ACECHADA
Soy observada sin clemencia y sin sentido. La mirada del Cristo que me sigue de un lado al otro de la habitación, se clava en mi nuca como un estilete de culpa que no me puedo quitar.
El cuadro, ahora apoyado en el aparador del comedor, única herencia de un tío que era de la Acción Católica, llegó a mis manos hace tres días, acompañado de una pequeña nota:
CRISTO TE OBSERVA AUNQUE NO CREAS EN ÉL.
Y TE PERDONA.
Ayer me levanté y como siempre, sin vestirme fui a la cocina a desayunar, todavía con los ojos semicerrados. Antes de cruzar la puerta vaivén, me paralicé. Esa mirada había bajado de la nuca hasta mi trasero. No pude soportarlo. Me saqué una chinela y se la tiré. Tambaleó.
Hoy, al despertar elaboré una estrategia: imitando a un reptil iba a arrastrarme sobre el plastificado, por delante del mueble.
A mitad de camino, sentí el cansancio del pucho y me recosté boca arriba. Por alguna razón misteriosa, el cuadro había caído hacia delante y sobresalía lo suficiente como para que los malditos ojos se clavaran en mis pezones.
Yo no sé qué quiso decir tío Aníbal. Ese Cristo me observa, es verdad, y ya no lo soporto más. Pero todavía no sé qué tiene que perdonarme. Tal vez lo que voy a hacer: dibujarle anteojos oscuros con carbonilla. Si no resulta, con todo el dolor de mi alma no creyente, lo voy a llevar al barrio de San Telmo para venderlo. Ya bastante tengo con los ojos de mi marido flotando en cloroformo, dentro de la caja de cristal sobre la mesita de luz.
Tétrico y blasfemo...ja ja. Muy bueno!
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