martes, 11 de enero de 2011

EL ÁRBOL DE MIS PAGOS



             “En mis pagos hay un árbol…que del olvido se llama…donde van a despenarse, vidalitay…los moribundos del alma”:“La Canción del Olvido” de Alberto Williams, y el árbol existía, en Potrerillos, Mendoza. Era conocido por todos los lugareños, y cuando yo comenté que quería ir a visitarlo, mis padres me dijeron que debía tener mucho cuidado, porque una vez ahí, todas las penas se olvidaban y nunca más me pertenecerían.
         No fui en ese entonces. Pasó mucho tiempo antes de que pudiera armarme del valor necesario para tamaña empresa. Recordaba siempre esa palabra, únicamente esa: “cuidado”.
         Pasaron los años, me hice mujer, me casé, tuve un hijo, me divorcié, infinitas veces me hirieron y herí. Me levanté una y otra vez, lloré, reí, me aparté del mundo, regresé.
         Cuando ya estaba convencida de que había aprendido lo suficiente de la vida, corrí el riesgo y tomé un tren. Luego un micro. Y allí junto a un riacho de montaña de agua helada y pura encontré al árbol. Cansada de tanto vivir, me quedé dormida junto a él, y al despertar por el frío anochecer en la montaña, me di cuenta de que sólo podía recordar lo bueno transitado desde la infancia.
         Volví impaciente a la ciudad, inocente a los cincuenta y feliz como una niña.
         En poco tiempo caí en los mismos errores que había cometido antes.

EL DUELO



            Son temerarios y arrogantes, los más rápidos en el manejo de la Colt 45; solitarios, valientes y temidos en toda la comarca; rivales históricos en la conquista de mujeres del Far West y ladrones de banco por toda profesión conocida. Por esas cosas imprevistas del destino, ambos coincidirán en Lone Star City una mañana de verano.
            Las gargantas de los hombres del pueblo se van humedeciendo con whisky y cerveza desde las primeras horas para evitar que el calor del sol las seque. Aunque no salen de sus casas ni del ‘saloon’, los chismosos observan los trámites de la carreta especial de la Wells Fargo, la empresa que recoge el dinero de los bancos de Texas, estacionada frente al único de Lone Star,  y custodiada por dos uniformados con armas largas.
            Alguien ha traído la noticia de que Baby Face aparecerá antes de que logren llevarse lo recaudado. El suspenso acompaña la escena. Como ante una orden recibida que nadie ha dado, las caras tras las ventanas se vuelven hacia la salida norte del poblado. Jimmy “the Swift” hace su entrada sin previo aviso, en el caballo árabe. Vestido de negro desde el sombrero a las botas y su rostro cubierto con un pañuelo que una vez fue blanco, apuesto pero polvoriento por el viaje, se dirige con la mano derecha apoyada en su cartuchera y lentitud premeditada, hacia el carromato de la Wells. No hace falta decir que el sheriff y los comisarios se preparan para una balacera. Por la salida sur de Lone Star se acerca despacioso, Baby Face, desaliñado y recio, a cara descubierta, en una rara combinación de adolescente y matón. Su mano izquierda se apoya en la pistola de caño largo.
            Todo presagia violencia sin límites. Los rostros pueblerinos, aburridos por la rutina, delatan una actitud morbosa, deseosa de sangre. La distancia entre los pistoleros se acorta lentamente por la calle polvorienta, mientras los guardias, temblorosos, se aprestan a descargar sus Smith & Wesson. Parecen anticipar que todo esfuerzo será inútil ante la famosa velocidad de disparo de los ladrones.
            El incidente se desata con celeridad. Caen los custodios heridos de muerte. El sheriff y los comisarios desorientados por el fuego cruzado, ni siquiera llegan a sacar las armas. La carreta de la Wells Fargo ha quedado solitaria y rebosante de dólares. Ni un alma se atrevió a salir a la calle principal. Es un silencio expectante el que marca el ritmo de los minutos.
            Ahora les falta saber quién se llevará el botín. Los bandidos se encuentran separados por escasos cincuenta metros. Desmontan. Enfrentados, sus miradas amenazantes, serpientes hipnotizadoras, se clavan en el cerebro del rival. El ambiente es denso. El viento, hasta hace minutos caliente y pesado, se detuvo. Los ojos del pueblo recorren la distancia entre los bandoleros, deseosos de captar el gesto que preanuncia el momento de desenfundar. Hombres y mujeres parecen tener la certeza de que no habrá heridos: sólo un muerto. Ese minuto les resulta una eternidad.
            En el velocísimo instante de las Colt, las respiraciones se suspenden. Jimmy está muriendo. Mientras, la bala de su pistola roza el hombro de Baby Face y termina alojada en el corazón del cameraman de la Metro.


Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

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