sábado, 6 de octubre de 2012

UN MUNDO DE CRISTAL


MUNDO DE CRISTAL
            No incurriré en la inmodestia de decir que es difícil sintetizar el comienzo de la historia de Felisa: un padre marino mercante hundido con su barco, al que nunca llegó a conocer; criada por dos tías abuelas, solteronas de doble apellido y de más de 90 años, que la tomaron a su cargo el día en que nació, el mismo en que su madre dejó de existir. A esta huérfana no le hicieron faltar nada, la rodearon de cariño y también de encierro y oscuridad. Temerosas del afuera, Felisa solamente salía de esa mansión bicentenaria en Lomas de Zamora para ir a la escuela y al colegio de monjas, siempre acompañada de una niñera o una gobernanta en el automóvil con chófer de gorra. Jamás la dejaron participar de fiestas o reuniones de adolescentes, ni permitían que ella invitara. Sólo el temor a lo desconocido evitó, lamentablemente para ella, que la enviaran a estudiar a un internado en Suiza.
            Esa vieja y hermosa casona de diez habitaciones prolijas, siempre lista, (aunque no invitaban a nadie a quedarse, si es que alguien venía alguna vez de visita) estaba plagada de espejos esmerilados, obras de arte originales e invaluables, vitrinas con vajilla y loza inglesa, muebles con incrustaciones de nácar, jarrones de la dinastía Ming,  arañas de cristal, mantelería y  blanco de hilo, bordados a mano, de origen veneciano. Todo lo mejor en un silencio sin turbación, casi sagrado. La música era para ellas, mensaje de Satanás.
            Las tías bordaban y eran Damas de Beneficencia. Mantenían la cotidianeidad  como  reinas  de  un  castillo  inexpugnable. Las comidas eran puntuales, los hábitos inconmovibles, las conversaciones superficiales sin interrupciones molestas ni altibajos en la voz. Cada cosa en un lugar preciso y conocido. Felisa podía, desde muy niña, caminar de noche por toda la casa sin tropezarse con nada, porque no se permitían cambios.
            Hasta que una tarde, en el cumpleaños número dieciocho de Felisa, golpearon con el llamador a  la puerta de entrada; la mucama abrió y se extrañó de no ver a nadie allí. Sin embargo, como un tornado entró un cachorro de gran danés, con un gran moño rosa en el cuello.
            En un día de persecución, las seis mujeres y el chófer se darían cuenta de que el mundo mantenido por ellas durante ochenta años era en realidad de cristal. Nunca supieron quién había hecho el regalo que destruyó en 15 minutos lo que parecía eternamente igual a sí mismo. Aunque intentaron, no hubo manera de que Felisa se despegara de él nunca más. Las tías murieron del corazón al mismo tiempo, dos semanas después, incapaces de soportar el caos.

4 comentarios:

  1. jajajaj, bien hecho!!!!

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  2. Me dejó con la intriga de quién les mandó el perro.

    Muy bueno, tu relato.
    Un saludo.

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  4. Es que lo perfecto es tan aburrido que es una lástima que el perro no haya llegado antes. Dirían las ancianitas "los cambios son buenos, malo es vivirlos".

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Gracias por tu comentario. Lidia

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Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



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