“En mis pagos hay un árbol…que del olvido se llama…donde van a despenarse, vidalitay…los moribundos del alma”:“La Canción del Olvido” de Alberto Williams, y el árbol existía, en Potrerillos, Mendoza. Era conocido por todos los lugareños, y cuando yo comenté que quería ir a visitarlo, mis padres me dijeron que debía tener mucho cuidado, porque una vez ahí, todas las penas se olvidaban y nunca más me pertenecerían.
No fui en ese entonces. Pasó mucho tiempo antes de que pudiera armarme del valor necesario para tamaña empresa. Recordaba siempre esa palabra, únicamente esa: “cuidado”.
Pasaron los años, me hice mujer, me casé, tuve un hijo, me divorcié, infinitas veces me hirieron y herí. Me levanté una y otra vez, lloré, reí, me aparté del mundo, regresé.
Cuando ya estaba convencida de que había aprendido lo suficiente de la vida, corrí el riesgo y tomé un tren. Luego un micro. Y allí junto a un riacho de montaña de agua helada y pura encontré al árbol. Cansada de tanto vivir, me quedé dormida junto a él, y al despertar por el frío anochecer en la montaña, me di cuenta de que sólo podía recordar lo bueno transitado desde la infancia.
Volví impaciente a la ciudad, inocente a los cincuenta y feliz como una niña.
En poco tiempo caí en los mismos errores que había cometido antes.
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Gracias por tu comentario. Lidia