un pelota frente a mis amigos. Mi hermano parecía no tener vela en este entierro, y siguió contando los mismos chistes verdes de siempre para romper el hielo que se había formado con
los gritos del viejo. Estaba diciendo salvamos
el pellejo justo cuando entró la abuela a la pieza.
Aunque es más vieja que Matusalén, dijo: ¡Borrón
y cuenta nueva, hijo! Hay que tener mucha paciencia con los chicos. El
viejo, que es su hijo, puede ser cualquier cosa, pero con la madre se pone como un flan. Ella siempre tiene la sartén por el mango, no sé
cómo hace. Y empezó a comernos a besos,
y yo secándome la cara porque la sentía mojada y no me gusta; sé que lo hace
porque es un pedazo de pan por eso lo
aguanto. Además venía con una torta de frutillas y crema para chuparse los dedos. A los chicos se les hacía la boca agua.
La cosa fue así: nos llevó a todos al
patio, no vio lo mojado que estaba y se cayó. Gritaba y lloraba todo junto. Yo
la escuché decir que arrastra su
enfermedad del reuma como una cruz.
Me asusté. Mi hermano también. Fuimos como un tiro a buscar a papá, y la
levantó. Menos mal que la abuela tiene más
vidas que un gato que si no, estábamos
fritos: el viejo que no anda con
rodeos, seguro que nos colgaba el
sambenito, y la salida al patio nos
iba a costar un ojo de la cara: penitencia
por dos o tres semanas y prohibido jugar a la pelota después del cole.
Mi hermano que se hace el angelito pero no
tiene un pelo de tonto salió diciendo que él se comprometía a cuidar a la
abuela hasta que dejara de dolerle. Santas
pascuas. Todo resultó bien al fin y al cabo, pero me sentí como agua de otro pozo; yo, que siempre doy la nota,
tengo que ir con pies de plomo
desde ese día. A mi viejo nadie le saca de la cabeza que la abuela se cayó ¿por
culpa de quién? Del Diablo
Y vos lo has hecho perfecto.
ResponderEliminarMe encantó.
Un beso.
Enriqueta
Gracias, Enriqueta. No creas que me fue fácil. Uno está tan acostumbrado a evitarlas que hay que hacer un esfuerzo terrible para escribir así.
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