GANÁNDOLE AL MIEDO
Un imprevisto relámpago iluminó la habitación y se incorporó. Irene ya
se había acostado. Le sacudió el brazo:
—¿Oíste eso? ¡Se viene una tormenta de Padre y Señor nuestro!
Ella abrió los ojos, de malhumor.
—No escuché nada. Volvé a roncar y dejame dormir.
Odiaba las tormentas, los rayos, los relámpagos, todo aquello con que el
cielo demuestra su furia. El pánico comenzaba a asediarlo.
Su esposa también roncaba; el sonido era un plácido ronroneo.
—¿Sacaste la ropa que está colgada? ¿Cerraste bien todo?
Silencio. La mujer dormía.
No aguantó. De un salto dejó el lecho y arrastró toda su fobia hasta la
ventana. Afuera, un diluvio anegaba el jardín, descargas plateadas partían las
nubes y el cielo color brea; el viento rugía curvando los frutales. Apartó la
cortina para aterrarse aún más y, aunque despavorido, resistió las embestidas
de la naturaleza.
El terapeuta le había recomendado que enfrentara sus miedos. Lo estaba
consiguiendo. Un esfuerzo más y pronto amanecería. Abrió los paneles de vidrio
y se aferró a las rejas.
Atraído por el metal, el rayo entró iracundo al cuarto.
Irene se despertó, lo vio caído, la piel desprendida, totalmente negro y
con una enigmática sonrisa.
Precioso, me encanto!!!, cariños amiga.
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