CANCIÓN DE CUNA
Muerte súbita. Es lo que
dijeron. ¿Cómo puede alguien morir así, de repente, sin razón alguna? No lo
entiendo. No lo puedo entender, no lo entenderé jamás.
Fría noche del mes de junio. Amalia es una mujer de cuarenta años, poco
sociable; fue abandonada como un paquete en la puerta de una iglesia cuando
tenía apenas unos meses y despedida del orfanato a los dieciocho. Trabaja de
mesera en un restaurante mediocre. Hoy regresa a la pensión a las once, hora de
cierre. No viene cantando; ni siquiera tararea. Está apurada por llegar a su
cuarto frío y solitario de todos los días y todas las noches. Cien metros antes
de la puerta de entrada, tres muchachotes la sorprenden, la golpean, la violan,
uno a uno. Es el momento de mayor intimidad que Amalia ha vivido con hombre
alguno. Bañada en sangre y semen, pasa la noche lavando y curando sus heridas.
No siente odio. No siente nada.
Dos meses después se da cuenta del embarazo. Y contra toda predicción,
experimenta el calor de la felicidad. No le importa otra cosa: será madre y
nunca renunciará a su hijo. Ella no es esa mujer que la metió en una caja.
Los días y las semanas no se detienen. Su panza puntiaguda sobresale del
papel que escribe al tomar los pedidos de los clientes. Tiene los ojos
brillantes y una sonrisa soldada en su boca. Quienes la conocen creen que es
verdad lo que cuenta: se enamoró y él trabaja lejos de la ciudad. Aunque les
parece extraño. Amalia: una mujer fría en plena transformación.
Arrorró mi niño, arrorró
mi amor…
Ocho meses después toma su licencia. Prepara el ajuar y al momento de
las esperadas contracciones va sola, como siempre, al hospital. La habitación
queda lista para recibir al niño (porque su instinto le dice que lo es):
moisés, ropa, juguetes, globos de bienvenida. Sin invitados ni acompañantes ni
amigos que no tiene. Regresa con su bebé por las mismas calles en donde la
atacaron. Ya no recuerda. Lo ha borrado de su memoria.
Arrorró pedazo de mi
corazón…
Manuel muere sin razón, sin un llanto de protesta. Cuando los paramédicos
que acuden a su llamado se lo arrancan, Amalia se sumerge en dolor. Dos meses
se mantiene dentro del departamento sin comer ni dormir, alimentándose sólo de
lágrimas. Pero también quiere olvidar esto.
Este niño lindo que nació
de noche…
Pasada la congoja, de regreso al trabajo carga la mochila del bebé y sus
compañeras, alborozadas, se acercan rápidamente para conocer al hijo.
Amalia dice: —Se llama Manuel y lo amo.
Ríe a carcajadas, mientras levanta un muñeco de trapo de ojos negros con
un moño celeste. Lo acuna durante un tiempo que a las chicas se les hace
eterno. Estupefactas, sus rostros no solamente son signos de interrogación
sino asustadas máscaras frente a lo
incomprensible. Ella continúa riendo y dando de mamar al juguete.
Quiere que lo lleven a
pasear en coche…
Una ambulancia se la llevó al Hospital Neuropsiquiátrico.
No hubo forma de separarla de Manuel.
Muy dura historia amiga, sintetizas un drama que no podría terminar de otra manera. Excelente relato.
ResponderEliminarConmovedora historia, muy bien contada. Un abrazo, Lidia.
ResponderEliminarConmovedora historia. Este es el tercer relato que te leo, y mi corazón se entristece por la dureza del drama que cuentas. Extraordinario trabajo.
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