DIVIDE
Y REINARÁS
— Así
me lo contó Claudio y así te lo confío. Por favor, Mechi, te pido que seas
discreta.
— Contá conmigo,
Marcelo. Soy una tumba.
—Resulta que Damián lo había abandonado sin un reproche
ni una discusión. Tal como te digo. Únicamente le dijo no me llames, no me
busques más. Metió sus cosas en un bolso ¿te acordás, ése que compraron en el
viaje a Italia? Dejó las llaves sobre la mesa y dio un portazo.
— ¿En serio no le
dijo por qué se iba? No te puedo.
—No, pero yo sé
que alguien, no me preguntes, le comentó a Dami que Claudio lo engañaba. No
pidió explicaciones. El es así ¿viste? Bueno, ¿sigo?
—Dale, y no
escatimes.
—Claudio pasó tres
meses llorando, releyendo cartas y mensajes acumulados durante dos años de
convivencia. De día, se le hacía fácil, ocupado como está entre el Estudio y su
cátedra. Pero a la noche…
—Me imagino…
—…el dolor era insoportable.
Escuchame bien lo que me dijo. Me acuerdo porque me llegó hondo. Cada noche le reaparecía el deseo de los dedos
largos y finos de cirujano de Damián recorriendo su espalda, como si la
esculpiera sin cansancio. Este Clau es un poeta, ¡lo adoro! Imposible olvidar
sus ojos verdes y desfallecientes del después, el desayuno, la voz áspera pero
cálida del otro lado del teléfono, todas esas cosas… Entonces, ¿qué hacía?
Salía y caminaba hasta la madrugada buscando otros insomnes y solitarios como
él, con sus ojeras y el mismo paso sin
rumbo. Dijo que prefería las noches de lluvia porque así las lágrimas se
confundían con las gotas del cielo. Y siempre con ese paraguas madrileño que le
había regalado en un cumpleaños… ¡Siempre solo!
— ¡Qué raro que
no nos cruzamos nunca!
— ¿Vos, solitaria?
¡Si sos la persona más sociable que conocí!
—Las apariencias
engañan, Marcelo. Pero, seguí contándome que me muero de intriga.
—Se contuvo para no llamarlo ni esperarlo a la salida del
hospital. Respetó el pedido; tal vez así…pensaba, con el tiempo… Tres meses sin
una sonrisa; tres meses sin un beso, esos tres meses de lágrimas le habían
endurecido la expresión. Y es cierto. Claudio no era el mismo cuando me lo
encontré una tarde a la salida de Tribunales. Pero aún así, te juro, Mechita, con
los ojos rojos y los párpados hinchados, ayer en El Trébol estaba tan atractivo
como siempre. Se lo dije: quería animarlo.
—Hiciste bien. La verdad, no se merecía esto. Pero ¿quién
habrá sido el que le fue con eso a Damián. Sabés, yo no lo creo. Claudio es el
tipo más fiel que conocí. No entiendo… ¡Hay que ser hijo de puta!
—Dejame que sigo. Bárbara, por supuesto, lo invitó para
su compromiso el 22 del mes pasado…
—
¿Ya hace un mes que no nos vemos? No te puedo…
—…y sabía que se lo iba a encontrar. Eligió el Armani que
Damián le compró en Florencia, se puso el Aqcua de siempre, salió y tomó un
taxi. Me dijo que el taxista debía haber visto su amargura porque cuando llegaron a Las Cañitas le largó
un no, deje, este viaje no se lo cobro, es mi buena acción del día.
—Mirá… que
sensible, ¿no? Ya no hay tipos así. ¿No sería…?
—Yo que sé. Puede… Claudio le apoyó una mano en el hombro
y con un gracias se bajó. El otro, estirándose por la ventanilla, alcanzó a
decirle acuérdese que todo pasa.
— ¡Tierno!
— ¿Viste? Clau me
confió que esos diez metros hasta la entrada le resultaron un calvario. Su
cabeza era un batifondo de ilusión y miedo.
—Como siempre, llegó tarde. Ya habíamos empezado a cenar,
¿te acordás que yo estaba por el medio?
—Mechi, estabas al lado mío… Bueno, sigo. Después que fue
a recibirlo, Bárbara lo ubicó en la silla reservada, junto a Damián. Dudó
porque se dio cuenta de que no sabíamos nada de nada. Igual decidió ver qué
pasaba. Durante la cena ni se miraron.
—Eso me resultó rarísimo… me dije algo pasa. Ahora me
desayuno.
—La verdad, yo algo sabía pero no quise comentar. No me
gusta el chusmerío, ¿viste? Según Clau, Damián estaba radiante, como siempre, acordate
que bailó con todos y, textual, dijo que su cara parecía una página con buenos
titulares. Para serte sincero, a mí ése nunca me gustó. Lo veo tan artificioso,
tan producido… En fin, que este pobre santo no probó bocado; era evidente que quería
salirse lo antes posible.
—Y claro, si yo
hubiera estado en esa situación, no habría podido aguantar.
—Pero él, sí. Soportó
dos horas estrujando la servilleta. En ese tiempo, demás está decirte, se le
diluyó toda esperanza. A medida que se convencía de que era imposible la
reconciliación, dice que sentía que la soledad iba cerrando la historia.
Entonces le volvieron las palabras del taxista. ¿Te acordás que se sacó la
alianza de platino y mientras se levantaba, la dejó caer en el helado de Damián?
—Casi me desmayo.
No podía creer que Claudio hiciera eso. Es tan medido, tan prudente…
—Todos vimos y entendimos, le mentí. En ese momento, según él, se
dio cuenta de que ya no estaba dispuesto a seguir sufriendo. Y se fue.
—A Damián no se le movió un pelo. Yo me fijé. ¡Qué témpano!
—Me contó que caminó por Libertador. La cosa es que llovía un
montonazo y él no tenía para cubrirse. Se acordaba del paraguas que estaba en
el perchero; tenía el aroma de su mano. La caminata le hizo bien: cuando llegó
a Plaza Francia se sentía más liviano.
— Está bien claro. Ahí pudo soltar él.
—Bueno, terminó diciéndome que con el anillo, había
dejado todo el pasado.
—Lo bien que hizo.
Pero igual no sabemos quién le dijo a Damián…
— ¿Qué nos importa?
Al fin se separaron. Esa pareja no podía seguir. Mientras charlábamos, yo pensé
ahora es mi oportunidad. Te doy la primicia, Mechi, el sábado cenamos juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Lidia