martes, 11 de enero de 2011

EL DUELO



            Son temerarios y arrogantes, los más rápidos en el manejo de la Colt 45; solitarios, valientes y temidos en toda la comarca; rivales históricos en la conquista de mujeres del Far West y ladrones de banco por toda profesión conocida. Por esas cosas imprevistas del destino, ambos coincidirán en Lone Star City una mañana de verano.
            Las gargantas de los hombres del pueblo se van humedeciendo con whisky y cerveza desde las primeras horas para evitar que el calor del sol las seque. Aunque no salen de sus casas ni del ‘saloon’, los chismosos observan los trámites de la carreta especial de la Wells Fargo, la empresa que recoge el dinero de los bancos de Texas, estacionada frente al único de Lone Star,  y custodiada por dos uniformados con armas largas.
            Alguien ha traído la noticia de que Baby Face aparecerá antes de que logren llevarse lo recaudado. El suspenso acompaña la escena. Como ante una orden recibida que nadie ha dado, las caras tras las ventanas se vuelven hacia la salida norte del poblado. Jimmy “the Swift” hace su entrada sin previo aviso, en el caballo árabe. Vestido de negro desde el sombrero a las botas y su rostro cubierto con un pañuelo que una vez fue blanco, apuesto pero polvoriento por el viaje, se dirige con la mano derecha apoyada en su cartuchera y lentitud premeditada, hacia el carromato de la Wells. No hace falta decir que el sheriff y los comisarios se preparan para una balacera. Por la salida sur de Lone Star se acerca despacioso, Baby Face, desaliñado y recio, a cara descubierta, en una rara combinación de adolescente y matón. Su mano izquierda se apoya en la pistola de caño largo.
            Todo presagia violencia sin límites. Los rostros pueblerinos, aburridos por la rutina, delatan una actitud morbosa, deseosa de sangre. La distancia entre los pistoleros se acorta lentamente por la calle polvorienta, mientras los guardias, temblorosos, se aprestan a descargar sus Smith & Wesson. Parecen anticipar que todo esfuerzo será inútil ante la famosa velocidad de disparo de los ladrones.
            El incidente se desata con celeridad. Caen los custodios heridos de muerte. El sheriff y los comisarios desorientados por el fuego cruzado, ni siquiera llegan a sacar las armas. La carreta de la Wells Fargo ha quedado solitaria y rebosante de dólares. Ni un alma se atrevió a salir a la calle principal. Es un silencio expectante el que marca el ritmo de los minutos.
            Ahora les falta saber quién se llevará el botín. Los bandidos se encuentran separados por escasos cincuenta metros. Desmontan. Enfrentados, sus miradas amenazantes, serpientes hipnotizadoras, se clavan en el cerebro del rival. El ambiente es denso. El viento, hasta hace minutos caliente y pesado, se detuvo. Los ojos del pueblo recorren la distancia entre los bandoleros, deseosos de captar el gesto que preanuncia el momento de desenfundar. Hombres y mujeres parecen tener la certeza de que no habrá heridos: sólo un muerto. Ese minuto les resulta una eternidad.
            En el velocísimo instante de las Colt, las respiraciones se suspenden. Jimmy está muriendo. Mientras, la bala de su pistola roza el hombro de Baby Face y termina alojada en el corazón del cameraman de la Metro.


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Escritura

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