martes, 27 de abril de 2010

ELASTICIDAD DEL TIEMPO

ELASTICIDAD DEL TIEMPO


--Tengo que sacarlas otra vez. —dijo la radióloga.

Sumisa de ojos líquidos se deja hacer, soportando el dolor que permanece en sus senos desde hace quince minutos. La médica los moldea dentro del aparato como una escultora improvisada. Más dolor y miedo.

--Esperame y no te vistas, ya vuelvo--. Silencioso pánico por toda respuesta.

Sabe que aquellos minutos van a rondar la eternidad. Después del temblor, la calma aprendida tras años incontables de la misma vieja historia.

Mira el reloj.

Se concentra un instante en las palabras de un relato que tiene en sus manos y que habla de una mordida de perro. ¿Sabés? Todo tu interior puede estar transformándose ahora mismo en hocicos hambrientos que se creen inmortales y no saben que van a morir con lo comido. Su pensamiento le produce un escalofrío.

Mira el reloj.

En la tragicomedia humana suele haber un perdedor que llora y un victorioso que ríe. Sin embargo, ese dolor y esa risa van a terminar cuando el pulso de sus biografías se detenga, más tarde o más temprano. Se masajea los brazos para entrar en calor. La sala y ella están casi desnudas. Si ves a la muerte como un ser, siempre va a ser la última en reír. Absurda costumbre considerar la exhalación final como un enemigo. En algunas ocasiones te ofrece tan sólo una sonrisa acogedora; otras, una carcajada vengativa y feroz por lo absurdo de la vida.

Mira el reloj.

En tu laberinto interior, donde tus miradas no llegan, hay pérdidas otoñales y reparaciones de verano, y aunque partes minúsculas se exilien y pierdan el rumbo, todas van a llegar a no ser… Todo está bien. No hay error en la naturaleza. Siente que el tiempo pasa demasiado lentamente en manos de la incertidumbre.

Mira el reloj.

Tus huellas en el mundo fueron contadas desde el primer grito. Piadosos, nunca se atrevieron a decírtelo y te alimentaron con una falsa idea de eternidad. Pero siempre supiste que era mentira.

Esa pequeña sala blanca ya le parece una celda. Salvo el reloj en la pared y el ritmo de su respiración, todo es silencio.

Mira el reloj.

Aquellos barriletes que hiciste volar, esas metas que lograste, las aguas que te llevaron lejos, unas pocas piedras que casi te hacen caer, y los grillos que parecían cantar tu nombre…todo cambia de estado…nunca es idéntico a sí mismo. ¿Por qué ibas a ser vos la excepción? Paradójicamente la pregunta la tranquiliza y, casi con dulzura, toca el antes temible aparato de rayos X.

Mira el reloj.

No te vas a llevar los febriles jadeos del amor, ni el rostro húmedo de llantos en soledad. No te vas a llevar nada porque al fin, de nada sos propietaria. No te vas a llevar nada porque no vas a ningún lado… Suspirando, da vida a otras imágenes para que la sostengan. Sos un viento holgazán que se va a ausentar sin ecos y con suerte, sin sufrimiento.

Mira el reloj.

Algún racimo de recuerdos de los que sos parte va a colgar cierto tiempo del corazón y los pensamientos de quienes fueron compañeros de ruta. Lo más cercano a la inmortalidad y luego el universo.

Mira el reloj. Pasaron tres minutos.

--Podés vestirte. Vení mañana a retirar las radiografías y se las llevás a tu médico. Te adelanto que todo está bien.

Mira el reloj. Las agujas giran enloquecidas.

--No sabés cómo te agradezco. Hasta el año que viene.

jueves, 8 de abril de 2010

LECCIONES SOBRE EL ESCRIBIR

«Ritmo, respiración, penitencia... ¿Para quién? ¿Para mí? No, sin duda: para el lector. Se escribe pensando en un lector. Así como el pintor pinta pensando en el que mira el cuadro. Da una pincelada y luego se aleja dos o tres pasos para estudiar el efecto: es decir, mira el cuadro como tendría que mirarlo, con la iluminacion adecuada, el espectador que lo admire cuando esté colgado en la pared. Cuando la obra está terminada, se establece un diálogo entre ese texto y todos los otros textos escritos antes (del que está excluido el autor). Mientras la obra se está haciendo, el diálogo es doble. Está el diálogo entre ese texto y todos los otros textos escritos antes (solo se hacen libros sobre otros libros y en torno a otros libros), y está el diálogo entre el autor y su lector modelo.


