El golpeteo en el dormitorio de arriba es horrendo. Esa gente parece no
tener hora. Durante el día se opaca detrás del ruido de bocinas, frenadas
de colectivos, gritos de la gente y
alguna música de otros departamentos. Supongo que en algún momento saldrán a
pasear por la costa. Pero a la noche es insufrible. Las tormentas parecen
excitarlos más. Me acuesto y cuando apago el televisor, el ritmo anuncia DE
NUEVO INSOMNIO. Prendo la radio y me pongo los auriculares. Me quedo dormida
pero sólo por unos minutos. Los golpes sobre mi cabeza me despiertan enojada.
Me escondo bajo la almohada y suenan, lejanos pero suenan. Es indecente. Yo
nunca fui una pacata, pero esto es demasiado. La intimidad debe ser privada, no
pública. Además mis nervios ya son alambres electrificados y las ojeras me
llegan hasta los pies. Mañana mismo me voy a quejar al encargado. Ya pasaron
dos meses y creo que es suficiente. Se acabó la fiesta, tórtolos.
El encargado toca el timbre en el departamento del piso
superior. Nadie contesta. Usa la llave que los dueños le dejaron al terminar la
temporada y entra. La ventana del dormitorio había quedado abierta de par en
par.
El viento está haciendo el amor con las persianas.
De mi último libro: NI UNA PALABRA MÁS
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Gracias por tu comentario. Lidia