LUCHAS POR LA
VIDA
Helena se acerca
peligrosamente a la ciudad.
La serpiente que ha
salido molesta de su cueva comienza a deslizarse, helada y silenciosa, por la
ventana abierta de esa casa donde dos niños juegan sobre la alfombra del
comedor. Sus fosetas térmicas pasean por los
rincones entre los muebles localizando presas. Turba apenas la liviandad
del cortinado tocando estremecida las patas del sillón, incursiona en la
oscuridad protectora bajo el mueble de cedro y, por fin, disfruta la sensación
caliente que le ofrece la carpeta oriental. Percibe la vibración de piernas y
brazos en remolino y, con lentitud, adelantando su lengua bífida, se orienta
hacia ellos. El gato Garfield, siempre junto al varón, reacciona de improviso
al escuchar el sonido casi imperceptible del arrastre, arquea su lomo erizado
y, lanzando un maullido, salta sobre el
reptil.
Garfield no puede con
ella: le clava sus colmillos venenosos hasta paralizarlo. Pero su último gemido
alerta a los pequeños que corren asustados escaleras arriba. El padre actúa con
rapidez. Baja armado con un palo de golf y, después de mirarla fijamente a los
ojos, la mata sin piedad de un golpe impecable.
Nadie imagina que, esa
misma noche, todos morirán aplastados en el auto bajo un árbol arrancado de
raíz por el huracán.
Mi fatalista amiga, gracias por compartir este y los demás cuentos de tu libro. Un abrazo.
ResponderEliminarPor no poner la Ofrenda antes de asesinar a Sensemayá. Si hubiera tenido una pareja de tarántulas en vez de Garfield, nunca hubiera entrado Sensemayá al hogar del asesino. El árbol fué la venganza. BESOS
ResponderEliminarSi es que el destino es el destino. Muy bueno, Lidia
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