sábado, 19 de enero de 2013

CHICHIPÍO


CHICHIPÍO
            Se decía de él que tenía pajaritos en la cabeza, por ser suaves. Otros murmuraban que le faltaba un tornillo (pero en realidad era una cerradura). Todos conocían la historia de Chichipío, el loco lindo del barrio, que se la pasaba contando fábulas increíbles: que era el segundo hijo no reconocido de la Virgen María; que había conseguido el brevet para aviones de combate en la II Guerra Mundial (a pesar de que tendría unos cuarenta años); que había sido secuestrado por alienígenas, y después de muchas pruebas dentro del OVNI, le habían insertado un chip con forma de llave … y esas cosas.
            Lo cierto es que al Chichi, vagabundo por propia voluntad, que vestía una gastada túnica de arpillera, se lo veía siempre seguido por dos picaflores descoloridos a los que llamaba Chi y Pío, e intentando trepar a los cables de la electricidad.
            Los chicos de la cuadra acostumbrábamos arrojarle piedras hasta que las madres nos corrían con escobas llamándonos irrespetuosos porque era un santo.
            El Chichi comía lo que encontraba en los botes de basura o lo que esas piadosas madres le guardaban del día anterior. Después, subía a un árbol cualquiera y miraba hacia el cielo durante horas, como esperando.
            Pasaron los años. Pero el Chichi no cambiaba. Una tarde me acerqué a él en la plaza: le llevaba una marmita con pollo cortado y papas. Le pedí que bajara de la rama para comer conmigo. Con su sonrisa me indicó que no era peligroso, que no le tuviera miedo. Al deslizarse, acompañado por los pajaritos,  se rasgó un poco la vieja túnica y me dijo que su madre María, se iba a enfurecer. Lo calmé: la virgen no se iba a molestar.
            Me contó las historias que ya conocía y dijo que le gustaría irse en la nave espacial de nuevo: allí nadie le tiró nunca piedras. No pude menos que sonreír, incrédulo.
            Terminó su comida y mirándome fijamente señaló:
—Ellos me necesitan. ¡Ayúdeme! Precisan la llave para abrir la puerta del OVNI. Están encerrados desde hace muchos años; nadie me ayuda. ¡Yo no puedo sacarla porque se desvanece! Está cosida en la manga de mi túnica.

Muy suavemente, como si fuera un cirujano, arranqué un pedazo de tela  Y ahí estaba la llave que nadie daba por cierta. Se la di.

No cabía en mi asombro; estaba paralizado.
 —Gracias. Gracias. Usted es un buen hombre.
Recordé todas las veces que lo había apedreado sin razón y sonrojé.
Mientras, Chichipío dejó el banco de plaza donde estábamos y, seguido por los pájaros, salió corriendo hasta perderse de vista. Una luz muy fuerte y blanca me encandiló por un momento.
Sonreí.

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