viernes, 10 de julio de 2015

EL GUARDIÁN

Y sigo regalándoles mis cuentos: Del libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR

EL GUARDIÁN
            La veo entrar, cansada, después del trabajo en su bufete de abogada de la 5º Avenida. Aunque estoy acurrucado bajo el sillón del hall, veo que su maquillaje ya no puede ocultar las ojeras de un día complejo. Mariana va a la cocina, se sirve un jugo y galletitas y luego prepara su acostumbrado café negro. Lynn suele venir minutos más tarde: el tiempo suficiente para que ella descongele alguna comida al terminarlo. Abre la botella de Chablis y la lleva al living: pone música.
            Apaga el celular y lo abandona sobre el audio; se queda mirando por el ventanal el puente de Brooklyn que, separándola de Manhattan, le asegura una horas de descanso y tranquilidad.
            Mira el reloj y pone sin apuro la mesa para dos. Me llama. No me muevo. Tengo miedo. Empieza a buscarme, extrañada. Se encoge de hombros. Sabe que nunca me escapo.
            Vuelve a la cocina y yo me escondo más, estrechándome todo lo que puedo, que no es mucho. Sigue llamándome. Mudo.
             Mira sorprendida el saco de Lynn, colgado en el perchero de la entrada. Es curiosa. Revisa los bolsillos y descubre el celular. No puede evitarlo. Recorre los últimos mensajes de voz y escucha: “Susan… sí, hoy se lo digo… se terminó, ¡te lo juro! Tranquila, tengo los pasajes… ¡Te amo!”
            Mariana tira el celular y sube las escaleras. Supone que él  estará recogiendo sus cosas. En el rellano patea un bolso.
            Salgo de mi escondite. La sigo. Él yace destrozado sobre la cama.
            Soy un rottweiler. No permito que a mi dueña la abandonen.





             

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