Puede suceder que el autor escriba pensando en determinado público empírico, como hacían los fundadores de la novela moderna, Richardson, Fielding o Defoe, que escribían para los comerciantes y sus esposas; pero también Joyce escribe para el público cuando piensa en un lector ideal presa de un insomnio ideal. En ambos casos –ya se crea que se habla a un público que está allí, al otro lado de la puerta, con el dinero en la mano, o bien se decida escribir para un lector que aún no existe– escribir es construir, a través del texto, el propio modelo de lector.

¿Qué significa pensar en un lector capaz de superar el escollo penitencial de las cien primeras páginas? Significa exactamente escribir cien páginas con el objeto de construir un lector idóneo para las siguientes.»

Humberto Eco, de Apostillas al Nombre de la Rosa

martes, 6 de abril de 2010

EL PECADO DE GLADYS

EL PECADO DE GLADYS


José había fallecido hacía ocho años y medio. Gladys lo amó desde que se conocieron, cuando ambos tenían diecisiete. Noviaron, se casaron, tuvieron hijos y nietos, y un día José, su querido José, se enfermó. Fue un largo y penoso proceso que Gladys acompañó con cuidado, afecto y una tristeza sorda por la separación inevitable. Al morir, Gladys se quedó sola: sus hijos y nietos vivían lejos, y ella no quería dejar el hogar. Había sido tan feliz.

Siguiendo los deseos de su marido, Gladys lo había enterrado en el cementerio y sobre la tumba, armó un jardín. Durante el primer año, iba todos los domingos a mantener las plantas,” conversar” y llorar. Como en todo duelo, poco a poco fue aceptando su muerte, trayendo a la memoria buenos momentos de la vida en común, y llorando cada vez menos. Cuando sus hijos venían a visitarla, iban con ella a poner unas flores, y después recordaban entre todos sus mejores rasgos. Gladys empezó a ir una vez por mes. Luego del tercer aniversario, sólo para el cumpleaños, el aniversario de casamiento y el día de todos los muertos. A los cuatro años renovó el alquiler de la sepultura, y empezó a ir sólo para conmemorar el día de su fallecimiento.

Mientras, la vida de Gladys seguía: había hecho nuevas amigas, concurría a un club a bailar folclore, viajaba a casa de los hijos a visitarlos y se quedaba todo el tiempo que quería, adelgazó y ahorró algún dinero de la pensión y de su propia jubilación. Un día se fue de viaje a Europa con dos amigas y paseó durante 4 meses. Cuando regresó pensó en el jardín del cementerio y en cuánto hacía que no iba a cuidarlo. Con seguridad las plantas habrían muerto. Tomó nota mental de todo lo que había hecho últimamente y se dio cuenta de que hacía dos años que no iba. Sólo un día después tomó el colectivo cargada de flores y plantines.

Cuando volvió, fue directo a la casa de una amiga. Blanca abrió la puerta y la vio pálida. —“Hola, Gladys, ¡qué alegría que viniste! Pero, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?” —Gladys la miró y le respondió: “Vengo con José”.

En una bolsa de arpillera traía los huesos que el domingo anterior habían sacado de la fosa al vencer el segundo plazo de renovación.

VOLÁTIL

Volátil


Nadie me rutina soy boicot
el veneno que supuro me intoxica
tanta identidad un enemigo

Ya me abandonaron dos tercios
de esta vida en suspensivos
y sólo he desenterrado cofres donde enmarañarme

Sólo sangre intangible
cucharadas de sexo perezoso
Ahora que el verbo ya no hace milagro
¿quién descorchará mis vicios añejos?

Gorriones de cosas han suceso
antes que el hambre supiese abecedario
Sólo que el destino es un orfebre borracho.

VICTOR MARCELO CLEMENTI

Escritosdemiuniverso

Este blog es como ese universo que construyo día a día, con mis escritos y con los escritos de los demás para que nos enriquezcamos unos a otros. Siéntanse libres de publicar y comentar. Les ruego, sin embargo que lo hagan con el respeto y la cultura que distingue a un buen lector y escritor natural.



“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

Escritura
esa pluma que todos hubiéramos querido tener entre nuestros dedos