viernes, 10 de mayo de 2013

DIVIDE Y REINARÁS


DIVIDE Y REINARÁS
            — Así me lo contó Claudio y así te lo confío. Por favor, Mechi, te pido que seas discreta.
— Contá conmigo, Marcelo. Soy una tumba.
            —Resulta que Damián lo había abandonado sin un reproche ni una discusión. Tal como te digo. Únicamente le dijo no me llames, no me busques más. Metió sus cosas en un bolso ¿te acordás, ése que compraron en el viaje a Italia? Dejó las llaves sobre la mesa y dio un portazo.
— ¿En serio no le dijo por qué se iba? No te puedo.
—No, pero yo sé que alguien, no me preguntes, le comentó a Dami que Claudio lo engañaba. No pidió explicaciones. El es así ¿viste? Bueno, ¿sigo?
—Dale, y no escatimes.       
—Claudio pasó tres meses llorando, releyendo cartas y mensajes acumulados durante dos años de convivencia. De día, se le hacía fácil, ocupado como está entre el Estudio y su cátedra. Pero a la noche…
—Me imagino…
—…el dolor era insoportable. Escuchame bien lo que me dijo. Me acuerdo porque me llegó hondo.  Cada noche le reaparecía el deseo de los dedos largos y finos de cirujano de Damián recorriendo su espalda, como si la esculpiera sin cansancio. Este Clau es un poeta, ¡lo adoro! Imposible olvidar sus ojos verdes y desfallecientes del después, el desayuno, la voz áspera pero cálida del otro lado del teléfono, todas esas cosas… Entonces, ¿qué hacía? Salía y caminaba hasta la madrugada buscando otros insomnes y solitarios como él, con sus ojeras y  el mismo paso sin rumbo. Dijo que prefería las noches de lluvia porque así las lágrimas se confundían con las gotas del cielo. Y siempre con ese paraguas madrileño que le había regalado en un cumpleaños… ¡Siempre solo!
— ¡Qué raro que no nos cruzamos nunca!
— ¿Vos, solitaria? ¡Si sos la persona más sociable que conocí!
—Las apariencias engañan, Marcelo. Pero, seguí contándome que me muero de intriga.      
            —Se contuvo para no llamarlo ni esperarlo a la salida del hospital. Respetó el pedido; tal vez así…pensaba, con el tiempo… Tres meses sin una sonrisa; tres meses sin un beso, esos tres meses de lágrimas le habían endurecido la expresión. Y es cierto. Claudio no era el mismo cuando me lo encontré una tarde a la salida de Tribunales. Pero aún así, te juro, Mechita, con los ojos rojos y los párpados hinchados, ayer en El Trébol estaba tan atractivo como siempre. Se lo dije: quería animarlo.
            —Hiciste bien. La verdad, no se merecía esto. Pero ¿quién habrá sido el que le fue con eso a Damián. Sabés, yo no lo creo. Claudio es el tipo más fiel que conocí. No entiendo… ¡Hay que ser hijo de puta!
            —Dejame que sigo. Bárbara, por supuesto, lo invitó para su compromiso el 22 del mes pasado…
    ¿Ya hace un mes que no nos vemos? No te puedo…
            —…y sabía que se lo iba a encontrar. Eligió el Armani que Damián le compró en Florencia, se puso el Aqcua de siempre, salió y tomó un taxi. Me dijo que el taxista debía haber visto su amargura  porque cuando llegaron a Las Cañitas le largó un no, deje, este viaje no se lo cobro, es mi buena acción del día.
—Mirá… que sensible, ¿no? Ya no hay tipos así. ¿No sería…?
            —Yo que sé. Puede… Claudio le apoyó una mano en el hombro y con un gracias se bajó. El otro, estirándose por la ventanilla, alcanzó a decirle acuérdese que todo pasa.
            — ¡Tierno!
— ¿Viste? Clau me confió que esos diez metros hasta la entrada le resultaron un calvario. Su cabeza era un batifondo de ilusión y miedo.
            —Como siempre, llegó tarde. Ya habíamos empezado a cenar, ¿te acordás que yo estaba por el medio?
            —Mechi, estabas al lado mío… Bueno, sigo. Después que fue a recibirlo, Bárbara lo ubicó en la silla reservada, junto a Damián. Dudó porque se dio cuenta de que no sabíamos nada de nada. Igual decidió ver qué pasaba. Durante la cena ni se miraron.
            —Eso me resultó rarísimo… me dije algo pasa. Ahora me desayuno.
—La verdad,  yo algo sabía pero no quise comentar. No me gusta el chusmerío, ¿viste? Según Clau, Damián estaba radiante, como siempre, acordate que bailó con todos y, textual, dijo que su cara parecía una página con buenos titulares. Para serte sincero, a mí ése nunca me gustó. Lo veo tan artificioso, tan producido… En fin, que este pobre santo no probó bocado; era evidente que quería salirse lo antes posible.
—Y claro, si yo hubiera estado en esa situación, no habría podido aguantar.
—Pero él, sí. Soportó dos horas estrujando la servilleta. En ese tiempo, demás está decirte, se le diluyó toda esperanza. A medida que se convencía de que era imposible la reconciliación, dice que sentía que la soledad iba cerrando la historia. Entonces le volvieron las palabras del taxista. ¿Te acordás que se sacó la alianza de platino y mientras se levantaba, la dejó caer en el helado de Damián?
—Casi me desmayo. No podía creer que Claudio hiciera eso. Es tan medido, tan prudente…
—Todos vimos y entendimos, le mentí. En ese momento, según él, se dio cuenta de que ya no estaba dispuesto a seguir sufriendo. Y se fue.
—A Damián no se le movió un pelo. Yo me fijé. ¡Qué témpano!
—Me contó que caminó por Libertador. La cosa es que llovía un montonazo y él no tenía para cubrirse. Se acordaba del paraguas que estaba en el perchero; tenía el aroma de su mano. La caminata le hizo bien: cuando llegó a Plaza Francia  se sentía más liviano.
— Está bien claro. Ahí pudo soltar él.
            —Bueno, terminó diciéndome que con el anillo, había dejado todo el pasado.
—Lo bien que hizo. Pero igual no sabemos quién le dijo a Damián…
— ¿Qué nos importa? Al fin se separaron. Esa pareja no podía seguir. Mientras charlábamos, yo pensé ahora es mi oportunidad. Te doy la primicia, Mechi, el sábado cenamos juntos.


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