ASESINOS AD HONOREM
Sólo dos personas
estaban serias y calladas en la tribuna.
Sabían que el verdadero espectáculo no iba a ser, como decía el cartel, la
presentación de una plataforma política conservadora más. Mientras los demás
entonaban pulidos e inofensivos cánticos partidarios, el menor masticaba un chicle
ansioso y ya viejo, manteniendo la mirada fija en la entrada al pequeño
estadio. El otro, algunos años mayor y con experiencia en estas misiones,
sostenía con su mano derecha, ya preparada, el arma con la que iba a asesinar
al candidato.
El tiempo se
alargaba para ellos mientras los gritos y cornetas pretendían convertir el
asunto en una fiesta. Vestidos con elegante sencillez de marca para no llamar
la atención, de vez en cuando lanzaban un grito mentiroso que los escondía un
poco más.
El candidato
entró rodeado de sus guardaespaldas saludando con los brazos en alto. Subió a
la tribuna a pocos metros de ellos, y mientras recibía un ramo de flores de las
Damas de Beneficencia, quedó sin protección por un momento. Era la ocasión. Mientras
el más joven se ponía adelante para disimular y cubrir, el otro extrajo la
pistola y apuntando con pericia, disparó un solo tiro que dio en la zona del
corazón. Ya estaba hecho. No importaba nada más. Habían cumplido el contrato.
Ahora, sólo restaba aprovechar el revuelo, esconderse entre la gente, escapar y
recoger el dinero.
El ardor
vengativo de la multitud no se los permitió: habían matado al futuro salvador
de la patria; como animales feroces se lanzaron sobre el dúo pagado nadie sabía
por quién. No interesaba. En apenas diez minutos cientos de personas acaudaladas,
sobrias y cultas, destrozaron con salvajismo y a puntapiés, golpes de puño y
navajazos suizos, a los dos delincuentes.
Incomprensiblemente,
no solicitaron pago alguno por lo hecho.
Lidia, este relato es genial, muy bien desarrollado y con un final inesperado e irónico.
ResponderEliminarUn abrazo.
Luis