miércoles, 1 de abril de 2015

SEGUNDAS PARTES: EL CUENTO Nº 11 DEL LIBRO "ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR"

SEGUNDAS PARTES NUNCA FUERON BUENAS
A Aníbal se lo notaba muy triste. Él, un tipo siempre de buen humor, que hacía chistes y gozaba de la vida como pocos, le confió a un compañero de bochas que no conseguía recuperarse de la muerte de su mujer. Y ya había pasado un año. Odiaba reconocerlo, le dijo,  pero la extrañaba mucho. Su amigo, que practicaba el espiritismo, le sugirió que fuera a una reunión y tratara de conectarse con ella.
Con las piernas flojas, tocó el timbre en esa vieja casona de San Telmo. Una mujer, vestida con falda larga y flores en el pelo, abrió y lo hizo pasar a la sala donde se encontraban reunidas cuatro personas. Serían en total seis alrededor de una mesa redonda.
Todo marchó bien. Pudo hablar con Catalina, ella también lo extrañaba y quería volver. La reunión terminó con alguno que otro llanto, abrazos y despedidas cordiales. Aníbal se fue a su casa más contento.
A la mañana siguiente se despertó cuando Catalina descorrió las cortinas del cuarto, le dio un beso en la mejilla como lo había hecho durante cuarenta años y le dijo que el café estaba listo sobre la mesa de la cocina. Se sentía aturdido pero no dijo nada y le siguió la corriente. Las cosas parecían estar como siempre, antes de la enfermedad. Sus camisas planchadas, las comidas caseras y calientes, la telenovela de la tarde, incluso el gato tenía su alimento. A Catalina se la notaba feliz aunque decía, una y otra vez “la mujer no puede faltar ni un solo día de su hogar porque todo se convierte en un asco”. Había mucho por limpiar y rasquetear, tirar basura acumulada, reparar el techo de la cocina que se había venido abajo, recuperar las plantas muertas por falta de cuidado, comprarse ropa nueva, bla, bla, bla.
Al mes, Aníbal estaba exhausto de pintar, clavar, revocar y como había perdido el hábito de la conversación, escuchaba la voz metálica y aguda de Catalina ordenándole hacer algo más, más y más sin contestar.
 Volvió a San Telmo un viernes de reunión. Si bien nadie logró comprender por qué, dijeron “adiós” al espíritu de Catalina y le desearon buena vida en el masallá, junto a sus familiares muertos.             
Aníbal, ahora aliviado, empezó a tirar los papeles en donde se le antojaba, sólo prendía la radio para escuchar tangos y regaló el gato.




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“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



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