CHICHIPÍO
Se
decía de él que tenía pajaritos en la cabeza, por ser suaves. Otros murmuraban
que le faltaba un tornillo (pero en realidad era una cerradura). Todos conocían
la historia de Chichipío, el loco lindo del barrio, que se la pasaba contando
fábulas increíbles: que era el segundo hijo no reconocido de la Virgen María ; que
había conseguido el brevet para aviones de combate en la II Guerra Mundial (a
pesar de que tendría unos cuarenta años); que había sido secuestrado por
alienígenas, y después de muchas pruebas dentro del OVNI, le habían insertado
un chip con forma de llave … y esas cosas.
Lo
cierto es que al Chichi, vagabundo por propia voluntad, que vestía una gastada
túnica de arpillera, se lo veía siempre seguido por dos picaflores descoloridos
a los que llamaba Chi y Pío, e intentando trepar a los cables de la
electricidad.
Los
chicos de la cuadra acostumbrábamos arrojarle piedras hasta que las madres nos
corrían con escobas llamándonos irrespetuosos porque era un santo.
El
Chichi comía lo que encontraba en los botes de basura o lo que esas piadosas
madres le guardaban del día anterior. Después, subía a un árbol cualquiera y
miraba hacia el cielo durante horas, como esperando.
Pasaron
los años. Pero el Chichi no cambiaba. Una tarde me acerqué a él en la plaza: le
llevaba una marmita con pollo cortado y papas. Le pedí que bajara de la rama
para comer conmigo. Con su sonrisa me indicó que no era peligroso, que no le
tuviera miedo. Al deslizarse, acompañado por los pajaritos, se rasgó un poco la vieja túnica y me dijo
que su madre María, se iba a enfurecer. Lo calmé: la virgen no se iba a
molestar.
Me
contó las historias que ya conocía y dijo que le gustaría irse en la nave
espacial de nuevo: allí nadie le tiró nunca piedras. No pude menos que sonreír,
incrédulo.
Terminó
su comida y mirándome fijamente señaló:
—Ellos me necesitan. ¡Ayúdeme!
Precisan la llave para abrir la puerta del OVNI. Están encerrados desde hace
muchos años; nadie me ayuda. ¡Yo no puedo sacarla porque se desvanece! Está cosida
en la manga de mi túnica.
Muy suavemente, como si fuera un
cirujano, arranqué un pedazo de tela Y
ahí estaba la llave que nadie daba por cierta. Se la di.
No cabía en mi asombro; estaba
paralizado.
—Gracias. Gracias. Usted es un buen hombre.
Recordé todas las veces que lo
había apedreado sin razón y sonrojé.
Mientras, Chichipío dejó el banco
de plaza donde estábamos y, seguido por los pájaros, salió corriendo hasta
perderse de vista. Una luz muy fuerte y blanca me encandiló por un momento.
Sonreí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia