Norma me pasó la última
foto. Hacía dos horas que me estaba torturando con sus recuerdos de viajes y de
fiestas familiares. No nos veíamos desde la secundaria y dio por sentado que
debía ponerme al día con su historia personal. Ya me había tocado el turno y lo
usé rápidamente; sinteticé mi vida en nueve acciones: estudié, me casé, me
recibí, tuve un hijo, me divorcié, me casé, me divorcié, viaje, me casé,
enviudé. Así, sin emoción, sin confidencias. ¿Qué más debía decirle a una mujer
prácticamente desconocida con la que había compartido cinco años de mi
adolescencia y luego, el silencio?
No me había entusiasmado el encuentro casual ni la
invitación a tomar un café en su casa; pero tenía una tarde vacía y algo
melancólica, y me pareció que con intentar no perdía nada.
Creo que lo único que me llamó la atención en su relato
fue que había adoptado mellizos japoneses. Lo demás…obviable.
A esta altura, en mí todo era simulación: recibía las
imágenes en papel autómata, mis ojos hacían un movimiento de derecha a
izquierda sin ver nada, y la mano apoyaba las fotos sobre una pila que ya
tambaleaba. Me preocupaba que se cayeran al suelo y tuviera que ayudar a
recogerlas. Coloqué la anteúltima con mucho cuidado.
La última. Suspiré aliviada y por cortesía la observé con
más detenimiento.
Mi pie izquierdo ya se había puesto en marcha virtual y
tenía bocetado el saludo de despedida: ¡Qué alegría que nos encontramos! ¿Dale
que nos reunimos otra vez el año que viene?
Pero esa última instantánea esclavizó mi voluntad. Todo
había sido “fríamente calculado”. La última foto: Martita y yo en el baile de
fin de curso, abrazadas; ese beso en la boca a ojos abiertos que capturó Norma,
y yo sorprendida en el primer pecado. Mi mirada descubrió todo un archivo la
memoria. Y mientras mis ojos de hoy y de entonces se cruzaban, mi anfitriona,
sarcástica, actualizaba la censura por no haber sido ella la elegida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia