TRIBUNAL DE LA LEGUA
Sogel, Zerva y Gertrude parecían buenas, pero en realidad eran tontas. Aún más, tenían esa estupidez maligna propia de la adolescencia, deseosa de ser y no poder, cansada de no ser más y persistir. Copiaban de sus madres los prejuicios y de sus padres, los vicios. Se decían amigas pero de a dos eran crueles verdugos de la ausente. Por eso trataban de no separarse nunca. Habían tomado la costumbre de hablar a mitad del camino, alejadas del pueblo, intercambiando chismes seguramente falsos sobre cuanta mujer viviera sola. Esto les tomaba dos horas de cada rutinario día de sus vidas. Cuando no quedaba más qué comentar ese día, sacaban las pipas y los odres de cerveza, y descontroladas, simulaban imitar a las que habían criticado, cuando en realidad daban rienda suelta, como caballos desbocados, a sus más ocultas y naturales tendencias.
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